Viaje a las entra?as del abuso infantil
El 19% de los ni?os filipinos ha sufrido violencia sexual, la mayor¨ªa en casa y muchos no pidieron ayuda porque no sab¨ªan que era algo malo. Las secuelas son salvajes; las condenas, escasas. Estas son las historias de algunos de los que escaparon de la brutalidad
A Christian le han pegado con un palo, tirado por la ventana, introducido en una olla caliente, vendido como mano de obra y atropellado. Todo esto se lo hizo su padre. Acaba de cumplir 18 a?os. Intenta suicidarse regularmente. A Sarah (18 a?os) su padre la violaba cada vez que beb¨ªa o se drogaba, lo asimil¨® tanto que a?os despu¨¦s admite que no ve tan mal lo que le hac¨ªa por las noches en una casa sin paredes, y asegura que incluso querr¨ªa tener un hijo con ¨¦l. Su hermana peque?a Airen (15 a?os) no lo soport¨® y lo denunci¨®. ?l ahora est¨¢ en la c¨¢rcel. Su madre las acus¨® durante el juicio de haber roto la familia.
Son tres adolescentes de Filipinas, un pa¨ªs donde el abuso y explotaci¨®n infantil es una lacra. Seg¨²n datos gubernamentales, el 19% de los ni?os aseguran haber sido v¨ªctimas de abuso sexual y el 60% de violencia f¨ªsica, la mayor¨ªa de ellos, en casa. Los menores apuntan a los padres, los abuelos y los primos como los principales culpables. Adem¨¢s, tres de cada diez ni?os crece en el seno de una familia pobre, lo que empuja a muchos de ellos a vivir en la calle y a drogarse con pegamento. All¨ª es donde encontraron a Christian, que consigui¨® escapar de un padre que le daba tales palizas por la noche que le ha dejado insomnio cr¨®nico. Se llev¨® a sus hermanos peque?os, pero vio morir a dos de ellos en la huida por deshidrataci¨®n y por comer una rana venenosa. "He crecido con una cosa en la mente: la venganza a mi padre. Pero ya no". Christian ahora mantiene una lucha diaria consigo mismo por la supervivencia.
Ante este panorama, 2.753 entidades trabajan en todo el pa¨ªs para prestar asistencia a los menores maltratados o abandonados. Kalipay es una de ellas, opera en Bac¨®lod, una ciudad ubicada en la isla de Negros Occidental, al sur de Manila, y est¨¢ fundada por una descendiente de espa?oles, Anna Balcells. Es la entidad que acogi¨® a Christian, Sarah y Airen y a casi 400 ni?os desde 2007. En esta isla fue donde hace 60 a?os su padre, Alberto, descubri¨® su ¡°para¨ªso¡± a miles de kil¨®metros de la Espa?a de posguerra. La organizaci¨®n recibe apoyo de numerosos donantes espa?oles, entre ellos la Fundaci¨®n Mapfre, dentro de sus programas internacionales, que ha invitado a EL PA?S a conocerla. "Nosotros les acogemos en nuestras dos casas, les proporcionamos educaci¨®n y seguridad. El resultado ideal es la reunificaci¨®n con las familias, pero en muchas ocasiones eso no es posible", explica esta en¨¦rgica mujer en el espa?ol que aprendi¨® de su padre y fortaleci¨® durante m¨¢s de una d¨¦cada trabajando en el sector tur¨ªstico en Barcelona y Madrid. En 2017 hab¨ªa en Filipinas alrededor de 4.000 ni?os con posibilidad de ser adoptados, seg¨²n los ¨²ltimos datos del Gobierno.
Balcells describe escenas horribles: "Lo primero que hacemos es llevarles al hospital, y a partir de ah¨ª empezamos a completar su expediente personal con toda la informaci¨®n. A veces hay que reconstruir sus vaginas. A muchos tenemos que ense?arles a vivir en una casa. Llegan a nuestros hogares y van directos a comer tierra, porque para ellos es lo mejor que pueden tener. Luego por la noche ves los gusanos saliendo de la boca. Muchos de ellos quieren volver con la madre que les ha torturado, que normalmente es alcoh¨®lica o drogadicta, porque eso para ellos es amor".
