¡°?D¨®nde est¨¢ el fuego?¡±: la aurora boreal que aterroriz¨® a Espa?a en plena Guerra Civil
El firmamento se ti?¨® de rojo en enero de 1938 durante una de las mayores tormentas geomagn¨¦ticas del siglo XX
¡°?D¨®nde est¨¢ el fuego?¡±. Es la pregunta que se repiti¨® millones de veces en toda Europa, incluida Espa?a, la noche del 25 al 26 de enero de 1938, cuando una excepcional aurora boreal ilumin¨® el cielo y lo ti?¨® de un rojo estremecedor tras el crep¨²sculo. El firmamento se visti¨® con un halo sobrenatural que generaliz¨® el miedo durante uno de los momentos de mayor intensidad de la Guerra Civil. La gente, aterrorizada, ped¨ªa respuestas a los bomberos y la polic¨ªa en Madrid, Barcelona y el resto de Espa?a, pero tambi¨¦n en Par¨ªs, Londres y la mayor parte de ciudades europeas, grandes o peque?as, en las que era posible ver lo que parec¨ªa el fin del mundo. Aqu¨ª, miles de soldados de ambos bandos temieron una ofensiva del enemigo con alg¨²n tipo de armamento de colosales proporciones que justificara aquel resplandor incendiario que devoraba el horizonte.
Millones de personas creyeron en toda Europa que se trataba de un gigantesco incendio
Por aquellas fechas, con Europa temerosa ante el posible estallido de un conflicto b¨¦lico internacional, las espadas estaban en alto tras la conquista de Teruel por los republicanos, ¨²nica capital de provincia que consiguieron arrebatarle a los sublevados en la Guerra Civil. Pero no solo el mundo andaba convulsionado: desde hac¨ªa semanas, los principales observatorios astron¨®micos hab¨ªan detectado en el Sol una actividad extraordinaria, hasta el punto de que a mediados de mes se form¨® un gigantesco grupo de manchas solares, cuya longitud alcanz¨® los 122.000 kil¨®metros. O sea, que dentro hubiesen cabido nueve planetas del tama?o de la Tierra, uno detr¨¢s de otro.
Pero el d¨ªa 24, la v¨ªspera de la aurora boreal, hubo varias llamaradas solares, y horas despu¨¦s, la noche del 25 y las primeras horas de la madrugada del 26 de enero, la tormenta geomagn¨¦tica llen¨® el firmamento de color en forma de aurora boreal, alcanzando tal intensidad que el espect¨¢culo no se conform¨® con su habitual escenario de la zona polar y pudo ser observado en todos los lugares de Europa y Am¨¦rica del Norte en los que no hab¨ªa nubes.
A diferencia de las tonalidades t¨ªpicas que se ven en el C¨ªrculo Polar ?rtico, habitualmente dominadas por el verde y el amarillo, la aurora boreal de enero de 1938 fue manifiestamente roja, como suele suceder cuando alcanzan latitudes meridionales. El color del cielo, los combates en Espa?a y el miedo a una nueva guerra mundial hicieron el resto.?
Testigos en el frente de Teruel
En el frente, donde Franco contraatacaba para recuperar la ciudad de Teruel (lo que acab¨® consiguiendo a finales de febrero), miles de soldados de los dos ej¨¦rcitos sucumbieron a la idea de un ataque enemigo con armas desconocidas. ?A qu¨¦ otra cosa, si no, pod¨ªa deberse aquel cielo de fuego que iluminaba el horizonte? Con el paso de las horas, la lucidez se impuso al comprobarse que la magnitud del fen¨®meno era demasiado grande para cualquier ej¨¦rcito y que aquello solo pod¨ªa obedecer a un origen natural. A este respecto, algunos testimonios recientemente encontrados han sido especialmente valiosos para conocer c¨®mo se vivi¨® la experiencia en el frente.
