Se traspasa hija de seis a?os por una deuda de cervezas de ocho euros
En algunas comunidades del oeste de Kenia las mujeres son heredadas por otro hombre al quedarse viudas o vendidas en matrimonios concertados. Un colectivo se ha levantado contra esta tradici¨®n
En una de las aldeas hay una mujer embarazada. Ha atravesado m¨¢s de tres kil¨®metros de caminos enfangados para llegar a la cl¨ªnica, pero el vestido rojo luce impoluto. Radiante. La medici¨®n ha ido bien y el beb¨¦ nacer¨¢ en unas semanas. La joven sonr¨ªe. Ella tambi¨¦n habr¨ªa conquistado las c¨¢maras de Hollywood. La sonrisa se alarga unos segundos m¨¢s, hasta que encuentra el horizonte. Entonces ya es demasiado tarde para seguir sonriendo. Solo queda aguardar a que el peque?o que espera no sea ni?a.
¡°Aqu¨ª tener hijas es como tener un ATM (cajero autom¨¢tico, por sus siglas en ingl¨¦s): una forma de conseguir dinero. Los varones son vistos como una bendici¨®n, como ese alguien que va a perpetuar la familia, pero las ni?as no. Est¨¢ tan interiorizado¡±, relata ¡®Mama¡¯ Mery, el particular ¨¢rbol de Tener¨¦ de este p¨¢ramo que conduce a Uganda, ¡°que las propias mujeres reconocen que tener una hija no es lo que querr¨ªan¡±. "?Felicidades, has tenido un hijo!" que se vuelven silencios, sonrisas perdidas en el horizonte, cuando el beb¨¦ peque?o resulta ser mujer.
Una malquerencia de g¨¦nero que en Kenia se extiende desde la infancia: son las mujeres las primeras en abandonar la escuela ¡ªhasta el 23% de las j¨®venes entre 14 y 17 a?os est¨¢n fuera del sistema educativo¡ª, las primeras en casarse ¡ªel 4% antes de los 15 y el 23% sin llegar a cumplir los 18¡ª y, en regiones como Butula, las primeras en ser reducidas a una mera transacci¨®n econ¨®mica. A Rose Marie, hoy 57 a?os y un collar de perlas baratas por cada cicatriz, su padre la vendi¨® por cuatro vacas, una cabra y un pu?ado de monedas cuando ten¨ªa s¨®lo 16 a?os. ¡°Todav¨ªa hoy lloro al recordarlo. Yo no me quer¨ªa casar¡±. Mucho menos con un hombre mayor que la tom¨® por la fuerza una tarde al volver de la escuela.
Poco import¨® lo que ella quisiera. ¡°Es algo cultural, en aquella ¨¦poca le pasaba a muchas. Al principio el matrimonio no fue mal, pero luego el empez¨® a beber y a acostarse con otras mujeres¡¡±. Una poligamia que no duele en el coraz¨®n, pero que explica por qu¨¦ la pandemia del HIV ¡ªKenia es el cuarto pa¨ªs del mundo con m¨¢s casos, 1,6 millones¡ª afecta m¨¢s a las mujeres: la prevalencia entre ellas, 6,2, casi duplica a la de los hombres, 3,5. A Caroline, otra mujer que encierra las penas en collares, su marido le leg¨® cinco hijos que son lo mejor de su vida y una infecci¨®n de HIV que la est¨¢ matando, principalmente, de hambre: con el cuerpo dolorido no tiene fuerzas para trabajar la tierra. Un c¨ªrculo que le impide alimentar bien a sus hijos o pagar las matr¨ªculas de la escuela. ¡°La casa tampoco est¨¢ bien, cuando llueve el agua se filtra¡¡±.
Todo habr¨ªa sido distinto si en 2015, al fallecer su esposo, el hermano de este la hubiera heredado. En Butula, en las aldeas de campesinos que estaban ah¨ª antes de que asfaltaran la carretera que solo conduce a Uganda o, 430 kil¨®metros en la otra direcci¨®n, a Nairobi, es lo que siempre ha ocurrido. Lo que dicta la tradici¨®n. ¡°Aqu¨ª si no tienes marido no eres nadie. Y si no tienes hijos, menos todav¨ªa¡±, sentencia Rose Marie.
Aqu¨ª si no tienes marido no eres nadie. Y si no tienes hijos, menos todav¨ªa
Al ser un miembro var¨®n de la familia quien se hace cargo de la viuda y de sus hijos, sus tierras y posesiones quedan tambi¨¦n bajo el blas¨®n familiar. Un proteccionismo tradicional que se sustenta en la negaci¨®n de cualquier rol social de la mujer. Su mera funci¨®n mercantil. ¡°Aqu¨ª nosotras no podemos ser libres, ni valernos por nosotras mismas¡±, a?ade Caroline, a quien hace tres a?os le dieron la calificaci¨®n m¨¢s baja posible: ni siquiera val¨ªa la pena ¡®heredarla¡¯, resultaba demasiado costoso. ¡°Yo tampoco lo habr¨ªa aceptado¡±, replica hoy que ha aprendido a resistir. Mil d¨ªas atr¨¢s no habr¨ªa sabido como negarse.
