En movimiento perpetuo
Los inmigrantes representan el 3,4% de la poblaci¨®n mundial. Su interacci¨®n con los integrantes de las sociedades de acogida se rige por un entramado de sentimientos
LA MIGRACI?N es tan antigua como la humanidad misma: es un aspecto esencial de la condici¨®n humana. Ha quedado inscrita en cada una de nuestras c¨¦lulas a partir del momento de la concepci¨®n en que el espermatozoide inicia su movimiento migratorio al encuentro del ¨®vulo materno. De hecho, en todas las culturas abundan los mitos sobre ella. Los psicoanalistas Rebeca y Le¨®n Grinberg proponen que el de la torre de Babel ¡ªcuya construcci¨®n ten¨ªa como objetivo alcanzar el para¨ªso¡ª puede servir de analog¨ªa para describir las experiencias de los inmigrantes que, al llegar al nuevo mundo, totalmente distinto del que ven¨ªan, han de enfrentarse a una serie de obst¨¢culos para integrarse: la confusi¨®n de lenguas, las nuevas costumbres, las conductas distintas y su falta de habilidad para comunicarse con otros o consigo mismos. La migraci¨®n, entendida como met¨¢fora del desarrollo humano, es un proceso que quiz¨¢ nunca termina realmente. Vivimos en movimiento perpetuo, propulsados por las circunstancias, pero tambi¨¦n por fuerzas din¨¢micas de nuestro interior. Cada vez que cambiamos de lugar, nuestra perspectiva y nuestra identidad sufren una sacudida.
Hay ocasiones en que obedece a una necesidad de cambio. En otras, se trata de un acto brutal de supervivencia. Estas migraciones forzadas se han convertido en la tragedia de nuestros tiempos. Cada d¨ªa somos testigos de las historias de deportaci¨®n de miles de detenidos y de sentenciados a trabajos forzados en condiciones inhumanas, de exiliados vagando por el planeta. La Organizaci¨®n Internacional para las Migraciones afirma que hay 260 millones de personas migrantes ¡ªel 3,4% de la poblaci¨®n mundial¡ª y cerca de 25,4 millones de refugiados, m¨¢s de la mitad de los cuales tienen menos de 18 a?os.
?Qu¨¦ lleva a una persona a dejar su pa¨ªs? Quienes eligen emigrar por oportunidades de trabajo, de estudio, por descubrir lo desconocido, lo prohibido o lo idealizado, y con la seguridad de poder regresar, poco tienen que ver con los exiliados, refugiados, personas desplazadas o deportadas, para quienes la partida es asunto de vida o muerte y la posibilidad de retorno no existe por razones ideol¨®gicas, pol¨ªticas o religiosas. ¡°El exilio interior, el exilio exterior y la yuxtaposici¨®n de ambos son una cosa terrible, una herida que no sana entre el ser humano y su lugar de origen¡±, escribi¨® Edward Said, prestigioso analista y experto en poscolonialismo. La lengua materna, cargada de recuerdos de experiencias y emociones de la infancia, adquiere un significado muy singular.
La migraci¨®n es un cambio catastr¨®fico para los que parten y para los que se quedan. Es una experiencia que provoca estados de fragmentaci¨®n ps¨ªquica, y la integraci¨®n no siempre es posible, ya que el inmigrante en crisis puede ser v¨ªctima de aflicciones f¨ªsicas y mentales. El sentimiento de duelo ¡ªequivalente al de la muerte de un ser querido¡ª alcanza proporciones traum¨¢ticas como resultado de la acumulaci¨®n de los sucesos que motivaron la partida, o su consecuencia. A pesar de que con frecuencia se desliga de sus sentimientos para protegerse del dolor, el exiliado carga una mezcla de ansiedades, tristeza, nostalgia, por un lado, y altas expectativas, esperanza, por el otro.
El exiliado carga con una mezcla de ansiedades, tristeza y nostalgia, por un lado, y altas expectativas y esperanza, por el otro
Las reacciones en el pa¨ªs de acogida juegan un papel esencial en la adaptaci¨®n. La comunidad siente el impacto de su llegada y su incorporaci¨®n a la vida comunitaria plantea retos de convivencia. Nunca faltan quienes los perciben como intrusos: ¡°Nos roban el trabajo¡±, dicen. A veces la hostilidad es sutil, porque la sociedad de acogida no establece comunicaci¨®n con ellos y porque se acent¨²a la idea de que es imposible entenderse. ¡°Cuando una lengua lo expulsa a uno¡±, dice el psico?analista Charles Melman, ¡°cuando le advierte a uno que no est¨¢ legitimado para habitarla, le significa que su lugar no existe y que al mismo tiempo no est¨¢ ni muerto ni vivo¡±. En casos extremos, se pueden desencadenar reacciones xen¨®fobas cargadas de hostilidad, aunque el inmigrante se comporte de manera razonable. ¡°El extranjero viene a iluminar nuestro punto m¨¢s oscuro¡±, apunta el escritor Claudio Magris.
?C¨®mo puede el inmigrante encontrar su lugar en la comunidad? Uno de los efectos iniciales de la llegada es la soledad. Todo inmigrante la padece en diferentes grados, ya que deja de ser parte del mundo que qued¨® atr¨¢s, pero no ha pasado a formar parte del nuevo mundo. La sensaci¨®n de pertenencia es un requisito para estabilizar la identidad. Para poder integrarse, el inmigrante debe dejar a un lado parte de su individualidad, por lo menos temporalmente. No obstante, debemos tener en cuenta que hay diferencias culturales fundamentales entre los nativos del pa¨ªs y los extranjeros, y que la dificultad de confrontarlas promueve la intolerancia. El fil¨®sofo Slavoj ?i?ek sugiere que el abordaje humanitario que aspira a que todos seamos iguales aumenta la tensi¨®n, y propone como soluci¨®n obvia el respeto mutuo de las diferencias. Pero eso no es f¨¢cil de lograr. La ¨²nica opci¨®n es esforzarnos por asegurar su supervivencia digna.
?Qu¨¦ nos dice sobre nosotros la obsesi¨®n acerca de la amenaza de los exiliados? Seg¨²n la psicoanalista Julia Kristeva, ¡°el extranjero est¨¢ en nosotros¡±, y, cuando combatimos, luchamos contra este impropio de nuestro propio inconsciente. Freud nos ense?a a detectar la extranjer¨ªa en nosotros: es quiz¨¢ la ¨²nica manera de no perseguirla afuera. ¡°La clave no es tanto reconocernos en el extranjero, sino reconocer al extranjero en nosotros mismos¡±, afirma ?i?ek.
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