?frica y su Plan Marshall
Una ayuda como dio EE UU a Europa tras la II Guerra Mundial quiz¨¢ reducir¨ªa las enormes desigualdades en los pa¨ªses africanos; pero el foco no deber¨ªa ser acabar con la inmigraci¨®n
En un art¨ªculo anterior, titulado Hu¨¦rfanos de ideas para abordar la inmigraci¨®n, escribimos sobre la escasez de propuestas para afrontar el actual reto migratorio, pregunt¨¢ndonos si la f¨®rmula del codesarrollo popularizada por Sami Na?r hace una veintena de a?os no fue abandonada precipitadamente, y si esta no podr¨ªa volver a ser reactivada en la actualidad. Este verano pasado, otra idea recurrente en torno a c¨®mo afrontar los problemas del desarrollo en ?frica y otros lugares volvi¨® a ocupar durante unos d¨ªas los titulares de algunos medios. En medio del repunte de las llegadas de pateras a las costas de Andaluc¨ªa y de los saltos en la valla de Ceuta, el nuevo l¨ªder del Partido Popular lanz¨® la propuesta de dise?ar un Plan Marshall para el continente africano con el fin de frenar las migraciones, recuperando el t¨ªtulo del famoso plan impulsado por los Estados Unidos en Europa tras la Segunda Guerra mundial, aunque no tanto su esp¨ªritu.
En un contexto hist¨®rico, pol¨ªtico y econ¨®mico sensiblemente diferente al que presenta ?frica en la actualidad, los Estados Unidos promovieron al finalizar la guerra un ambicioso paquete de medidas con un importante respaldo econ¨®mico en 16 pa¨ªses europeos. El Plan, ideado por el general George Marshall, y que el presidente Harry Truman present¨® ante el Congreso de los Estados Unidos a finales de 1947, inclu¨ªa como objetivos principales la reconstrucci¨®n del sistema monetario europeo y el incremento de su capacidad de producci¨®n y el fomento de los intercambios comerciales (en el Plan se priorizaba la obtenci¨®n de materias primas europeas en condiciones favorables para los Estados Unidos, as¨ª como la posibilidad de convertir Europa en un mercado propicio para los productos norteamericanos).
Pero el prop¨®sito del Plan Marshall no era solo reconstruir y lograr una estabilidad econ¨®mica en Europa que beneficiase a los Estados Unidos, sino tambi¨¦n alcanzar una estabilidad social y pol¨ªtica que alejase a los pa¨ªses europeos de la influencia comunista ejercida por la Uni¨®n Sovi¨¦tica. Los resultados del Plan se valoraron, en general, como positivos, en la medida en que Europa se recuper¨® de la destrucci¨®n de la guerra en un plazo relativamente breve y estrech¨® sus lazos con los Estados Unidos. Por ello, el precedente del Plan Marshall ha estado siempre presente cuando se ha hablado de los problemas de desarrollo en los pa¨ªses m¨¢s pobres, y no es la primera vez que su recuerdo vuelve a emerger cuando pensamos en ?frica, tal como ocurri¨® hace unos a?os con el malogrado Plan ?frica, promovido durante el Gobierno socialista de Rodr¨ªguez Zapatero.
Los intentos por vincular migraci¨®n y ayuda parecen responder m¨¢s a necesidades pol¨ªticas que a los resultados mostrados sobre el terreno
Ahora, el Plan Marshall vuelve a ser evocado como una f¨®rmula para mitigar los flujos migratorios promoviendo el desarrollo de los pa¨ªses africanos. Precisamente, en el ¨¢mbito acad¨¦mico se ha discutido, aunque no suficientemente, en torno la vinculaci¨®n entre migraci¨®n y desarrollo, y sobre c¨®mo la migraci¨®n puede afectar al desarrollo, en mayor medida que sobre c¨®mo la ayuda puede incidir en la migraci¨®n. Pero las evidencias emp¨ªricas sobre si la ayuda al desarrollo puede contribuir a reducir la migraci¨®n, o bien puede hacer que ¨¦sta se incremente, son m¨¢s bien escasas. Es m¨¢s, las reflexiones de car¨¢cter ¨¦tico sobre si la ayuda al desarrollo deber¨ªa servir en realidad para este cometido tampoco han tenido un gran recorrido, m¨¢s all¨¢ de cr¨ªticas aisladas. En cambio, las dudas que plantean los intentos de vincular la ayuda al desarrollo con la migraci¨®n son numerosas.
Cuando se habla de los v¨ªnculos entre migraci¨®n y desarrollo, uno de los presupuestos comunes m¨¢s aceptado es que un mayor desarrollo suele traducirse en una menor migraci¨®n. Desde este punto de vista, puede esperarse que la ayuda al desarrollo tambi¨¦n contribuya a ese efecto reductor sobre la migraci¨®n. El razonamiento de base es que, si el subdesarrollo se encuentra entre las principales causas de la emigraci¨®n, y en tanto que los pa¨ªses desarrollados no est¨¢n dispuestos a admitir un n¨²mero ilimitado de inmigrantes, entonces la cooperaci¨®n para el desarrollo ¡ªcomo tambi¨¦n ha se?alado Joaqu¨ªn Arango¡ª resulta el instrumento adecuado para incrementar los niveles de desarrollo y reducir as¨ª las salidas desde los pa¨ªses en desarrollo. Sin embargo, esta manera ¡°l¨®gica¡± de entender los procesos de migraci¨®n y desarrollo oculta que el v¨ªnculo entre ambos es en realidad mucho m¨¢s complejo, y que la misma ayuda puede tener otro tipo de efectos inesperados. Incluso los grandes organismos internacionales se han venido apartando progresivamente de este tipo de planteamientos y han reconocido que el v¨ªnculo entre migraci¨®n y ayuda no parece funcionar del modo esperado.