Uno de ellos es el de Antonio Esteve Arcoba, capit¨¢n de Ingenieros del Ej¨¦rcito Republicano, que se hallaba al mando de una guarnici¨®n en el pueblo turolense de Villastar. Tal como relata a EL PA?S su hija Joana, la familia descubri¨® hace poco tiempo una maleta repleta de documentos, objetos personales y cartas que su padre hab¨ªa enviado durante la guerra y que hab¨ªan permanecido olvidadas en un armario durante todo este tiempo. En una de esas cartas, escrita el 28 de enero de 1938, adem¨¢s de las palabras de cari?o para la familia, Antonio Esteve plasmaba el emocionante relato de un testigo ocular: ¡°En la noche del 25, una aurora boreal ilumin¨® de pronto nuestras posiciones, llenando a algunos de temores ante espect¨¢culo nunca visto. Era algo grandioso ver a las doce de la noche todo el cielo rojo como un gran reflejo de un monstruoso incendio. ?Qu¨¦ c¨¢balas y disparates se dijeron en un momento? Yo creo que hasta oficiales muy aguerridos y curtidos ante el peligro tuvieron temor. ?De qu¨¦? No te lo podr¨ªan decir ellos mismo. Tem¨ªan el arma ignorada que la superstici¨®n propia supon¨ªamos en poder del enemigo, sin pensar que tanto el factor moral como las armas deciden las guerras. Hubo quien se coloc¨® la careta temiendo gases, solo la reacci¨®n de quienes conocemos la naturaleza impidi¨® lo que nunca debe suceder, creer que el enemigo se sale de lo cruel en lo humano, para convertirse en tragedia de leyenda o historia¡±.
El testimonio de Antonio Esteve reflejaba la incredulidad de los combatientes y el proceso que transform¨® el pavor inicial en asombro por la grandiosidad del espect¨¢culo celeste. La Batalla de Teruel, adem¨¢s de ser una de las m¨¢s mort¨ªferas de la Guerra Civil, tuvo como protagonista al General Invierno, puesto que entre diciembre de 1937 y febrero de 1938, coincidiendo con los combates, el fr¨ªo y la nieve causaron miles de bajas por congelaci¨®n en los dos ej¨¦rcitos. Curiosamente, la aurora boreal del 25 de enero coincidi¨® con una de las escasas treguas atmosf¨¦ricas de aquel invierno, ya que fue un d¨ªa relativamente benigno.
Entre los combatientes de ambos bandos cundi¨® el p¨¢nico al atribuirse el fen¨®meno a alg¨²n tipo de armamento desconocido en poder del enemigo
Los brigadistas internacionales tambi¨¦n fueron testigos del ins¨®lito fen¨®meno que hizo callar temporalmente las armas. Uno de los mejores testimonios es el de James Neugass, recogido primero en sus diarios y posteriormente en La guerra es bella, el famoso libro en el que se plasmaron. Conductor de ambulancia en el batall¨®n Abraham Lincoln de la Brigada Internacional XV, Neugass se encontraba el 25 de enero de 1938 en el Frente de Teruel, y d¨ªas despu¨¦s anot¨® en su diario la experiencia vivida: ¡°El cielo se ilumin¨® con una cortina de fuego roja y malva¡±. ?l mismo se pregunt¨® si era posible que una aurora boreal fuera visible desde latitudes tan meridionales como la de Espa?a, llegando a la conclusi¨®n de que ¡°aquello era demasiado grande como para haber sido provocado por un hombre, incluso en el peor de los tebeos¡±. Sin embargo, entre sus compa?eros brigadistas se desat¨® el p¨¢nico y lleg¨® a escuchar en boca de alguno de ellos el peor de los augurios: ¡°Hitler est¨¢ probando contra nosotros su rayo de muerte¡±.
Los astr¨®nomos que tranquilizaron a la poblaci¨®n
De la misma forma que hab¨ªa sucedido en 1910 con el paso del cometa Halley, que hizo temer el fin de los d¨ªas, el desasosiego popular despertado por la aurora boreal de enero de 1938 tuvo como b¨¢lsamo la voz de los astr¨®nomos. En Espa?a, entre otros, tranquilizaron a la poblaci¨®n Luis Rod¨¦s, director del Observatorio del Ebro, en Roquetes, cerca de Tortosa, y Ram¨®n Mar¨ªa Aller, director del Observatorio de Lal¨ªn (Pontevedra).
Rod¨¦s difundi¨® una tranquilizadora nota de prensa al d¨ªa siguiente, pero lo m¨¢s sugestivo de sus observaciones fue una breve cr¨®nica, que apunt¨® en su diario: ¡°Cuando nos dispon¨ªamos a cenar me invitan a que vaya al terrado para ver un fen¨®meno notabil¨ªsimo que no saben qu¨¦ es; subo y contemplo una magn¨ªfica aurora boreal, primera que consigo ver en mi vida; parece una inmensa conflagraci¨®n lejana; fondo ros¨¢ceo surcado por bandas de luz blanca, algunas con tinte verdoso que cambian de posici¨®n y color, y se dirigen hacia el polo magn¨¦tico; ha sido ciertamente una rara coincidencia presenciar este fen¨®meno e ilustrar sobre el mismo a los artilleros¡¡±.
