El cerebro de los adolescentes y c¨®mo convivir con ellos sin caer en la desesperaci¨®n
La adolescencia es una ¨¦poca de desaf¨ªos, si la comprendemos, viviremos m¨¢s relajados
Una amiga se quejaba hace unos d¨ªas de su hijo adolescente. No escuchaba, estaba todo el tiempo enganchado al m¨®vil, ten¨ªa cara de aburrimiento profundo en actividades familiares y, lo que es peor, valoraba m¨¢s las opiniones de sus colegas que lo que dec¨ªan sus padres. Posiblemente, cualquiera de las quejas anteriores resulta bastante generalizada sobre los j¨®venes. Pero, si se recurre a la neurociencia, se observa que todas ellas tienen una explicaci¨®n: nuestro cerebro, durante la adolescencia, est¨¢ sometido a un intenso baile hormonal que nos lleva a comportamientos imprevistos e inc¨®modos para los adultos, padres, educadores y todo aquel que est¨¦ con ellos. ?Qu¨¦ nos sucede en esta ¨¦poca de nuestras vidas? Entenderlo es importante para tener una mirada m¨¢s amable con quienes se encuentran en esta etapa y, de paso, no dejarse arrastrar por una excesiva desesperaci¨®n. Para ello, ser¨¢ de gran ayuda una obra que yo considero maravillosa, El cerebro masculino, de Louann Brizendine, profesora de la Universidad de California, en San Francisco.
La testosterona y la vasopresina son las hormonas que alteran en los chicos la manera de percibir la realidad; mientras que el estr¨®geno y la oxitocina son las que influyen en las chicas. En el caso de los chicos, las hormonas les van a propiciar conductas agresivas y territoriales en la adolescencia; mientras que las chicas van a valorar a¨²n m¨¢s las relaciones y las conexiones emocionales en este periodo de tiempo (en otro art¨ªculo nos centraremos en ellas). Y el crecimiento hormonal es exponencial.
La testosterona de los chicos se multiplica por veinte desde los nueve a?os hasta los quince. Como dice la cient¨ªfica Brizendine, si fuera una cerveza, equivaldr¨ªa de pasar de beber una lata al d¨ªa a ingerir ocho litros en veinticuatro horas. Casi nada. Este baile hormonal provoca varias cosas: por un lado, masculinizar¨¢ sus pensamientos y su cuerpo. La b¨²squeda sexual se convertir¨¢ en el centro de sus mentes, como un tel¨®n de fondo de todo cuanto ven. Junto con la testosterona, la vasopresina, reforzar¨¢ la defensa de sus territorios (habitaci¨®n, armarios¡) y provocar¨¢ que sean m¨¢s sensibles a los desaires reales o no de los colegas.
La testosterona har¨¢, adem¨¢s, que cambien los horarios del sue?o: se vuelven m¨¢s b¨²hos que nunca, lo que les lleva a estar dormidos en las clases de primera hora del d¨ªa. Igualmente, los centros de placer se entumecen durante la adolescencia, lo que significa que se aburren soberanamente si lo que tienen enfrente no es intenso (de ah¨ª que les gusten determinadas pel¨ªculas que m¨¢s de un adulto sufrir¨ªa vi¨¦ndolas o que ciertas actividades familiares sean una tortura). Igualmente, las hormonas son las causantes de que aprendan a disimular las emociones a trav¨¦s de la pose o del enga?o o a poner cara de p¨®ker cuando se les dice algo que nos les interesa, como una estrategia antiqu¨ªsima de supervivencia. Adem¨¢s, no escuchan como les gustar¨ªa a los adultos, pero por una explicaci¨®n qu¨ªmica. La testosterona hace que el sistema auditivo de un adolescente inhiba ciertos sonidos, es decir, hacen o¨ªdos sordos de manera inconsciente (algo que, por cierto, perdura cuando son adultos en comparaci¨®n con las mujeres).
La intimidad y el contacto f¨ªsico con la madre son cuestiones que var¨ªan profundamente. A partir de los 12 a?os y en t¨¦rminos generales, no van a querer tanta cercan¨ªa como ten¨ªan antes. Seg¨²n algunas investigaciones, el adolescente llega a sentir rechazo del cuerpo de su madre e, incluso, de su olor. Por tanto, no se sentir¨¢n muy c¨®modos cuando la madre les arregle el pelo o les pregunte sobre qu¨¦ tal les ha ido el d¨ªa.
La autoestima del adolescente se basa en la aprobaci¨®n de sus amigos, en vez de las de sus padres (lo que lleva a m¨¢s de un disgusto de los progenitores). Adem¨¢s, su auto confianza es directamente proporcional a c¨®mo se muestra con sus colegas. Y si no pueden ocupar la primera posici¨®n en cualquier aspecto competitivo, tirar¨¢n de la pose de ¡°no me importa¡±.
Y lo que es m¨¢s importante, la parte del sistema de inhibici¨®n de nuestro cerebro, el c¨®rtex prefrontal, no termina de madurar en los chicos hasta los 21 o 22 a?os, lo que impide que se reflexionen las cosas o se sopesen los peligros de manera adecuada. Por eso, el control que ejercen los padres en este periodo de la vida es fundamental, ya que los adolescentes son incapaces de identificar todos los peligros.
En definitiva, la adolescencia es una ¨¦poca de desaf¨ªos para los padres y para el cerebro de los j¨®venes. Aprenden a decir no y a crear su propia identidad, que les ayudar¨¢ a moverse por el mundo. No es f¨¢cil para muchos adultos, pero se ha de entender que forma parte de las claves de supervivencia que tenemos incorporadas. En la medida en que les entendamos, que sepamos ver sus fortalezas y que sepamos que est¨¢n en pleno proceso de crecimiento, podremos vivir m¨¢s relajados y trasladarles la confianza que ellos necesitan.
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