Cuestiones diplom¨¢ticas
Cuando nuestros dirigentes hacen abyectas reverencias a los s¨¢trapas saud¨ªes, lo hacen en nuestro nombre
El 11 de septiembre de 2001, varios s¨²bditos saud¨ªes, dirigidos por el saud¨ª Osama Bin Laden, perpetraron un devastador ataque terrorista contra Estados Unidos. La respuesta de Washington consisti¨® en invadir Afganist¨¢n, el pa¨ªs que alojaba a Al Qaeda, e Irak, que no ten¨ªa nada que ver. Si alguien quiere comprender la diplomacia, esa fue una excelente lecci¨®n pr¨¢ctica. Nunca se pens¨® en presionar a Arabia Saud¨ª. Todo lo contrario. Se aplic¨®, con la excusa de los atentados, un plan (absurdo) que llevaba a?os desarroll¨¢ndose para favorecer las ambiciones de Riad y Tel Aviv, los grandes aliados en la regi¨®n. La diplomacia no atiende a hechos. Atiende a intereses.
Lo que llamamos pol¨ªtica internacional consiste en la proyecci¨®n de los intereses locales. Tip ?O¡¯Neill, un h¨¢bil parlamentario de Boston, sol¨ªa decir que la ¨²nica pol¨ªtica realmente existente es la que se realiza dentro de una circunscripci¨®n electoral o, en los muy numerosos reg¨ªmenes dictatoriales, dentro de una esfera de poder. Todo empieza y acaba ah¨ª. Lo dem¨¢s es farsa, cinismo y violencia.
Seg¨²n informaciones turcas, un m¨¦dico saud¨ª llamado Salah Mohammed Tubaiqi practic¨® una autopsia en vivo al periodista saud¨ª Jamal ?Khashoggi. Lo hizo en el consulado de su pa¨ªs en Estambul, mientras escuchaba m¨²sica. Seguramente se puso una bata porque la diplomacia mancha. Del eslab¨®n final de la cadena diplom¨¢tica cuelga casi siempre un cad¨¢ver despedazado: en una mina de colt¨¢n congole?a, en una calle de Yemen o Siria o en una sede consular.
Por supuesto, los diplom¨¢ticos son gente respetable. Como los periodistas o los polic¨ªas, desempe?an un trabajo ingrato que alguien tiene que hacer. Igual que a los periodistas y a los polic¨ªas, el empleo les convierte en l¨²cidos o c¨ªnicos. A veces ambas cosas.
El r¨¦gimen saud¨ª consiste en una repugnante mezcla de riqueza petrolera, brutalidad sin l¨ªmites y miseria moral. Eso lo sabemos desde siempre. Es el r¨¦gimen que secuestra a un primer ministro de L¨ªbano sin que nadie mueva una ceja, que bombardea Yemen de forma salvaje, que difunde por el mundo una versi¨®n del islam absolutamente cerril y que considera el colmo de la liberalidad permitir que algunas mujeres saud¨ªes conduzcan autom¨®viles.
La tortura y asesinato (a¨²n presuntos) del periodista Khashoggi han suscitado la habitual indignaci¨®n de las opiniones p¨²blicas occidentales. A unos cuantos diplom¨¢ticos y a unos cuantos pol¨ªticos les corresponde ahora salir a la pista y acometer una torpe danza ritual, en la que invocar¨¢n los derechos humanos mientras gui?an el ojo al aliado saud¨ª. Cancelar¨¢n encuentros pero mantendr¨¢n los contratos. ?Hipocres¨ªa? No. Salvo que consideremos hip¨®critas a los trabajadores del astillero Navantia, para quienes resulta mucho m¨¢s importante construir las cinco corbetas destinadas a las guerras saud¨ªes (son siete millones de horas de trabajo, caramba) que todos esos barullos y cr¨ªmenes de all¨¢ lejos. Salvo que aceptemos una gasolina m¨¢s cara y escasa. Salvo que asumamos que cuando nuestros dirigentes hacen abyectas reverencias a los s¨¢trapas saud¨ªes, lo hacen en nombre de sus intereses personales y de los nuestros. Que son mezquinos, pero nuestros.
Ojal¨¢ tuvi¨¦ramos otros. No es el caso.
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