Dios odia el divorcio
Por aquel entonces, cuando Rose Marie y Caroline cargaban le?a, gallinas y ni?os de un lado al otro de la carretera, no hab¨ªan o¨ªdo hablar de Mary Makokha. O quiz¨¢ s¨ª, pero era una ni?a cuando se fue a estudiar a la capital. Hoy no hay nadie en Butula que no sepa quien es Mama Mery, como todos la llaman aunque algunas le doblen la edad.
¡°?La oficina de Reep?¡± S¨ª, est¨¢ por ah¨ª¡±, indica, desganado, como si le pesase la cabeza, un joven conductor de motocicleta. En la parada que avisa de la llegada al pueblo ¡ªno hay carteles, apenas un enjambre de boda-bodas embarradas y un sed¨¢n con el maletero abierto pero ya repleto¡ª solo hay mujeres de paso. Algunas vuelven del mercado en Bumula, el final de la carretera asfaltada, y las menos de Busia, la capital del distrito. En el matatu, las tradicionales furgonetas que sirven de transporte en Kenia, viene tambi¨¦n una universitaria con pocas ganas de volver a casa y una mujer con un negocio de ropa en Nairobi. Bajan apuradas, desoyendo las ofertas que casi son imposiciones para llevarlas a casa de los chicos de las motocicletas.
Butula es un rinc¨®n pobre de un lugar en el que hay muchos pobres y algunos ricos. Las estad¨ªsticas oficiales dicen que la tasa de pobreza en el condado roza el 65%, casi 20 puntos por encima de la media nacional. La pol¨ªtica tribal que impera en el pa¨ªs ¡ªaqu¨ª la mayor¨ªa es luhya¡ª ha retrasado la inversiones en la antigua provincia occidental. Al sur sobreviven con la pesca en el lago Victoria. Al norte, con lo que da la tierra y con el contrabando. Ese es el gran negocio local. Por algo en la ciudad hay un hotel con piscina, aire acondicionado y televisi¨®n por cable. Al contrario que en la playas de Mombassa o en Nairobi, aqu¨ª los clientes no son extranjeros. Los hu¨¦spedes del Breeze Hotel son hombres de negocios.
El trasiego de camiones y autobuses es constante a un lado y otro de la frontera. Llevan mercanc¨ªas, personas o lo que haya que llevar. As¨ª es como la gente se gana la vida aqu¨ª. A una u otra escala: hay quien transporta con un cami¨®n y hay quien lo hace con una simple motocicleta. ¡°Lo de boda-boda viene de border to border (de frontera a frontera). De ah¨ª lo copiaron en el resto del pa¨ªs¡±, repiten los j¨®venes conductores a todo o¨ªdo cr¨¦dulo que los quiera escuchar. Est¨¢n orgullosos, en la prensa internacional los llaman emprendedores.
A media tarde los campesinos vuelven de la shamba (huerto) y las adolescentes del colegio. Es el momento de m¨¢s trabajo para los boda-boda. Y tambi¨¦n cuando m¨¢s agresiones se comenten: si en Kenia el 32% de las menores de 24 a?os han sufrido alg¨²n tipo de agresi¨®n sexual, para acertar con las cifras de Busia habr¨ªa que multiplicar. ¡°Yo me qued¨¦ embarazada con 15 a?os¡±, se?ala Ruth, sin querer entrar en los detalles de aquella agresi¨®n. ¡°Decid¨ª casarme, aun siendo la tercera esposa¡±. Despu¨¦s del tercer hijo, ¨¦l comenz¨® a beber demasiado. ¡°Un d¨ªa, volvi¨® a casa y yo no estaba porque hab¨ªa ido la hospital con la ni?a. Se volvi¨® loco, fue hasta el hospital y empez¨® a golpearme delante de todo el mundo. Alguien lo apart¨® antes de que matara a golpes¡±.
Aunque no era la primera vez que ocurr¨ªa, Ruth no quer¨ªa denunciar. ¡°Por los ni?os. Y tambi¨¦n porque no hablaran mal de m¨ª¡±. ¡°Aqu¨ª las mujeres no pueden divorciarse, la comunidad, incluso las otras mujeres dicen cosas. Todav¨ªa creen que para que una mujer pueda realizarse necesita un hombre¡±, interviene la joven que es la voz de Ruth en esta entrevista. Es una dominaci¨®n por control econ¨®mico: no hay mujeres con camiones o motocicletas con las que cruzar la frontera.
En la oficina de Mama Mery, una habitaci¨®n con dos sof¨¢s, un termo de caf¨¦ y un ordenador, se acumulan los casos. Las fotograf¨ªas de mujeres hospitalizadas. De ni?as con labios tristes. De madres que no quieren tener hijas. ¡°Es algo cultural, de este entorno¡±, repite mientras repasa lo que le ocurri¨® a Inviulate: ni tras la ¨²ltima paliza que la dej¨® postrada durante semanas se atrev¨ªa a denunciar. ¡°La iglesia no ayuda cuando dice que ¡®Dios odia el divorcio¡¯¡±.
