Las mujeres, las grandes olvidadas
El patriarcado ha negado el protagonismo a ellas en los avances de la sociedad y se los ha atribuido exclusiva e injustamente a los varones
La raz¨®n moderna e ilustrada afirm¨® la universalidad de los Derechos Humanos y de la raz¨®n y, en un acto de incoherencia, se los neg¨® a las mujeres, v¨ªctimas de una racionalidad selectiva de car¨¢cter patriarcal. Adem¨¢s, con la historia en la mano, hemos de reconocer que entre las v¨ªctimas de las masacres humanas, las m¨¢s numerosas, agredidas y olvidadas, las que han sufrido todo tipo de discriminaciones y la negaci¨®n de su dignidad, de sus derechos y de su libertad, aquellas a las que se les ha negado hacer sus proyectos aut¨®nomos de vida, a quienes se les han destruido sus esperanzas, a quienes se les ha prohibido hasta so?ar, han sido y siguen siendo las mujeres.
Ellas son las principales v¨ªctimas del sexismo en alianza m¨²ltiple y complicidad permanente con el capitalismo en sus diferentes modalidades ¡ªhoy el neoliberalismo¡ª, el etnocentrismo, el clasismo, el colonialismo, el imperialismo, la depredaci¨®n de la naturaleza, el racismo patriarcal, los fundamentalismos de todo tipo, las religiones, etc¨¦tera.
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Son las religiones ¡ªo mejor, sus jerarqu¨ªas¡ª las que imponen a las mujeres una moral de esclavas y subalternas, resumida en estos siete verbos: obedecer, someterse, aguantar, soportar, sacrificarse por, cuidar de y perdonar. A dicha moral, el feminismo opone como alternativa una ¨¦tica sustentada en los verbos: resistir, rebelarse, negarse a, empoderarse, ser aut¨®noma, compartir los cuidados, exigir perd¨®n, arrepentimiento, prop¨®sito de la enmienda, reparaci¨®n y no repetici¨®n.
El cambio en la moral religiosa patriarcal para con las mujeres exige previamente una teor¨ªa cr¨ªtico-feminista de las religiones, de su organizaci¨®n, de sus doctrinas androc¨¦ntricas, de sus deidades masculinas y de las masculinidades sagradas que legitiman los comportamientos de los varones, por muy inmorales que sean, bas¨¢ndose en la masculinidad divina, sobre todo en las religiones monote¨ªstas.
El sexismo es inherente al patriarcado que recurre sistem¨¢ticamente a la violencia contra las mujeres y los sectores m¨¢s vulnerables de la sociedad, ni?os y ni?as, en todas sus modalidades desde su silenciamiento e invisibilidad hasta los feminicidios, que se cuentan por millones a lo largo de la historia ¡ªsolo en 2017, 66.000 asesinatos de mujeres¡ª.
Las religiones han impuesto a las mujeres una moral de esclavas y subalternas resumida en siete verbos: obedecer, someterse, aguantar, soportar, sacrificarse por, cuidar de y perdonar
Es con las mujeres con quienes m¨¢s deuda tiene la humanidad, la tenemos los hombres, instalados en los privilegios de la masculinidad hegem¨®nica, a los que tenemos que renunciar si queremos que sea sincera y cre¨ªble nuestra incorporaci¨®n a la lucha feminista. Es a las mujeres a quienes hemos de recordar nosotras de manera especial hoy. Y utilizo el femenino intencionadamente porque nosotros somos ellas, su causa es la nuestra. Es a ellas a quienes tenemos que rehabilitar en su dignidad negada.
Es de ellas de quienes tenemos que hacer genealog¨ªa, memoria subversiva, recordar sus sufrimientos y sus luchas en defensa de la vida, de la libertad y de la naturaleza. Es a ellas a quienes hay que reconocer sus creaciones culturales, sociales, la mayor¨ªa de las veces minusvaloradas, olvidadas o negadas. Gracias a ellas la historia ha avanzado por el camino de la liberaci¨®n y de la emancipaci¨®n.
Sin embargo, el patriarcado les ha negado el protagonismo en esos avances y se los ha atribuido de manera exclusiva e injustamente a los varones, y de entre ellos a los reyes, pr¨ªncipes, arist¨®cratas, plut¨®cratas, etc¨¦tera despreciando las actividades de las mujeres, sobre todo las que ejercen en la vida cotidiana, y negando trascendencia a lo dom¨¦stico, que es el espacio donde han sido recluidas.
