De s¨ªmbolos y emociones
Las dificultades empiezan con el culto a la bandera, transformada en algo superior a la sociedad
Osvaldo Soriano (1943-1997) sab¨ªa tomarle el pulso a la Argentina popular. Uno lee y relee a aquel periodista pele¨®n y futbolero, denostado por los culteranos de la ¨¦poca, y no deja de asombrarse. No hay mejor par¨¢bola sobre la crisis recurrente del pa¨ªs que Una sombra ya pronto ser¨¢s, relato surrealista sobre los tumbos de un ingeniero an¨®nimo por las carreteras desiertas. Ni hay mejor s¨¢tira sobre el peronismo que la que Soriano, peronista, destil¨® en No habr¨¢ m¨¢s penas. En 1972, Juan Domingo Per¨®n retorn¨® a Buenos Aires tras casi dos d¨¦cadas de exilio y puso en marcha una cruenta depuraci¨®n entre sus fieles. El peronismo ortodoxo, de derechas, aliment¨® la Triple A y se dedic¨® a exterminar montoneros, peronistas revolucionarios. La novela plasma la paradoja con el enfrentamiento en un pueblo perdido de dos bandos que se masacran mutuamente al grito de ¡°viva Per¨®n¡±. La matanza de los setenta no tuvo grandes consecuencias a largo plazo: el peronismo de izquierdas decidi¨® que Per¨®n no ten¨ªa ni idea de peronismo y sigui¨® con lo suyo.Los elementos aglutinadores de car¨¢cter emotivo (el peronismo es, al margen de otras cosas, un fen¨®meno sentimental) entra?an peligro.
Conviene, por ejemplo, manejar con cuidado las banderas. No me refiero a la situaci¨®n en que dos bandos, enarbolando banderas distintas, ri?en en nombre de verdades presuntamente indiscutibles. Me refiero m¨¢s bien a la bandera, una sola, como instrumento para inventar unanimidades. En Catalu?a, Espa?a o Tayikist¨¢n.
?La bandera representa a una comunidad basada en ciertos valores? Por supuesto, ning¨²n problema. Las dificultades empiezan con el culto a la bandera, transformada en algo superior a la sociedad. Hay quien admira el respeto de los estadounidenses por las barras y las estrellas, olvidando que muchas veces han sido el emblema de la divisi¨®n: sin ir muy lejos, durante la guerra de Vietnam o la guerra de Irak, cuando mantener ciertas opiniones suscitaba aquella simp¨¢tica respuesta por parte de personas envueltas en la bandera: ¡°Si no te gusta tu pa¨ªs, l¨¢rgate¡±. Es decir, olvida la idea de cambiarlo.
Quien se apropia del emblema cree apropiarse de la raz¨®n. Francia a¨²n est¨¢ pagando los banderazos de Charles de Gaulle, que disfraz¨® con la tricolor la derrota en la Segunda Guerra Mundial y luego el desastre de la guerra colonial argelina: el rojo, blanco y azul surgidos de la revoluci¨®n son hoy el recurso m¨¢s eficaz de la ultraderecha y su idea (falsa) de la grandeur.
Solo conozco personalmente un pa¨ªs capaz de mantener un v¨ªnculo intenso y a la vez higi¨¦nico con su bandera. Hablo de Reino Unido, que no es una naci¨®n. Ayuda a los brit¨¢nicos el hecho de que sus selecciones futbol¨ªsticas no compitan bajo la Union Jack, sino bajo la Cruz de San Jorge, la de San Andr¨¦s y dem¨¢s emblemas: preserva el s¨ªmbolo com¨²n de las calenturas de estadio. Les ayuda tambi¨¦n el humor, que, incluso en plena fiebre del Brexit, y en previas circunstancias mucho peores, se mantiene como valor esencial de la sociedad.Los espa?oles no somos brit¨¢nicos y nos hemos matado m¨¢s de una vez al grito de ¡°viva Espa?a¡±. Que viva. Y que nos deje vivir tranquilamente a nosotros.
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