Alzar el vuelo
Hay una cosa inquietante de la edad, y es que te convierte en un superviviente. Van desapareciendo los conocidos, los amigos, los amados. Y te quedas sola.
DE CUANDO EN cuando hay periodistas que, para mi pasmo, me preguntan por qu¨¦ escribo en mis novelas sobre la muerte. ?Pero es que acaso se puede escribir sobre otra cosa? Todos hacemos todo en la vida contra la muerte, aunque no seamos conscientes de ello. Somos criaturas marcadas por la finitud, y la muerte es tan inhumana y tan an¨®mala cuando la contemplamos desde la aguda conciencia de estar vivos, desde la plenitud de nuestros deseos, que no sabemos qu¨¦ hacer con ese conocimiento aterrador. Por eso los humanos viven como si fueran eternos, o al menos casi todos lo hacen, salvo un pu?ado de neur¨®ticos como Woody Allen o yo misma, que no podemos olvidarnos de la parca. Como dec¨ªa Cicer¨®n, siempre supe que era mortal.
Creo que es algo que nos pasa a muchos escritores; supongo que la mayor¨ªa nos sentimos m¨¢s heridos por los mordiscos del tiempo que el individuo medio. Y quiz¨¢ por eso escribimos, para poner un parapeto de palabras contra el v¨¦rtigo. En realidad los humanos siempre hemos hecho cosas incre¨ªbles para intentar manejar la muerte inmanejable. Pir¨¢mides inmensas en medio del desierto con momias empe?adas en perdurar m¨¢s all¨¢ de su destino de gusanera. Panteones de personajes ilustres que se hacen polvo bajo toneladas de recargados m¨¢rmoles. Ceremonias funerarias diversas dependiendo de las culturas: piras, l¨¢pidas, criptas, crematorios, torres del silencio en donde los buitres se alimentan con los cuerpos, funerales, c¨¢nticos, banquetes de duelo, afeitados o laceraciones rituales, alaridos profesionales de pla?ideras. Qu¨¦ dif¨ªcil nos es la traves¨ªa de la muerte. Y sin embargo no es posible vivir con serenidad y con plenitud si no se alcanza antes cierto acuerdo con la muerte, con la propia y con la ajena.
En cuanto a la propia, poco hay que uno pueda hacer. En realidad el miedo a la muerte no es m¨¢s que una defensa de nuestras c¨¦lulas para posponer su desaparici¨®n e intentar perpetuarse. Si no nos angustia la pl¨¢cida negrura que hab¨ªa antes de nuestro nacimiento, ?por qu¨¦ debe angustiarnos la oscuridad que vendr¨¢ despu¨¦s? Lo malo no es la muerte, sino el tr¨¢nsito; por el posible sufrimiento y tambi¨¦n por la pena de tener que abandonar esta vida tan bella. Como dec¨ªa Salvatore Quasimodo, ¡°cada uno est¨¢ solo sobre el coraz¨®n de la Tierra / atravesado por un rayo de Sol. / Y de pronto, anochece¡±. Me gustar¨ªa llegar a ser lo suficientemente sabia como para no arruinar el fulgor de ese breve rayo con mis temores.
M¨¢s dif¨ªcil a¨²n me parece aceptar la muerte de los otros. Hay una cosa inquietante de la edad, y es que te convierte en un superviviente. Van desapareciendo a tu alrededor los conocidos, los amigos, los amados, y si alcanzas una edad muy longeva te quedas sola, ¨²nico ¨¢rbol en pie de un bosque quemado. Ahora que las baldas de mi biblioteca empiezan a llenarse alarmantemente con las fotos de los ca¨ªdos, siento la urgencia de encontrar un consuelo, un acomodo, alguna manera de sobrellevar el peso de tantas ausencias. Porque nuestros muertos se acumulan sobre nosotros, como me dijo el escritor Amos Oz en una entrevista que le hice en Israel en 2007: ¡°Cuando se te muere alguien, un padre, un hermano, alguien cercano a tu coraz¨®n, t¨² recoges ese muerto y lo metes dentro de ti, lo introduces en tus entra?as y te quedas embarazado de ese muerto para siempre jam¨¢s. Todos caminamos por la vida pre?ados de nuestros muertos. En el caso de los jud¨ªos, lo que sucede es que estamos muy, muy embarazados, porque tenemos much¨ªsimos muertos a las espaldas¡±.
Supongo que, a medida que envejecemos, todos nos aproximamos a esa pre?ez masiva de los jud¨ªos que se?alaba Oz. Vamos construyendo nuestro peque?o pante¨®n en el rinc¨®n m¨¢s ¨ªntimo del pecho, o m¨¢s bien nos vamos convirtiendo nosotros en panteones vivos. Si se mira bien, es reconfortante que sea as¨ª. Tu gente y tus animales queridos van reuni¨¦ndose ah¨ª dentro, se acompa?an y te acompa?an. Ahora que un nuevo amigo acaba de sumarse a mi paisaje interior, al mundo silencioso y sumergido que me crece dentro, este pensamiento me hace sentir cierta ligereza, cierto sosiego. Como dice el poeta mexicano El¨ªas Nandino, ¡°morir es alzar el vuelo. Sin alas. Sin ojos. Y sin cuerpo.
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