Una noche entera en vela con Jorge Drexler
LA GUERRA quer¨ªa arrasar la ciudad campesina como el mar de lava a Pompeya. Escucharon de nuevo la sirena y se hizo la luz. Celebraron con miradas de gratitud, t¨ªmida alegr¨ªa o llanto contenido la vida, el extra?o v¨ªnculo del miedo. Ya pod¨ªan volver a la superficie, regresar a sus tareas cotidianas. Sin embargo, ella sab¨ªa, despu¨¦s de semanas de intensos bombardeos, que ser¨ªa incapaz de continuar cosiendo su malherido vestido en el sal¨®n de casa. Ser¨ªa una noche m¨¢s de insomnio con el coraz¨®n en llamas.
En la entrada del refugio descansaban para siempre los cuerpos de tres j¨®venes. Hab¨ªan muerto aplastados por la estampida de vecinos, las otras balas del enemigo. Los rode¨® con cuidado, no mir¨® atr¨¢s.
Cuando lleg¨® a casa, se prob¨® el traje sin terminar, con el hilo y la aguja colgando de un lateral. Orden¨® su pelo y su cara frente al espejo. No reconoci¨® su rostro, tampoco su hogar.
Record¨® la venta de todas sus pertenencias, la despensa vac¨ªa. Pens¨® en ¨¦l, llevaba demasiado tiempo sin volver. Nunca acept¨® bajar al refugio, era un valiente suicida. Estaba sola y no dol¨ªa. A todas las p¨¦rdidas uno se acostumbra en tiempos de guerra.
Un barco bombarde¨® un dep¨®sito de combustible en el puerto y la ciudad se ti?¨® de negro durante d¨ªas.
Encendi¨® la radio y movi¨® el dial hasta una canci¨®n. Otra vez son¨® la sirena. Esta vez no corri¨®. Subi¨® el volumen y el cantautor apareci¨® bajo la ventana pidiendo una escalera, un salvavidas de hielo, una hoja en blanco donde continuar la canci¨®n.
En lo que dura una estrofa, el hombre lleg¨® al sal¨®n. No grit¨®, se aferr¨® a su pecho como al agua en el desierto, a su cuello en busca de calor. Cerr¨® los ojos mecida por la voz que en un primer momento paraliz¨® su cuerpo. Luego cada palabra despert¨® una parte dormida en su interior. La canci¨®n era un remanso, una nana para amantes, tierna, excitante.
Retumb¨® de nuevo el cielo. Pens¨® en el t¨ªtulo de la canci¨®n, Asilo, una de las palabras m¨¢s hermosas jam¨¢s creada. Lugar privilegiado de refugio para los perseguidos. Amparo, protecci¨®n, favor. Agreg¨® una acepci¨®n m¨¢s: amor. Ese amor que no se explica, que deja el mundo fuera mientras las bombas arrasan la ciudad.
Muchas veces, cuando Jorge Drexler compone y canta, tal y como sucede en este m¨¢gico v¨ªdeo de Malditos Domingos, grabado en el Teatro Calder¨®n de Madrid, parece un faro que recuerda: no es la luz lo que importa en verdad si no los doce segundos de oscuridad. Una luna que indica: bajo las nubes hay cientos de estrellas tiritando a lo lejos. Un mar que es siempre el mismo y a la vez eternamente distinto. La luz al otro lado del r¨ªo. Una quimera, movimiento, silencio.
Aqu¨ª acaricia con tanta naturalidad el instrumento que parece el luthier Antonio de Torres probando por primera vez su guitarra m¨¢s preciada, ¡°La Leona¡±.
Cuando abri¨® los ojos de nuevo, el marido regres¨®. Son¨® de nuevo la canci¨®n, puso en pr¨¢ctica sus versos. Ella se quit¨® el vestido como si fuera algo corriente y ¨¦l se aturdi¨® como si su piel fuera desconocida. Dejaron al mundo fuera. Prefer¨ªan una noche entera en vela, a tener el alma en vilo. Solo por unas horas, se dieron refugio, una noche de asilo.??
Jorge Drexler contin¨²a de gira internacional con su disco ¡°Salvavidas de hielo¡± y el viernes 5 de julio act¨²a en el Festival R¨ªo Babel de Madrid
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