Llegar a la Luna fue dif¨ªcil, pero regresar a la Tierra, tambi¨¦n
Casi todos los astronautas se divorciaron, Buzz Aldrin cay¨® en el alcoholismo y otros sintieron la llamada de seres sobrenaturales
Fueron estrellas del rock, pero ten¨ªan que mantener las formas. Los astronautas que volaron en las misiones Apolo no solo ten¨ªan que superar los retos del viaje espacial, llegar a la Luna y volver. Tambi¨¦n deb¨ªan dar ejemplo como lo mejor de la sociedad estadounidense en su enfrentamiento con el comunismo. Ten¨ªan que ser tipos duros, pero simp¨¢ticos, seductores, pero fieles hombres de familia y, en general, algo parecido a superhombres capaces de protagonizar una epopeya y regresar intactos. Si lo lograron, fue solo a medias.
Los a?os posteriores al regreso fueron especialmente duros para Edwin Buzz Aldrin, el segundo hombre en pisar la Luna, un lugar en la historia que le ha escocido hasta el presente. ¡°Se me deber¨ªa considerar miembro del primer grupo humano que pis¨® la Luna, no el segundo hombre en hacerlo¡±, ha dicho en varias ocasiones. La tragedia de Aldrin hab¨ªa comenzado antes de su m¨ªtico vuelo, cuando su madre se suicid¨® en 1968. Antes, su abuela tambi¨¦n se hab¨ªa quitado la vida y el astronauta siempre crey¨® que hab¨ªa heredado la tendencia a la depresi¨®n de estas dos mujeres.
Un astronauta organiz¨® varias misiones a Turqu¨ªa en busca del Arca de No¨¦, creyendo que la Biblia era un relato hist¨®rico
Despu¨¦s de 21 a?os casado, su matrimonio de desintegr¨® al poco de volver a la Tierra. No esper¨® mucho antes de volver a casarse, pero el nuevo compromiso no super¨® el segundo aniversario de boda. Se hundi¨®, y sus problemas con el alcohol se agravaron. En una ocasi¨®n tuvo un encontronazo con la polic¨ªa cuando, borracho, ech¨® abajo la puerta del apartamento de su expareja. Para entonces, hab¨ªa pasado de ser uno de los ¨ªdolos de la humanidad a intentar vender Cadillacs en un concesionario de Beverly Hills, en Los ?ngeles. En 1978, dej¨® de beber y se ha mantenido sobrio hasta ahora.
Los problemas de adicci¨®n no son tan frecuentes entre los astronautas como entre las estrellas del rock, pero s¨ª parec¨ªan compartir cierta afici¨®n al sexo desenfrenado y sin compromiso. ¡°Las mujeres simplemente amaban a los astronautas. Era salvaje ver hasta d¨®nde pod¨ªan llegar para ser amistosas [...] Las oportunidades y las tentaciones eran fant¨¢sticas¡±, escrib¨ªa Walter Cunningham, astronauta de la misi¨®n Apolo 7, en su libro de 1977 The All-American Boys.
En su momento, el patriotismo de los medios de comunicaci¨®n o de sus esposas, libr¨® a los astronautas del esc¨¢ndalo o al menos lo mitig¨®. En su libro The Astronauts Wives Club, Lily Koppel recuper¨® testimonios de la ¨¦poca y en particular de muchas de las esposas de aquellos astronautas que tuvieron que soportar las infidelidades de sus c¨¦lebres maridos manteniendo la sonrisa. De 30 astronautas reclutados para el programa Apolo y sus predecesores, solo siete permanecieron casados a?os despu¨¦s de su odisea espacial.
Uno de esos matrimonios que sobrevivieron fue el de Alan Shepard, el primer estadounidense en llegar al espacio, y su mujer Louise, a la que sus compa?eras llamaban Santa Luisa. No era raro ver a Shepard rodeado de mujeres junto a sus compa?eros del Apolo Dick Gordon y Pete Conrad y en una ocasi¨®n fue fotografiado en compa?¨ªa de una prostituta durante un viaje con la NASA a California. La agencia espacial encarg¨® al astronauta John Glenn que convenciese al peri¨®dico de que no publicase un reportaje escandaloso. Seg¨²n ha contado Koppel, para Glenn este tipo de comportamientos arruinar¨ªa las posibilidades estadounidenses de derrotar a los rusos, no solo en el espacio, sino tambi¨¦n en el terreno de la superioridad moral.
John Glenn cre¨ªa que los escarceos sexuales de sus compa?eros pon¨ªan en peligro los objetivos de su misi¨®n
Despu¨¦s de regresar a la Tierra, algunos se entregaron a lo mundano, pero otro pu?ado de los elegidos sinti¨® la llamada de lo invisible. James Irwin, uno de los astronautas que vimos recorrer nuestro sat¨¦lite sobre el primer autom¨®vil que se llev¨® a la Luna, afirm¨® al regresar de su misi¨®n en 1971 que la experiencia le hab¨ªa inspirado para ¡°dedicar el resto de su vida a difundir la buena noticia de Jesucristo¡±. Abandon¨® el cuerpo de astronautas y cre¨® la fundaci¨®n Altos Vuelos con la que, entre otras cosas, organiz¨® viajes de exploraci¨®n al monte Ararat, en Turqu¨ªa, en busca de vestigios del Arca de No¨¦. Seg¨²n contaba The?New York Times en su obituario, en 1982, alcanz¨® la cumbre de la monta?a, a 5.137 metros de altura, pero tras una ca¨ªda tuvo que ser cargado pendiente abajo a lomos de un caballo. Nunca encontr¨® los restos de la embarcaci¨®n que, seg¨²n la Biblia, deb¨ªa encontrarse en aquella cordillera. ¡°Es m¨¢s f¨¢cil caminar sobre la Luna¡±, dijo entonces.
Otro moonwalker como Charles Duke sinti¨® la llamada de Jesucristo, y Eugene Cernan, el ¨²ltimo hombre que ha caminado sobre nuestro sat¨¦lite, tambi¨¦n tuvo sus momentos espirituales, pero la experiencia m¨ªstica no solo tom¨® la forma de la religi¨®n dominante en EE UU. Edgar Mitchell, coincidiendo con las teor¨ªas cient¨ªficas aceptadas, pero d¨¢ndole otra interpretaci¨®n, escribi¨® en su biograf¨ªa que en la Luna sinti¨® que todas las mol¨¦culas de su cuerpo y de su nave espacial se hab¨ªan fabricado hace much¨ªsimo tiempo en alguna de las antiguas estrellas que brillaban sobre su cabeza. Con esa epifan¨ªa a cuestas fund¨® el Instituto de Ciencias No¨¦ticas, una entidad dedicada a explorar ¡°la transformaci¨®n individual y colectiva a trav¨¦s de la investigaci¨®n de la conciencia¡±. Poco preocupado por el qu¨¦ dir¨¢n, afirm¨® que los extraterrestres hab¨ªan visitado la Tierra y la NASA lo hab¨ªa ocultado, aunque reconoci¨® que nunca los vio durante su viaje al espacio. Mitchell tambi¨¦n se divorci¨® al poco de regresar a la Tierra.
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