Qu¨¦ orgullosos los veo
La democracia consiste en intentar domesticar al monstruo que nos habita, pero hay gente que parece haberse puesto de acuerdo en cultivarlo
DIR?, PARAFRASEANDO a Martin Luther King, que en los ¨²ltimos tiempos tengo una pesadilla. Una intuici¨®n de peligro. Hace poco le¨ª en EL PA?S una interesante entrevista de Gil Alessi con un fiscal militar de la dictadura brasile?a, ese tiempo de plomo que comenz¨® hace medio siglo y que trajo la cosecha habitual de torturados, asesinados y desaparecidos, aunque ahora Bolsonaro sostenga que fue una revuelta necesaria para impedir una dictadura comunista. El fiscal en cuesti¨®n, Durval de Ara¨²jo, fue al parecer uno de los peores tiburones: seg¨²n testigos, ayud¨® a encubrir centenares de torturas y muertes. En la entrevista, en fin, este hombre feroz proclamaba con orgullo: ¡°No me arrepiento de nada, prest¨¦ servicios relevantes al pa¨ªs¡±.
Ara¨²jo, todo hay que decirlo, tiene 99 a?os. A esa edad ya no hay filtros mentales, me parece: pueden soltar cualquier barbaridad. Aun as¨ª, su ufan¨ªa al hablar del cruento pasado ha hecho sonar un timbre en mi cabeza. Porque ¨¦l estar¨¢ mayor y descontrolado, pero tendr¨¢ familia. Hijos y nietos que, en otros tiempos, le hubieran aconsejado no recibir a un periodista. Ahora, en cambio, imagino a todo el c¨®nclave familiar sacando pecho en torno al anciano. Vanaglori¨¢ndose de la antigua violencia alentados por el extremismo de Bolsonaro.
Lo veo a mi alrededor. Conocidos y familiares de amigos que de golpe y porrazo se exacerbotan, un genial palabro inventado por el escritor Julio Llamazares. Quiero decir que de la noche a la ma?ana parecen haberse convertido en gremlins muy mojados, ansiosos de soltar sonoros bufidos. El otro d¨ªa iba en un Car2Go, esos peque?os veh¨ªculos el¨¦ctricos de alquiler. Estaba en una esquina intentando incorporarme a una estrecha calle llena de coches, porque el sem¨¢foro apenas dejaba pasar tres o cuatro antes de cerrarse. Arrim¨¦ el hocico al auto que quedaba a mi altura, a la espera de que la luz cambiara a verde, y entonces un todoterreno enorme y nov¨ªsimo aceler¨® corriendo y se peg¨® al coche para impedir mi paso. El conductor qued¨® frente a m¨ª; enarqu¨¦ las cejas con gesto de fastidiada incredulidad, porque las normas no escritas de educaci¨®n viaria aconsejan alternar el paso de los veh¨ªculos, y entonces sucedi¨®: el tipo enloqueci¨®. Empez¨® a vociferar y a agitar los pu?os en el aire, mientras, a su lado, una mujer de su mismo pelaje se volcaba sobre ¨¦l desde el asiento contiguo para acercarse a la ventanilla y sumar sus bramidos. Ten¨ªamos los cristales subidos y yo escuchaba m¨²sica, as¨ª que no los o¨ª. Pero les observ¨¦ pasmada, agit¨¢ndose como dementes en el encierro de su caro habit¨¢culo, desenfrenados y desencajados, hasta que cambi¨® el sem¨¢foro y arrancaron. El siguiente conductor, como es natural, me dej¨® pasar. Entonces, y s¨®lo entonces, sal¨ª de mi asombro y empec¨¦ a tener miedo de esos energ¨²menos. De su delirante agresividad, de su primitiva explosi¨®n de inquina. Y todo por no esperar el microsegundo de la incorporaci¨®n de mi diminuto veh¨ªculo a la fila.
Era una pareja en la cuarentena, con esa pinta un tanto repulida que t¨®picamente asociamos a la derecha. Claro que tambi¨¦n podr¨ªan ser de cualquier otra ideolog¨ªa, salvo quiz¨¢ podemitas, a quienes hay que reconocer que son pertinaces en sus vestimentas. No s¨¦, quiz¨¢ me equivoque, pero tuve la intuici¨®n, casi el convencimiento, de que pertenec¨ªan a la nueva camada de la derecha radical, sobre todo por el perfecto trabajo conyugal de equipo, la familia unida hasta en el furor babeante. Y pensando en esto tuve a¨²n m¨¢s miedo, un temor apenado ante los peque?os pero abundantes signos de crispaci¨®n que veo a mi alrededor (no s¨®lo de ellos, desde luego: tambi¨¦n hay espec¨ªmenes rabiosos en el independentismo y otros extremismos). La democracia consiste en intentar domesticar al monstruo que nos habita, pero hay gente que parece haberse puesto de acuerdo en cultivar al bicho. En mimarlo, alimentarlo y sacarlo a pasear con fatua ostentaci¨®n. Es como si, de repente, se les estuviera incendiando la cabeza y empezaran a inventarse no s¨¦ qu¨¦ hist¨®ricos agravios, qu¨¦ venganzas. Y se vanagloriaran no de la convivencia, sino de la violencia. No de los valores de la civilidad, sino del enfrentamiento. Qu¨¦ orgullosos los veo de su odio.?
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