Solo rehabilitando a las mujeres y luchando por su emancipaci¨®n es posible construir una cultura de paz y una justicia de g¨¦nero. De otra forma, la cultura de paz excluir¨¢ a m¨¢s de la mitad de la humanidad y dejar¨¢ de ser tal para convertirse en barbarie violenta, y la justicia de g¨¦nero no pasar¨¢ de ser un eslogan vac¨ªo de contenido que se tornar¨¢ injusticia patriarcal y mantendr¨¢ a las mujeres en una situaci¨®n de discriminaci¨®n.
Solo rehabilitando a las mujeres y luchando por su emancipaci¨®n es posible construir una cultura de paz y una justicia de g¨¦nero
Se est¨¢ produciendo un cambio de paradigma, que ya resulta imparable. Hasta ahora para las mujeres todos eran deberes y obligaciones. Ahora es el tiempo de sus derechos: a la queja, a la protesta, a la insumisi¨®n, al disenso, a la autonom¨ªa, a la libertad, a los derechos sexuales y reproductivos. Hasta ahora los ¨²nicos pactos eran los que sellaban los varones, para aferrarse al poder y repart¨ªrselo patriarcalmente, excluyendo a las mujeres de ellos.
Un ejemplo es el ¡°Contrato social¡± de Jean-Jacques Rousseau, que solo reconoce derechos pol¨ªticos a los varones y los niega a las mujeres. El pacto social no ten¨ªa vigencia en el hogar, donde la mujer deb¨ªa estar sometida al marido. L¨¦ase para comprobarlo el cap¨ªtulo V del libro de Rousseau Emilio o de la educaci¨®n (Alianza Editorial, Madrid, 2011, segunda reimpresi¨®n, pp. 563 y ss), cuya protagonista es Sof¨ªa, la compa?era de Emilio, que en las relaciones morales debe ser pasiva y d¨¦bil y cuya funci¨®n es ¡°agradar al hombre¡±:
¡°En la uni¨®n de los sexos, cada uno concurre de igual forma al objetivo com¨²n, pero no de igual manera. De esa diversidad nace la primera diferencia asignable entre las relaciones morales de uno y otro. Uno debe ser activo y fuerte, el otro pasivo y d¨¦bil; es totalmente necesario que uno pueda y quiera, basta que el otro resista poco. Establecido este principio, de ¨¦l se sigue que la mujer est¨¢ hecha para especialmente para agradar al hombre. Si el hombre debe agradarle a su vez, es una necesidad menos directa, su m¨¦rito est¨¢ en su potencia, agrada por el mero hecho de ser fuerte. Convengo en que no es esta la ley del amor, pero es la de la naturaleza, anterior al amor mismo¡± (p. 565).
Ahora ha comenzado el tiempo de los pactos entre mujeres inclusivos de todas las personas vulnerables. Hasta ahora, los cuerpos de las mujeres estaban colonizados, eran propiedad de los esposos, de los confesores, de los padres espirituales, de los asesores matrimoniales, y objeto de abusos sexuales. Ahora las mujeres reclaman y ejercen el derecho sobre su propio cuerpo. Hasta ahora lo que imperaba como ideal en las relaciones humanas era la fraternidad (de ¡°frater¡±, hermano). A partir de ahora, relaciones entre los seres humanos han de regirse por la fraternidad-sororidad (de ¡°soror¡±, hermana).
Un antecedente de dicho cambio de paradigma lo tenemos en el protofeminismo de pensadores como el padre Benito Feijoo o el fil¨®sofo franc¨¦s Poulain de Barre con su afirmaci¨®n ¡°la mente no tiene sexo¡±. Se encuentra tambi¨¦n en la primera ola del feminismo pol¨ªtico representado por Olympia de Gouges que, como contrapunto a la androc¨¦ntrica Declaraci¨®n de los derechos del hombre y del ciudadano, de la Revoluci¨®n Francesa, escribi¨® la Declaraci¨®n de los derechos de la mujer y de la ciudadana, en la que afirmaba que ¡°si la mujer tiene el derecho de subir al cadalso, debe tener tambi¨¦n igualmente el de subir a la Tribuna¡±. Olympia no logr¨® subir a la Tribuna, pero s¨ª subi¨® al cadalso donde fue guillotinada.
Juan Jos¨¦ Tamayo es director de la C¨¢tedra de Teolog¨ªa y Ciencias de las Religiones ¡°Ignacio Ellacur¨ªa¡±, de la. Universidad Carlos III de Madrid, y autor de Religi¨®n, g¨¦nero y violencia (Dykinson, 2017, 2? ed.).
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