Christian consigui¨® escapar de un padre que le daba tales palizas por la noche que le ha dejado insomnio cr¨®nico. Se llev¨® a sus hermanos, pero vio morir a dos de ellos en la hu¨ªda por deshidrataci¨®n y por comer una rana venenosa
A veces recogen a estos peque?os en la calle, o bien les avisa la propia polic¨ªa o las familias cuando ya no pueden m¨¢s. Las mafias usan a muchos de ellos para pedir limosna o para traficar con ellos. Otro de sus destinos es vivir en la calle, donde terminan siendo un objetivo f¨¢cil de los abusos. La poblaci¨®n en Filipinas se organiza en barangays (barrios). Muchos de ellos surgieron de modo informal pero han acabado teniendo jerarqu¨ªa organizativa y sus presidentes, los captains, tambi¨¦n se votan en elecciones. Para entrar y pasear por un barangay es necesaria la gu¨ªa del captain. El del n¨²mero uno, de los m¨¢s pobres de Bac¨®lod, se llama C¨¦sar Rellos. ?l mismo reconoce que solo puede garantizar la seguridad en las calles que ¨¦l gobierna y que todo aquel que quiera adentrarse en el que est¨¢ justo al lado, lo hace a su suerte.
Su barangay tiene salida a una playa impracticable por toneladas de pl¨¢sticos en la que dos ni?os tratan de volar una cometa que vivi¨® tiempos mejores. Una sorprendente interpretaci¨®n musical emana desde una construcci¨®n precaria a escasos metros. Es el karaoke del barrio, que cuenta con unos potentes altavoces que contrastan con el entorno. El int¨¦rprete se dispone a cantar Wake me up when September ends. Rellos se mueve por un entramado de callejuelas sin asfaltar, por donde pululan cientos de ni?os y abundan los pescados que se secan al sol, hasta el chamizo de Erlinda Barbasa. Unos pocos metros cuadrados encajonados en otras infraviviendas, con dos estancias entre las que no existe divisi¨®n y dos tablones que act¨²an como camas. Aqu¨ª vive con sus dos hijos mayores, a las peque?as las dej¨® en Kalipay.
Lo hizo cuando estaban al borde de la desnutrici¨®n. Ella sola era incapaz de alimentar a la familia tras la muerte de su marido y sus padres, que la ayudaban econ¨®micamente tras el fallecimiento del esposo. Su hijo mayor no trabaja y el peque?o apenas puede porque sufre mareos y desmayos constantes. Un bulto de grandes dimensiones asoma en un lateral de su cuello, pero no saben qu¨¦ es porque no han podido acudir al m¨¦dico. "Mi mayor sue?o es que mis hijas no acaben como yo, que estudien, trabajen y un d¨ªa yo pueda ir a vivir con ellas", explica apoyando sus pies en un barre?o con agua y un plato, una de sus escasas posesiones. Las peque?as tienen la posibilidad de visitar a su familia, pero rara vez quieren permanecer m¨¢s de un d¨ªa.
?Qu¨¦ pasa despu¨¦s?
Aqu¨ª tratan tambi¨¦n de prepararles para el despu¨¦s. "No podemos evitar que un ni?o se sienta aislado cuando vuelven al mundo real, el miedo siempre esta ah¨ª. Les preparamos de forma gradual, lo importante es la motivaci¨®n, les decimos que no pueden estar aqu¨ª siempre, pero les aseguramos que siempre estaremos cuando nos necesiten", explica Lemay, la asistente social. Johanna Daroy dirige Recovered Treasures: "La salida es lo que m¨¢s me preocupa. Soy consciente de que todo el cari?o y educaci¨®n que les hemos dado aqu¨ª puede desaparecer y pueden irse por el mal camino. Necesitamos tiempo para prepararles, la mayor¨ªa son muy inmaduros cuando llegan a las 18 a?os". Daroy pone ¨¦nfasis en ense?arles valores pero tambi¨¦n nociones b¨¢sicas sobre c¨®mo manejar su dinero o relacionarse con la gente. La psic¨®loga reconocer que no puede "curarles" que su trabajo consiste en "darles herramientas para lidiar con su trauma y tener cierto nivel de paz".
