Sans¨®n y la seducci¨®n filistea
Entre los h¨¢bitos mentales de la derechona y la progres¨ªa guay hay un gran hueco para el pegajoso populismo de centroderecha
![Vista general del hemiciclo de la C¨¢mara Baja, durante la sesi¨®n constitutiva del Congreso de la XIII Legislatura.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/QBFOGLEWSWOMGY5RAR6Q25UISY.jpg?auth=eb3e979c18eba034e007ba4c49e57c5830b2693bfeedd0e24e74c9a1487c1394&width=414)
La palabra ¡°filisteo¡± es ¡ªpor lo menos desde que Matthew Arnold la difundiera en la Inglaterra victoriana¡ª el nombre peyorativo de los miembros de la clase media. Como puede sospecharse, el t¨¦rmino en cuesti¨®n se emplea principalmente en el seno de dicha clase cuando se quiere se?alar vicios contra los cuales cree estar inmunizado quien lanza esta expresi¨®n. El filiste¨ªsmo constituye, en principio, un tipo de incuria mental propio de gentes que jam¨¢s se servir¨ªan de tal palabra y que incluso la ignoran del todo: el filisteo ¡ªy tambi¨¦n, desde luego, la filistea¡ª se muestra insensible a todo refinamiento, a toda sutileza y a todo disfrute est¨¦tico o intelectual que exija abandonar los prejuicios de la conducta utilitaria y violentar el m¨¢s plano sentido com¨²n. El tema fue archiconocido (baste con mencionar a Ortega) en la cr¨ªtica cultural del siglo XX.
El filisteo considera un atraso rid¨ªculo que siga habiendo libros y peri¨®dicos de papel y que el tren pare donde raramente sube o baja nadie
Casi toda la autosatisfacci¨®n moral de la clase media ilustrada se funda en el aborrecimiento del filiste¨ªsmo, lo cual resulta f¨¢cilmente comprensible. Si Arnold llevaba raz¨®n en que el filisteo es la corrupci¨®n del hombre medio, poco tiene de extra?o que, una vez conocida la palabra, nadie quiera ser designado por ella. Nadie, salvo los cultivadores de cierta cazurrer¨ªa c¨ªnica que puede llegar a gozar de mucha fortuna. Porque cabe, sin duda, blasonar de filiste¨ªsmo con todo el desahogo de quien dice: ¡°S¨ª, ya me s¨¦ todas esas aburridas sofisticaciones a que tan aficionado es usted, pero a m¨ª me dan igual porque no me hacen ninguna falta ni a nadie sirven de nada en la pr¨¢ctica¡±. Y despu¨¦s podr¨¢ a?adirse alguna expresi¨®n del tipo: ¡°Ya ves t¨² lo que me importa a m¨ª que me llamen filisteo¡±, pronunciada quiz¨¢ con acompa?amiento de palabras reciamente machistas.
Pero el filiste¨ªsmo no solo es intelectual y est¨¦tico. Hay un inconfundible filiste¨ªsmo pol¨ªtico que se declara cuando la clase media se queda en ropa de andar por casa y se desentiende del qu¨¦ dir¨¢n. El fascismo no habr¨ªa triunfado nunca sin llevar al extremo esa desinhibici¨®n transgresora de quien decide abandonar de una vez los remilgos cuando queda claro que ha llegado el momento de dejarse de tonter¨ªas. Hay, por supuesto, m¨¢s expresiones, semejantes a esta ¨²ltima (y resulta notable que la principal de ellas sea hom¨®foba; ex¨ªmasenos de mencionarla), para dar cauce a tan frecuentes eructos verbales. Naturalmente, el filiste¨ªsmo no conduce siempre a la barbarie (¡°b¨¢rbaro¡± era, por cierto, el nombre que Arnold daba a la degeneraci¨®n del arist¨®crata) y a menudo se queda satisfecho con la hegemon¨ªa social de la vulgaridad. Entre los h¨¢bitos mentales de la derechona cineg¨¦tica y los de la progres¨ªa guay, queda un amplio hueco para este pegajoso populismo de centro-derecha.
Otros art¨ªculos del autor
El filisteo considera un atraso rid¨ªculo que siga habiendo libros y peri¨®dicos de papel y que el tren pare en lugares donde raramente sube o baja nadie. Odia la cultura subvencionada y est¨¢ convencido de que toda la ense?anza debe ser en ingl¨¦s, porque ah¨ª est¨¢ el futuro (el filisteo adora el futuro y presume de conocerlo de primera mano). Le gustar¨ªa poder ir en coche a cualquier parte de la ciudad, a todas horas y a velocidad ilimitada, y clama por la reducci¨®n dr¨¢stica del gasto p¨²blico, salvo para el sostenimiento de colegios concertados. Juzga que los funcionarios ¡ªen particular, los docentes¡ª son unos vagos y los impuestos, en general, un robo. Y dice y piensa muchas m¨¢s cosas, aunque en un sentido un poco lato de lo que deba entenderse por pensamiento. No es dif¨ªcil completar el retrato de ese personaje, tan viscosamente familiar. Cabe preguntarse, desde luego, si el filisteo cree todo esto de manera espont¨¢nea y despu¨¦s aparecen partidos que buscan su voto (y que lo obtienen a raudales) o si lo cree porque se trata de un ser de dise?o, producido por los pol¨ªticos, por la publicidad y por la baja cultura, pero la g¨¦nesis de la falsa conciencia ideol¨®gica resulta demasiado circular y endemoniada para que quepa una respuesta breve a preguntas como esta.
Sans¨®n no sali¨® ni mucho menos ileso, seg¨²n saben todos los lectores del libro de los Jueces, de su combate con los filisteos. Antes de doblegarlos fue cegado por ellos y, al derribar de un manotazo el templo para aplastarlos, hubo de sumarse a las v¨ªctimas de la proeza. No hay, desde luego, un Sans¨®n capaz de acabar, ni siquiera a costa del sacrificio propio, con los filisteos de nuestro tiempo. Y, si lo hubiera, no le habr¨ªa quedado m¨¢s remedio que acostumbrarse a convivir con ellos intentando no llevarles la contraria en nada. Al menor amago de resistencia, lo habr¨ªan hecho morir, sin necesidad de arrancarle los ojos, por medio de aquello en lo que son maestros: puro aburrimiento.
Antonio Valdecantos es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa en la Universidad Carlos?III. Sus ¨²ltimos libros son Sin imagen del tiempo (Abada) y Manifiesto antivitalista (Catarata).
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