Wolframio
La memoria de nuestras peripecias de juventud es oral, no s¨¦ c¨®mo ser¨¢ en unos a?os
Hay una antigua zona minera en el monte Neme, en A Coru?a, donde han quedado unas lagunas raras. Son de un sospechoso azul turquesa y a algunos les ha dado por ba?arse ah¨ª y ponerlo en Instagram. Pero es una antigua mina de wolframio y se han intoxicado varios influencers en el trance de ejercer su influencia. Aun as¨ª ha podido m¨¢s la tonter¨ªa que el sentido com¨²n, qu¨¦ novedad, y han acudido m¨¢s. Un chico puso una foto suya zambull¨¦ndose con esta reflexi¨®n: ¡°Ba?ito ma?anero en el monte Neme. Disfrut¨®n. Me la pelan las bacterias¡±. Vi clar¨ªsimo un art¨ªculo diciendo qu¨¦ barbaridad, qu¨¦ mal est¨¢ la juventud, por favor las redes sociales¡ hasta que me di cuenta de que perfectamente pod¨ªa haber sido una de mis chorradas adolescentes de verano. En una tarde de aburrimiento habr¨ªa bastado un comentario as¨ª: hay una laguna de wolframio, no hay pelotas de ir a ba?arse. La sola palabra wolframio incita a hacer algo distinto. El verano est¨¢ para esas cosas.
Este tipo de desaf¨ªos primitivos sol¨ªan tener un efecto inmediato. Me cuesta recordar por qu¨¦ era divertido, ser¨¢ que me hago mayor. Era cuando nos cre¨ªamos inmortales. Eran las tonter¨ªas del verano con los colegas. Ahora bien, me consuela saber que no hay pruebas de todas las que he cometido. Entonces casi no nos hac¨ªamos fotos, no era una sociedad actoral. Hasta el m¨¢s tonto ten¨ªa sus secretos, no como ahora, que son los que menos tienen. Era un acontecimiento si alguien un d¨ªa llevaba una c¨¢mara, generalmente prestada, para que quedara un recuerdo de un grupo de amigos o una jornada particular. E incluso as¨ª muchas veces no sal¨ªamos en las fotos. Revelabas el rollo (ah, el olor de los botecitos de los carretes, que al abrirlos hac¨ªan plop) y resulta que eran casi todo paisajes. Siempre hab¨ªa alguien con terror¨ªfica vocaci¨®n art¨ªstica que acaparaba la c¨¢mara con planos de flores, gente que ahora act¨²a descontrolada a nivel planetario. Solo ahora comprendo que lo que hubiera molado era salir nosotros, para flipar hoy con las pintas que ten¨ªamos. Conservamos pocas fotos antiguas y adem¨¢s casi no queremos verlas. Todos estos chavales que tendr¨¢n miles de fotos, v¨ªdeos y frases de cada d¨ªa de su vida est¨¢n jugando con fuego.
La memoria de nuestras peripecias de juventud es oral, no s¨¦ c¨®mo ser¨¢ en unos a?os. Cuando te juntas con los amigos se repasan historias y cada uno recuerda una cosa. Se colocan las piezas y el resto queda en la oscuridad. En el futuro habr¨¢ todo un dossier de lo que pas¨®. Bastar¨¢ consultarlo, pero quiz¨¢ pierda inter¨¦s, por fidedigno. Todos sabemos que las historias mejoran con el tiempo, con unas cuantas mentirijillas se van haciendo m¨¢s aut¨¦nticas. No s¨¦ si estos instagramers, a base de acumular informaci¨®n, se quedar¨¢n sin nada que contar.
Esta bruma de la memoria hace adem¨¢s que en cada verano persista tambi¨¦n un deseo latente de repetir algo. Volver a un sitio, hacer lo que hiciste. Es una empresa resbaladiza. En las parejas uno suele arrastrar al otro a lugares de la infancia que, objetivamente, no tienen ning¨²n inter¨¦s salvo para el interesado. Regresas por all¨ª como si fuera tuyo y te tuvieran que saludar los pajaritos, lo escrutas en busca de un recuerdo, como un pendiente ca¨ªdo en la hierba. Peor es cuando regresas al paraje silvestre del primer beso y hay una tienda de chanclas. Que las v¨ªrgenes y santos de las fiestas de verano protejan la gracia de los corazones j¨®venes en sus atolondradas aventuras.
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