El barangay del que proceden Sarah y Airen, las peque?as que se enfrentaron a su padre violador en un juicio, es todav¨ªa m¨¢s pobre y m¨¢s peligroso, se llama Banago. Es una muestra de las grandes desigualdades de un pa¨ªs como Filipinas que ocupa el puesto 116 de 188 en el ?ndice de Desarrollo humano. Tambi¨¦n tiene salida al mar, que en este lugar cumple la funci¨®n de retrete, aunque tambi¨¦n sirve a los lugare?os para sofocar el intenso calor y la humedad filipina. Las casas se mezclan con peque?as tiendas e incluso con una sala de ordenadores en la que una decena de peque?os apura frente a m¨¢quinas anticuadas los escasos minutos de videojuegos que les proporcionan los diez pesos (17 c¨¦ntimos) que pagan por cabeza. Es pr¨¢cticamente la ¨²nica forma de ocio en este lugar. Es ¨¦poca electoral y el barrio est¨¢ literalmente empapelado con carteles con las caras de decenas de candidatos. Henry Garc¨ªa, uno de sus vecinos de 54 a?os, los mira incr¨¦dulo: "Hacen muchas promesas pero luego se olvidan, si has nacido pobre, siempre ser¨¢s pobre".
?C¨®mo es posible que se den niveles tan altos de violencia en la familia? Muchas de las voces consultadas en este viaje a las ra¨ªces del abuso infantil apuntan a un maltrecho sistema de valores y a la influencia del alcohol y las drogas. "Toman drogas, beben licor cada d¨ªa, llegan a una casa en la que las estancias no est¨¢n separadas y pierden la cabeza, no saben lo que hacen", justifica Rellos, el captain del barangay 1. Los captains son muchas veces fundamentales para la investigaci¨®n del caso que realizan los asistentes sociales y que luego presentan ante la polic¨ªa para denunciar al abusador. "Nosotros no podemos tolerar estas situaciones as¨ª que somos muchas veces los que llamamos por tel¨¦fono para avisar de lo que sucede", apunta. Otro de los elementos preocupantes, se?ala Unicef, es que Filipinas tiene una de las edades de consentimiento sexual m¨¢s bajas del mundo: 12 a?os.
¡°The legal age of sexual consent in the Philippines is still just 12 years old. This makes it harder to convict people for child sexual abuse.¡± #ENDviolence https://t.co/xl7iNoWDmj
— UNICEF Philippines (@unicefphils) December 16, 2017
La asistente social jefe de Kalipay, Adelle Lemay, sabe bien c¨®mo funcionan los procesos judiciales. "Es un proceso duro. Reunimos pruebas forenses, es importante tener evidencias concretas, tambi¨¦n hablamos y preparamos al fiscal porque tiene que saber c¨®mo hablar con ni?os traumatizados y que ellos tengan confianza con ¨¦l. Contamos con abogados que nos asesoran", detalla. Casi todo el peso probatorio de este tipo de procesos sigue recayendo en el testimonio de un menor aterrorizado que debe encontrarse en una sala con su maltratador y con una madre que normalmente apoya al marido. La impunidad sigue siendo la norma general.
