El fascismo que viene
Miles de acad¨¦micos se ganar¨¢n la vida durante siglos estudiando por qu¨¦ ocurri¨® lo que empieza a ocurrir ahora
El fascismo puede definirse de muchas maneras, todas ellas parciales. Seg¨²n la ¨¦poca y el lugar, ha consistido en el secuestro del Estado por parte de intereses privados, o en el encuadramiento de la sociedad dentro de un esquema cuartelario, o en la creaci¨®n de mecanismos m¨¢s o menos brutales para eliminar el disenso frente al poder. A veces estas caracter¨ªsticas se combinan. En general, el fascismo requiere de un l¨ªder carism¨¢tico. Pero no siempre. Un r¨¦gimen puede parecer fascista sin serlo: la Argentina de Per¨®n. Y puede ser fascista sin parecerlo: el Portugal de Oliveira Salazar. El fascismo da para muchas elucubraciones.
Quiz¨¢ la esencia del fascismo consista en algo bastante simple: una reacci¨®n agresiva de la mayor¨ªa contra las minor¨ªas. Las mayor¨ªas, por supuesto, son algo contingente. No existen de por s¨ª. Hay que crearlas o al menos conformarlas, y para eso es necesario encontrar sentimientos que muchos puedan compartir (el fascismo no se basa en ideas, sino en sentimientos) y azuzarlos al m¨¢ximo. El miedo, la raza, la patria, la bandera, la religi¨®n, la frustraci¨®n, el pasado (en este caso casi como ant¨®nimo de la historia): elementos que no resisten un an¨¢lisis somero y que a la vez pueden suscitar violentas emociones colectivas.
Las causas de que el fascismo est¨¦ en auge dan para una enciclopedia. Desde los disparates fiscales del neoliberalismo hasta la angustia ante la revoluci¨®n tecnol¨®gica y la destrucci¨®n del trabajo como valor, desde el envilecimiento de ciertas ¨¦lites hasta la glorificaci¨®n del ego¨ªsmo, desde los cambios provocados por la mundializaci¨®n y los movimientos migratorios hasta el debilitamiento de las instituciones nacionales frente a nuevas instituciones internacionales que no han logrado ser lo bastante eficaces y lo bastante representativas. Miles de acad¨¦micos se ganar¨¢n la vida durante siglos estudiando por qu¨¦ ocurri¨® lo que empieza a ocurrir ahora.
Volvamos a lo m¨¢s simple: mayor¨ªa contra minor¨ªas. El fascismo de hoy no se proclama fascista sino democr¨¢tico, en parte porque la palabra ¡°fascismo¡± sigue provocando un amplio rechazo y en parte porque apela a una de las definiciones de la democracia, la m¨¢s parcial, tan parcial que roza la falsedad: el gobierno de la mayor¨ªa. El abuso del t¨¦rmino ¡°democracia¡± (que, como suele recordarse, jam¨¢s aparece en una Constituci¨®n tan eficiente como la que elaboraron los Padres Fundadores de Estados Unidos) ha difuminado el concepto liberal acu?ado durante los dos ¨²ltimos siglos: un sistema que permite el gobierno de la mayor¨ªa y a la vez garantiza los derechos de las minor¨ªas.
La izquierda, sea lo que sea eso, deber¨ªa preguntarse por qu¨¦ lleva d¨¦cadas articulando su proyecto en torno a las minor¨ªas. Precisemos: en torno a un proceso de creaci¨®n, exaltaci¨®n y radicalizaci¨®n de minor¨ªas que, llevado al absurdo (y en el absurdo estamos), genera un mosaico de piezas imposibles de ensamblar. ?C¨®mo va a ser posible componer ese rompecabezas, si cada pieza compite con la otra por un mismo espacio y tiene objetivos incompatibles con los de la pieza de al lado?
El fascismo que viene cuenta con la capacidad de destruir la democracia en nombre de la democracia. Como en otras ocasiones, solo puede ser derrotado por una mayor¨ªa que defienda los delicados y esquivos principios de la convivencia. En otras ocasiones fue imposible componer esa mayor¨ªa. Parece que hoy tampoco.
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