El h¨¦roe ciego que salv¨® a jud¨ªos invidentes y sordos del horror nazi
En un patio de Berl¨ªn se esconde el museo dedicado al empresario invidente cuya generosidad salv¨® de la muerte a muchos jud¨ªos ciegos y sordos
CUALQUIERA QUE haya visitado Berl¨ªn y haya entrado en uno de sus cl¨¢sicos hinterhofs (patios), sabr¨¢ que pueden llegar a ser interminables y laber¨ªnticos. Antes de los a?os noventa eran lugares perfectos para pasar inadvertido, pero hoy casi generan el efecto contrario. En ellos suele haber gran variedad de edificios que albergan restaurantes, cines, teatros, galer¨ªas, sex shops, oficinas, f¨¢bricas, viviendas o talleres. Quiz¨¢s el m¨¢s conocido (al menos el m¨¢s tur¨ªstico) sea el Hackesche H?fe, reconocible de primeras por la arquitectura modernista de August Endell. Pues bien, en este mismo barrio de Scheunenviertel (de los graneros) y en la misma calle, la peque?a pero generosa Rosenthalerstrasse (entre ella y Sophien?strasse se contabilizan ocho patios), apenas unos metros m¨¢s arriba, se encuentra el hof que anuncia el Kino Central & Open Air Mitte, cuyo descascarillado acceso entra por los ojos.
Una vez en el interior, un grafiti en la fachada llama la atenci¨®n. Abro la puerta contigua. Con el temor de estar donde no debo, subo las escaleras. Una pareja me cuenta que soy el primero en entrar esa ma?ana y que estoy en el Museo de Otto Weidt (1883-1947), un fabricante de escobas y cepillos invidente y antinazi que, durante el Tercer Reich, fund¨® un taller en el que daba trabajo a jud¨ªos sordos y ciegos. Su ayuda, su perspicacia y su generosidad salvaron a muchos de sus empleados, a los que ocult¨® de la Gestapo o permiti¨® huir. Su carisma y su aura de embaucador le permit¨ªan apa?¨¢rselas para falsificar documentos y para seducir a los esbirros de Hitler con regalos (en aquella ¨¦poca un cepillo con pelos de caballo era un lujo) sin otra intenci¨®n que salvar a muchos de la c¨¢mara de gas.
Por la cara que ponen cuando lo comparo con su contempor¨¢neo Oskar Schindler, el personaje real que retrat¨® Spielberg, descubro que no soy el primero. Me acompa?an por los zulos (hoy salas) en los que se escondieron tantos perseguidos. En las paredes cuelgan ahora sus nombres y sus historias.
La de Alice Licht (1916-1987), exempleada de Weidt de la que hab¨ªa estado enamorado, es estremecedora. Licht estaba a bordo del tren de la muerte con toda su familia cuando escribi¨® unas l¨ªneas en una tarjeta postal que lanz¨® por la ventana. Quien encontr¨® la carta, tras leer el contenido, la envi¨® a Otto Weidt. Al recibirla parti¨® inmediatamente hacia Auschwitz, se instal¨® en una casa cercana y logr¨® contactarla. La ayud¨® a huir y, entre enero y mayo de 1945, la mantuvo escondida aqu¨ª, en esta misma habitaci¨®n. Otro de los nombres es el de la reconocida escritora y periodista Inge Deutschkron (1922), de las pocas personas videntes que trabajaron con Weidt. Desde 1941 en adelante ejerci¨® de recepcionista. Entre sus libros encuentro Papa Weidt,?que en forma de c¨®mic cuenta la historia de este lugar de humanidad en mitad del Tercer Reich, y sus memorias: Yo llev¨¦ la estrella amarilla.
Los j¨®venes trabajadores del museo recuerdan al visitante que en 2014 el canal de la televisi¨®n alemana ARD dedic¨® a la memoria de Weidt la pel¨ªcula El h¨¦roe ciego, basada en los relatos de Deutschkron. Al verla, ella dijo: ¡°La pel¨ªcula no puede recrear el temor que sent¨ªamos, pero tampoco puede devolvernos la alegr¨ªa que experiment¨¢bamos cada vez que Otto salvaba la vida de un empleado¡±.
Weidt muri¨® en 1947. A?os despu¨¦s, Yad Vashem le reconoci¨® como ¡°justo entre las naciones¡±, reconocimiento concedido a aquellos no jud¨ªos que arriesgaron su vida por salvar v¨ªctimas.
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