La OCDE reconoci¨® que las iniciativas de ayuda relacionadas con la migraci¨®n han sido generalmente decepcionantes
La Comisi¨®n Europea conclu¨ªa sobre esta cuesti¨®n, hace ya m¨¢s de 20 a?os, que ¡°la ayuda al desarrollo, ¨²nicamente, dif¨ªcilmente puede tener un impacto determinante sobre las migraciones vista la complejidad del fen¨®meno¡±. Es m¨¢s, advert¨ªa que ¡°a corto plazo una cierta ayuda a los pa¨ªses pobres podr¨ªa, en determinadas situaciones, comportar un aumento de los flujos migratorios¡±. Igualmente, la OCDE, en un texto de los a?os noventa, hablaba de la naturaleza compleja y esencialmente indirecta de la relaci¨®n existente entre el desarrollo econ¨®mico y social y los fen¨®menos migratorios, para advertir que la base para la formulaci¨®n de intervenciones directas sobre las migraciones desde la AOD es limitada.
La propia OCDE vino a reconocer en 1993 que las iniciativas de ayuda relacionadas con la migraci¨®n han sido generalmente decepcionantes, tanto en lo que respecta a los programas de desarrollo rural para evitar el abandono del campo como en los programas de desarrollo industrial, mediante los que no solo no se habr¨ªa logrado conseguir un reparto de las rentas geogr¨¢ficamente equitativo, sino que incluso se habr¨ªa acelerado la emigraci¨®n de las personas que viven en esas regiones. En la misma l¨ªnea, Naciones Unidas tambi¨¦n puso en duda dicha concepci¨®n en 1997, indicando que ¡°el recurso a la asistencia oficial para el desarrollo con objeto de frenar la emigraci¨®n puede no ser eficaz, porque el grado de ayuda que se requiere suele ser muy alto y porque es dif¨ªcil que medidas aisladas tengan ¨¦xito¡±.
La ayuda al desarrollo no puede frenar por s¨ª sola la migraci¨®n; es m¨¢s, incluso puede alentarla en determinadas circunstancias. En el contexto actual no se puede prescindir de la migraci¨®n (entre otras cosas por el papel fundamental que juegan las remesas enviadas por los migrantes), proponiendo ¨²nicamente la ayuda como alternativa. Hasta ahora, los intentos por vincular migraci¨®n y ayuda parecen responder m¨¢s a necesidades pol¨ªticas que a los resultados mostrados sobre el terreno. Las agendas de los Estados m¨¢s desarrollados en sus relaciones bilaterales con pa¨ªses emisores de migrantes son las que han marcado los t¨¦rminos del debate y han distorsionado, en buena medida, la naturaleza del v¨ªnculo. Independientemente de que pudiese establecerse una relaci¨®n directa entre migraci¨®n y ayuda, las pol¨ªticas bilaterales han tendido a tomar la ayuda como un instrumento de presi¨®n sobre los pa¨ªses de origen para que ejerzan un mayor control sobre la salida de sus ciudadanos.
La conexi¨®n entre ayuda al desarrollo y las estrategias pol¨ªticas de regulaci¨®n de la migraci¨®n fomenta el riesgo de convertir la ayuda en reh¨¦n de las pol¨ªticas migratorias, invirti¨¦ndose los t¨¦rminos de la relaci¨®n; en cambio, la ayuda al desarrollo deber¨ªa estar basada ¨²nicamente en las necesidades de los pa¨ªses en v¨ªas de desarrollo y no sobre la pol¨ªtica de migraci¨®n de los pa¨ªses donantes, es decir, que las pol¨ªticas de ayuda al desarrollo no deben verse contaminadas por las preocupaciones pol¨ªticas en torno a la migraci¨®n.
El m¨¢s urgente Plan Marshall africano quiz¨¢s pasar¨ªa por reducir primero el foso de desconfianza que nos separa y nos atenaza hoy d¨ªa.
Pese a todas estas dudas, vistos los problemas que acumulan numerosos pa¨ªses africanos, y ante la ausencia de otras propuestas alternativas o con cierta viabilidad, no resultar¨ªa del todo descabellada la idea de formular un ambicioso Plan Marshall si este permitiese reducir las enormes desigualdades actuales; pero claro, de ser as¨ª, deber¨ªa hacerse teniendo en cuenta todas sus implicaciones y, sobre todo, sin pensar o desear que acabar¨ªa alejando la migraci¨®n de nosotros, que es m¨¢s bien donde parece que reside el inter¨¦s principal.
El mismo Plan Marshall original no se vincul¨® al intento de limitar o impedir ning¨²n tipo de flujos migratorios que, por aquel entonces, no solo no entra?aban demasiada preocupaci¨®n, sino que incluso fueron fomentados para contar con la mano de obra necesaria para favorecer la reconstrucci¨®n europea. En este momento el contexto es bien diferente, y el creciente rechazo a las migraciones aleja la posibilidad de una b¨²squeda compartida de soluciones en base a intereses comunes. La gran paradoja es que sean precisamente los sectores pol¨ªticos que alimentan el miedo quienes reivindiquen con mayor fuerza la necesidad de que ¡°el otro se desarrolle¡±, de modo que el m¨¢s urgente Plan Marshall africano quiz¨¢s pasar¨ªa por reducir primero el foso de desconfianza que nos separa y nos atenaza hoy d¨ªa.
Joan Lacomba es investigador de las migraciones y profesor titular en el Departamento de Trabajo Social de la Universidad de Valencia
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