Nosotros, los robots
Los ingenios mec¨¢nicos no eran m¨¢s que una fantas¨ªa hasta la llegada de los tiempos cartesianos, marcados por el mecanicismo que explica lo animado en t¨¦rminos de materia en movimiento
Cuentan que Descartes, tras la muerte de su hija de cinco a?os, se obsesion¨® tanto con su ausencia que cre¨® una mu?eca muy parecida a la difunta y a la que llamaba de igual modo: Francine. No es de extra?ar algo as¨ª, pues, para Descartes, el cuerpo era una m¨¢quina y la naturaleza un mecanismo inerte creado por Dios, es decir, por una sustancia infinita, eterna, inmutable e independiente, as¨ª como omnisciente y omnipotente, a la que el fil¨®sofo se quiso igualar ingeniando una mu?eca articulada que vino a cubrir la ausencia de su hija.
En cierta ocasi¨®n, viajando en barco por el mar del Norte, el fil¨®sofo se llev¨® a la mu?eca guardada en un cofre. El capit¨¢n del barco, intrigado, forzar¨ªa el cofre hasta conseguir abrirlo. Cuando vio que aquella mu?eca se mov¨ªa igual que si fuera humana, el capit¨¢n del barco la agarr¨® y la tir¨® por la borda. Acto seguido, Descartes hizo lo mismo con el capit¨¢n y lo tir¨® por la borda. Con este espeluznante relato, se nos hace imposible separar la realidad de la ficci¨®n; algo muy com¨²n cuando las historias las protagonizan robots o aut¨®matas que vienen a ocuparse de los quehaceres m¨¢s cotidianos, incluso de ocupar el sitio de los muertos.
As¨ª lleva ocurriendo desde los tiempos de la Grecia cl¨¢sica, cuando los ingenios mec¨¢nicos eran asunto mitol¨®gico. Sin ir m¨¢s lejos, Arist¨®teles, en su Pol¨ªtica, hace referencia a ellos para justificar la esclavitud y nos dice que los empresarios no pueden prescindir de los operarios como tampoco lo pueden hacer los se?ores de los esclavos, ya que, los instrumentos no trabajan por s¨ª mismos, tal y como lo hac¨ªan las estatuas de D¨¦dalo que se resist¨ªan a permanecer en reposo, o los tr¨ªpodes de Hefesto que, con sus ruedas de oro, se mov¨ªan para reunirse con los dioses.
Recordemos que en la mitolog¨ªa clasica, Hefesto es el dios de la forja y al que se debe la creaci¨®n de Talos, el primer robot mitol¨®gico de la Historia y al que se presentaba como el centinela de Creta, siempre vigilante para impedir a los extranjeros entrar en la isla. Cuando sorprend¨ªa a alg¨²n extranjero que hab¨ªa traspasado las lindes, Talos se hund¨ªa en el fuego hasta calentarse al rojo vivo y, con su abrazo, calcinaba al osado. Apolonio de Rodas, en el poema ¨¦pico Las Argon¨¢uticas, nos presenta a este robot mitol¨®gico ¡°formado de bronce y sin fractura posible¡± lanzando pe?ascos a Jason y a los argonautas que, una vez alcanzada la isla de Creta, iban a hacerse con el vellocino de oro. Talos es el arquetipo mitol¨®gico que forma parte de la memoria del ser humano en su dimensi¨®n protectora. De igual manera tenemos el Golem, creado para defender el gueto de Praga por el Maharal de Praga, rabino del siglo XVI.
En definitiva, los ingenios mec¨¢nicos no eran m¨¢s que una fantas¨ªa hasta la llegada de los tiempos cartesianos, marcados por el mecanicismo que explica lo animado en t¨¦rminos de materia en movimiento. Con tal antecedente, el terreno quedar¨ªa abonado para que Jacques Vauncason construyese en 1737 un aut¨®mata de tama?o natural que tocaba el tambor y la flauta desarrollando en su repertorio una docena de canciones. Ese mismo a?o, crear¨ªa dos aut¨®matas m¨¢s, un tamborilero y un pato con aparato digestivo que com¨ªa y diger¨ªa cereales. M¨¢s tarde, alejado del divertimento de sus juguetitos, Vauncason construy¨® el primer telar autom¨¢tico moderno que refutaba a Arist¨®teles y que situar¨ªa el ingenio mec¨¢nico en una dimensi¨®n real.
Ser¨¢ a principios de los a?os veinte del pasado siglo, cuando el t¨¦rmino robot aparezca por primera vez. Lo va a hacer en una obra teatral del dramaturgo checo Karel ?apek titulada R.U.R (Robots Universales Rossum) y que trata sobre una empresa que construye robots dotados con inteligencia artificial y que se sublevan contra los humanos. Algo, por otro lado, inadmisible para las leyes de la robotica elaboradas por Asimov a?os m¨¢s tarde, en su relato C¨ªrculo vicioso (1942), donde establece, en primer lugar, que ¡°un robot nunca har¨¢ da?o a un ser humano¡±. En segundo lugar, que ¡°los robots deben cumplir las ¨®rdenes dadas por los seres humanos, a excepci¨®n de aquellas que entrasen en conflicto con la primera ley¡± y, por ¨²ltimo, que ¡°un robot debe proteger su propia existencia en la medida en que esta protecci¨®n no entre en conflicto con la primera o con la segunda ley¡±.
Todo esto viene a cuento porque, desde hace unos d¨ªas y hasta el mes de febrero del pr¨®ximo a?o, en Madrid, en el Espacio Fundaci¨®n Telef¨®nica se ofrece una exposici¨®n dedicada a los robots bajo el t¨ªtulo: Nosotros los robots. No dejen de visitarla.
El hacha de piedra es una secci¨®n donde Montero Glez, con voluntad de prosa, ejerce su asedio particular a la realidad cient¨ªfica para manifestar que ciencia y arte son formas complementarias de conocimiento.
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