Lo que nos hacen creer que nos pasa
Cuando se proporciona una interpretaci¨®n de las cosas que ni se justifica ni se discute, y se parte de ella una vez y otra, la pereza se adue?a del escenario
TRECE A?OS despu¨¦s de su muerte el 15 de diciembre de 2005, he rele¨ªdo un breve texto de mi padre, que fue Juli¨¢n Mar¨ªas. A diferencia de lo que hace mucha gente, que homenajea a un escritor reci¨¦n desa?parecido leyendo o releyendo en el acto algunos de sus p¨¢rrafos, yo me quedo tan triste ¡ªsobre todo si el escritor me era cercano¡ª que tardo siglos en asomarme de nuevo a su obra, como si hasta cierto punto me pareciera una ofensa que ¨¦sta sobreviva a la persona. (Al autor esa posibilidad, en cambio, lo reconforta un poco en vida.) Son s¨®lo cincuenta p¨¢ginas, fechadas en 1980, cuando nuestra democracia era muy joven. En 2012 las reedit¨® en forma de librito la editorial F¨®rcola, bajo el t¨ªtulo La Guerra Civil ?c¨®mo pudo ocurrir? En su d¨ªa me hab¨ªa gustado mucho ¡ªno todo lo de mi padre me gustaba cabalmente, como supongo que a ¨¦l tampoco lo m¨ªo¡ª, y si ahora he vuelto a ¨¦l no ha sido porque vea el menor peligro de una situaci¨®n parecida a la que desemboc¨® en aquella Guerra, ni de lejos. Pese a que el panorama pol¨ªtico y econ¨®mico de nuestro pa¨ªs sea declinante desde hace un decenio o m¨¢s, no hay que ser nunca agorero ni exagerado.
Precisamente con esta ¨²ltima palabra se inicia este texto. Mi padre ten¨ªa veintid¨®s a?os cuando estall¨® la Guerra, y recuerda que su primer comentario cuando comprendi¨® que se trataba de eso y no de un golpe de Estado o insurrecci¨®n triunfantes o fallidos ¡ªes decir, de escasa duraci¨®n en cualquiera de los casos¡ª fue: ¡°?Se?or, qu¨¦ exageraci¨®n!¡± A lo largo de las cincuenta concisas p¨¢ginas va se?alando c¨®mo aquello no le pareci¨® inevitable, en contra de lo que tantos han pensado, sino absolutamente evitable y desproporcionado; por mucho que la convivencia estuviera deteriorada y maltrecha, que los problemas fueran enormes y que casi todos los pol¨ªticos se comportaran con frivolidad te?ida de mala fe. Sostiene que la mayor¨ªa de los espa?oles no quer¨ªan esa Guerra, sino si acaso su resultado, esto es, la derrota de una porci¨®n de sus compatriotas a los que unos y otros no pod¨ªan ver. Pero sin pasar por una matanza desaforada como la que se produjo durante tres a?os. Mucho menor en los frentes que en las respectivas retaguardias. Menos sufrida por los combatientes reales que por la poblaci¨®n civil. Si he rele¨ªdo este librito no es, como he dicho, por temor, sino por la extra?a persistencia espa?ola (andaluza, madrile?a, catalana o vasca, tanto da) en caer en las peores tentaciones cada cierto tiempo. Mi padre relata demasiadas actitudes reconocibles. Al hablar de la discordia, dice: ¡°Entiendo por tal no la discrepancia, ni el enfrentamiento, ni siquiera la lucha, sino la voluntad de no convivir, la consideraci¨®n del ¡®otro¡¯ como inaceptable, intolerable, insoportable¡±. Habla de la terrible consigna, tantas veces o¨ªda, ¡°Cuanto peor, mejor¡±, y acu?a una expresi¨®n para explicar el progresivo envilecimiento: ¡°el temor y respeto a lo despreciable, clave de tantas conductas sucias en la historia¡±. Y en efecto, cuando los dichos y hechos despreciables empiezan a ¡°pasarse¡±, a no condenarse con energ¨ªa y a no pon¨¦rseles inmediato freno, uno puede estar seguro de que no van sino a crecer, a ir a m¨¢s, hasta que llegue un punto en que se admita ¡°todo (incluida la infamia), con tal de que sea ¡®de un lado¡±. Y agrega: ¡°Nadie quer¨ªa quedarse corto, ser menos que los dem¨¢s en la adulaci¨®n de los que mandaban o en la execraci¨®n de los adversarios¡±.
Advierte de ¡°la necesidad de un pensamiento alerta, capaz de descubrir las manipulaciones, los sofismas, especialmente los que no consisten en un raciocinio falaz, sino en viciar todo raciocinio de antemano¡±. (Ay, hoy se ensalzan las ¡°emociones¡±.) Hubo intelectuales que lo intentaron, pero ¡°se les opuso una espesa cortina de resistencia o difamaci¨®n¡, y lleg¨® un momento en que una parte demasiado grande del pueblo espa?ol decidi¨® no escuchar, con lo cual entr¨® en el sonambulismo y march¨®, indefenso o fanatizado, a su perdici¨®n¡±. Para ¨¦l, el verdadero origen de la Guerra no fue la situaci¨®n objetiva de Espa?a, sino su interpretaci¨®n, o el desajuste de dos interpretaciones que llegaron a excluir a las dem¨¢s. Esto fue posible por algo que hoy, con las redes sociales, padecemos de manera m¨¢s extrema: ¡°una forma de sofisma consistente en la reiteraci¨®n de algo que se da por supuesto¡±. Cuando se proporciona una interpretaci¨®n de las cosas que ni se justifica ni se discute, y se parte de ella una vez y otra como de algo obvio que no requiere prueba, la pereza se adue?a del escenario y se inocula f¨¢cilmente a ¡°las personas sin influencia en la vida colectiva, con un m¨ªnimo de responsabilidad, sujetos pasivos de todas las manipulaciones¡±. A la mayor¨ªa, por tanto, que asume con holgazaner¨ªa las conclusiones simplistas con que se la aturde. Todo esto, por desdicha, resulta hoy reconocible. Al menos nos zafamos de la peste de las tres o cuatro d¨¦cadas siguientes, en las que se perpetu¨® el esp¨ªritu de la Guerra, para vivir literalmente de las rentas los vencedores, moralmente los perdedores supervivientes. ?stos no fueron muchos, porque millares de ellos fueron ejecutados por Franco cuando ya no hab¨ªa guerra, pero se sigui¨® fomentando su interpretaci¨®n. Tal vez lo malo no sea nunca tanto lo que nos pasa, cuanto lo que nos hacen creer que nos pasa.?
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.