A Isadora Duncan
Bailaba como si cada actuaci¨®n fuese la ¨²ltima, parec¨ªa de otra galaxia. La autora glosa la figura de una artista ¨²nica que vivi¨® al l¨ªmite
ADIOS, AMIGOS m¨ªos, me voy a la gloria¡±.
Con palabras as¨ª de alegres y lapidarias te despediste de este mundo antes de subir a aquel Bugatti en el paseo de los Ingleses. Iba a ser tu ¨²ltimo viaje, y daba la impresi¨®n de que tu coraz¨®n ya lo sab¨ªa.
Cierro los ojos y veo tu rostro lleno de luz, tus ?cabellos sueltos, tus pies desnudos, la t¨²nica que ?apenas vela tu cuerpo, tus brazos acariciando los astros, tu cabeza inclinada hacia atr¨¢s como las bacantes de los frisos griegos¡
Te conoc¨ª en la infancia gracias a una pel¨ªcula. Al d¨ªa siguiente me sent¨ªa otra: quer¨ªa ser el cofre de tu memoria, quer¨ªa dedicar mi vida al arte. Despu¨¦s le¨ª tu autobiograf¨ªa, y cruzando las fronteras del espacio y el tiempo te acompa?¨¦ en el sepelio de tus hijos Deirdre y Patrick, que cayeron en manos de las ondinas carn¨ªvoras del Sena por el descuido del ch¨®fer que conduc¨ªa el autom¨®vil en el que viajaban. Los accidentes tr¨¢gicos fueron el negro sol de tu vida. Y t¨², que hab¨ªas heredado el saber de las pitonisas griegas, te adelantaste a su fin con m¨¢s de un presagio. Tu ardor ten¨ªa siempre un fondo amargo, pero solo t¨² lo sab¨ªas y lo expresabas en tu danza.
Cuando bailabas, la vida y la muerte segu¨ªan tus pasos como dos hermanas siamesas y malvadas, vincu?ladas a la noche y al agua. T¨² misma contabas que de ni?a las olas fueron tus maestras y yo te creo. Llevabas siempre contigo un aliento que te sobrepasaba y que expand¨ªa hasta el l¨ªmite de lo posible tus deseos. Desgarraste el velo de Maya de la danza y te atreviste a bailar como nadie hab¨ªa bailado hasta entonces. Eras el odre de la ligereza y la magnificencia. Eras la generosidad suprema y tu cabeza estaba llena de estrellas danzarinas.
Los periodistas te llamaban ninfa, pero t¨² dec¨ªas que eras la hija de Dioniso, el dios de la dicha a profusi¨®n pero tambi¨¦n de la tragedia. Por eso las desdichas se fueron sucediendo en tu existencia a la par que las alegr¨ªas, y fuiste la inspiraci¨®n de muchos artistas que contigo aprendieron a ser m¨¢s libres, m¨¢s audaces, m¨¢s verdaderos.
Cuentan que sal¨ªas al escenario como una vestal escapando de un templo en llamas, que tus bailes eran rituales sagrados que transmit¨ªan todas las emociones, y erizaban la piel del cuerpo y la piel del alma: el p¨²blico lloraba de dicha, y los que aspiraban a ridiculizarte cambiaban su prop¨®sito al mirarte y temblaban ante la epifan¨ªa del arte.
Bailabas como si cada actuaci¨®n fuese la ¨²ltima, con una energ¨ªa tit¨¢nica. Parec¨ªas de otra galaxia. Tu tercer hijo naci¨® en tiempos de guerra y no vivi¨® lo suficiente para tener nombre. Un d¨ªa profetizaste: ¡°?Las m¨¢quinas han sido mis enemigos, mataron a mis tres hijos¡ Tal vez un d¨ªa una m¨¢quina me mate!¡±. Una vez m¨¢s, no erraste en tu vaticinio. Daba la impresi¨®n de que ten¨ªas acceso al Libro de la Vida. Viajaste a Grecia, para beber el saber antiguo y predecir la danza del futuro. Viajaste a Rusia para vivir desde dentro la revoluci¨®n y bailar en medio del fragor.
Las aguas y las m¨¢quinas marcaron tu destino. Tu padre se ahog¨® en el naufragio de un barco. El Sena se bebi¨® la vida de tus hijos. Tu esposo, el poeta Sergei Esenin, se ahorc¨® colg¨¢ndose de la tuber¨ªa de un hotel de Leningrado, tras escribir un poema con su sangre. Y t¨², querida m¨ªa, falleciste frente al mar de tus anhelos, pero bien sabes que nunca mueren del todo los que sobrepasaron el l¨ªmite de sus propios deseos. Tu restes dans mon c?ur ¨¤ jamais, ma s?ur.?
Irene Gracia es autora de Los amantes boreales (Siruela).
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