Los que trabajan con estos ni?os y conocen a estas familias tambi¨¦n apuntan a una creencia instaurada en esta sociedad por la que un hijo es propiedad de sus progenitores y pueden hacer lo que quiera con ¨¦l. Lemay, lo explica as¨ª: "Creo que perseguir a los abusadores puede ayudarles a entender que no est¨¢ bien lo que hacen, pero sigue habiendo muchos casos y no tenemos el control. No importa si son ricos o pobres, porque pasa siempre. Creo que hay que fijarse en el sistema de valores". En una encuesta realizada por el Gobierno, el 34% de los ni?os que no denunciaron, no lo hicieron porque no vieron nada anormal en sufrir violencia por parte de su familia.
Las heridas que dejan a?os de abusos son dif¨ªciles de curar, a veces es imposible. Chabeli Coscolluela es psic¨®loga y trata a estos ni?os: "Los efectos que encontramos son baja autoestima, se culpan a s¨ª mismos por haber sido abusados, algunos quedan afectados cognitivamente, los casos m¨¢s extremos desarrollan des¨®rdenes como estr¨¦s postraum¨¢tico, depresi¨®n, ansiedad¡ Algunos sufren retraso mental como consecuencia de los golpes y siempre tiene problemas de confianza con la gente". Algunos hablan, otros se niegan, con otros la terapia consiste en jugar o pintar.
En centros como Kalipay encuentran su peque?a burbuja de protecci¨®n. El complejo principal se llama Recovered Treasures. Un enorme terreno en el que caben los dormitorios, un colegio con todos los niveles hasta la universidad, la casa de las cuidadoras y un comedor. Se ubica en medio de enormes campos de arrozales, algunos de ellos propiedad tambi¨¦n de la organizaci¨®n. En la aldea cercana un grupo de chavales juega al baloncesto, "la obsesi¨®n nacional", describe Anna Balcells. Una construcci¨®n semiderruida act¨²a como iglesia y al lado un vecino narra el partido con un micr¨®fono y unos potentes altavoces. En general el pueblo se compone de chozas poco resistentes y caminos de tierra. Es importante que este tipo de entidades tengan una estrecha relaci¨®n con los lugare?os para tener su apoyo en su labor. Los chavales que viven en Recovered Treasures tienen incluso un equipo de baloncesto que compite con el de los vecinos.
La organizaci¨®n ha creado su propio sistema de ense?anza adaptado a las circunstancias de estos alumnos y ha firmado un convenio de ense?anza con la Universidad de Santo Tom¨¢s, la m¨¢s antigua de Asia. El 96% de los ni?os filipinos empiezan primaria pero solo el 37% acaba secundaria. El gobierno da una paga a las familias que llevan a sus hijos a la escuela.
Micaela, de 20 a?os, tambi¨¦n se cri¨® en esta organizaci¨®n y ahora va a estudiar trabajo social en la universidad. Su madre est¨¢ en prisi¨®n y los servicios sociales se hicieron cargo de ella y sus hermanas cuando era muy peque?a. "Quiero tener un trabajo y ayudar a otros ni?os que han pasado por lo mismo que yo", afirma entre l¨¢grimas. El mayor logro del sistema, uno que no siempre es posible, lo encarnan a la perfecci¨®n Gino y Bubbles, de 23 y 24 a?os. Ambos proceden de familias desestructuradas y crecieron bajo la tutela de esta organizaci¨®n. Los dos se licenciaron: ella trabaja como profesora de ni?os con necesidades especiales en Kalipay.
Tuvo la oportunidad de marcharse a trabajar a un colegio en otra ciudad, pero quiso ayudar a otros ni?os en los que se vio reflejada. ?l es delineante, su jefe est¨¢ encantado con su tarea. "Desde el momento en el que la vi, me llam¨® la atenci¨®n, y luego me enamor¨¦ de ella", cuenta Gino con timidez. Hace un a?o se casaron y esperan su primer hijo. "Le contar¨¦ a nuestro hijo o hija de d¨®nde vienen sus padres, le daremos todo el cari?o, y s¨¦ que va a sentir orgullo de nosotros".
Este es el primero de una serie de reportajes titulada Asegurando Oportunidades realizada con el apoyo log¨ªstico de la Fundaci¨®n Mapfre
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