El coste de ser una v¨ªctima
En Butula, todo corresponde a los hombres. La herencia. Los hijos. La justicia. ¡°Culturalmente las mujeres no podemos tener propiedades, no estamos autorizadas a heredar¡±, explica Mery. Ni siquiera puede defender a sus ni?os: si un hombre lo desea, puede pagar sus deudas vendiendo a sus hijas. Acaba de ocurrir, no hace ni dos meses, una peque?a de seis a?os fue traspasada a otro hombre para hacer frente a una deuda de cervezas. 1.000 chelines. 8,5 euros.
Denunciarlo casi nunca sirve de nada. Basta con recorrer una veintena de kil¨®metros para cambiar de condado y dejar atr¨¢s la jurisdicci¨®n o con sobornar a polic¨ªas o a la propia familia de la v¨ªctima. ¡°Aqu¨ª 3.000 chelines (algo m¨¢s de 25 euros) es una fortuna¡±, sentencia la responsable de Reep.
M¨¢s all¨¢ del dinero, es la presi¨®n social, eso que Mama Mery llama constantemente "el coste de ser una v¨ªctima", lo que realmente perpet¨²a el estigma contra la mujer. ¡°El coste de ser una v¨ªctima de violencia es muy alto. No s¨®lo por los gastos m¨¦dicos o los del proceso judicial, que son una sangr¨ªa econ¨®mica, sino tambi¨¦n desde el punto de vista emocional. Las v¨ªctimas padecen un segundo proceso traum¨¢tico mientras buscan justicia: este impacto psicol¨®gico ¡ªcausado por la estigmatizaci¨®n social¡ª es a¨²n m¨¢s dif¨ªcil de tratar¡±, subraya Naitore Nyamu, responsable del programa de justicia contra la violencia sexual de la ONG Equality Now.
La violencia consentida, las viudas heredadas. Las ni?as en Butula crecen viendo esas escenas: sus madres golpeadas, sus hermanas violadas a cambio de unos billetes. Y el desprecio a las que se niegan. Porque tambi¨¦n aqu¨ª hay mujeres que eleva el no es no. Mujeres capaces de levantarse pese al precio que tienen que pagar.
¡°La muerte de mi marido, hace ocho a?os, no fue el final de mis problemas¡±. Rose Marie ha soltado ya el collar. Se le humedecen los ojos, pero su sonrisa no la quiebra el horizonte. ¡°Su familia quer¨ªa que me fuera de la casa. Era una casa vieja, llena de goteras, pero no ten¨ªa dinero para repararla. El pastor le pidi¨® a uno de los hermanos de mi marido que se hiciera cargo de m¨ª, pero yo no quer¨ªa. Los vecinos empezaron a hablar, dec¨ªan que era una verg¨¹enza que no trajese otro hombre a casa, que c¨®mo iban a crecer esos hijos¡±.
"?Por qu¨¦ no buscas un hombre que te ¡®herede¡¯, que te haga una buena casa y se haga cargo de tus hijos?". Eso fue lo ¨²ltimo que le dijeron antes de negarle su papel en la comunidad. Rose Marie no puede acudir a las reuniones vecinales. No tiene voz. Ni tampoco es bien recibida entre las otras mujeres. Ella no es una buena esposa a sus ojos. ¡°T¨² no has sido heredada¡±.
Pero Rose Marie ya no es como las dem¨¢s. Tampoco Akini, otra joven a la que le expulsaron de su hogar por no querer encamarse con un familiar de su marido fallecido. Ni Caroline. Ellas, las mujeres de Mama Mery, han aprendido a decir que no. ¡°A romper el silencio¡±. Han puesto en marcha peque?os negocios, ventas de verduras, puestos de costura, suficientes para poner comida en la mesa y pagar el colegio de los hijos, y han tomado conciencia. Porque ellas tambi¨¦n son mujeres de Butula. De una Butula que no quiere volver a tener miedo de sus hijas.
Puedes seguir a PLANETA FUTURO en Twitter y Facebook e Instagram, y suscribirte aqu¨ª a nuestra newsletter.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.
M¨¢s informaci¨®n
Archivado En
- Desarrollo ?frica
- Igualdad oportunidades
- Agenda Post-2015
- ADI
- IDH
- Desigualdad social
- Desarrollo humano
- Indicadores econ¨®micos
- Indicadores sociales
- PNUD
- Cooperaci¨®n y desarrollo
- Calidad vida
- Geopol¨ªtica
- Bienestar social
- ?frica
- ONU
- Relaciones g¨¦nero
- Pol¨ªtica social
- Organizaciones internacionales
- Desarrollo sostenible
- Econom¨ªa
- Relaciones exteriores
- Sociedad
- Medio ambiente
- Pol¨ªtica
- Planeta Futuro