Hallado en una maleta el relato de Antonio Esteve Arcoba, capit¨¢n republicano que observ¨® la aurora desde el frente de Teruel
Aller, por su parte, siempre evoc¨® la aurora de 1938 como uno de los fen¨®menos astron¨®micos inolvidables de su vida, y aquella noche no hizo otra cosa que difundir mensajes de tranquilidad entre la poblaci¨®n.
Ambos, que adem¨¢s eran sacerdotes, est¨¢n considerados como dos de los astr¨®nomos espa?oles m¨¢s destacados de aquella ¨¦poca junto a Josep Comas Sol¨¤, que precisamente hab¨ªa fallecido pocas semanas antes, en diciembre de 1937.
La Osa Mayor y Casiopea vestidas de rojo
M¨¢s all¨¢ de Espa?a y Europa, la verdadera convulsi¨®n acaecida en enero de 1938 tuvo lugar en el Sol. Numerosos observatorios astron¨®micos detectaron la extraordinaria actividad de los d¨ªas previos a la aurora boreal, con varios episodios determinantes, como el de la formaci¨®n del enorme grupo de manchas solares y las violentas llamaradas de los d¨ªas 14, 20 y 24. Este ¨²ltimo d¨ªa, v¨ªspera de la aurora, las fulguraciones y eyecciones de masa coronal en el Sol vomitaron hacia la Tierra un colosal flujo de part¨ªculas a velocidades de miles de kil¨®metros por segundo. El tremendo choque energ¨¦tico del viento del Sol con la Tierra no solo dio forma a una de las m¨¢s bellas auroras boreales del siglo XX y la extendi¨® a latitudes meridionales, sino que caus¨® una alteraci¨®n en el campo magn¨¦tico de nuestro planeta, que produjo a su vez la interrupci¨®n durante varios d¨ªas de las comunicaciones por radio entre Europa y Am¨¦rica, tal como recog¨ªa el rotativo The New York Times.
La mayor parte de los estudios cient¨ªficos sit¨²an entre las 20 y las 21 horas los momentos de mayor intensidad de la aurora boreal del 25-26 de enero de 1938. Coincidiendo con el testimonio de los astr¨®nomos espa?oles, algunos observatorios franceses corroboraron la descripci¨®n de la magnificencia del fen¨®meno. En el Observatorio de Par¨ªs-Meudon, Lucien d¡¯Azambuja, uno de los grandes observadores de principios del siglo XX, hizo un seguimiento detallado de la evoluci¨®n de la actividad solar.
En el Observatorio de Pic du Midi, en los Pirineos franceses, a 2.877 metros de altitud, se tuvo una envidiable visi¨®n del espect¨¢culo y su delirio crom¨¢tico. Mientras la constelaci¨®n de Ori¨®n buscaba su lugar habitual sobre el horizonte sur, en el lado opuesto de la b¨®veda celeste la vista hacia el norte mostraba la Osa Mayor y Casiopea ba?adas de un rojo hipn¨®tico adornado por destellos blancos y verdes. Semejante belleza se terminar¨ªa apagando lentamente durante la madrugada y Espa?a regres¨® a la rutina de su guerra mientras Europa se encaminaba a la suya propia.
Luces del norte que viajan al sur
Las auroras polares (denominadas boreales en el hemisferio norte y australes en el sur) se producen en la ionosfera, la capa de la alta atm¨®sfera situada entre 80 y 400 kil¨®metros de altitud, aproximadamente. All¨ª, la interacci¨®n entre el viento solar y la magnetosfera de la Tierra produce radiaciones electromagn¨¦ticas, algunas de las cuales forman espectaculares fen¨®menos de luz y color en el cielo.
Aunque lo habitual es que la observaci¨®n de las auroras se limite a las zonas polares y sus inmediaciones, cuando el Sol aumenta su actividad la zona de visibilidad se extiende a regiones m¨¢s lejanas. Por ello, cuando se producen sucesos violentos como las grandes llamaradas solares y las eyecciones de masa coronal, como en enero de 1938, es factible contemplar auroras boreales desde Espa?a e, incluso, desde el norte de ?frica. Aunque esto solo sucede unas cuantas veces por siglo, la cornisa cant¨¢brica, en el extremo norte peninsular, es uno de los mejores puntos de Espa?a para buscarlas.
Adem¨¢s del episodio de enero de 1938 se tiene constancia de observaciones de auroras boreales en Espa?a y otros pa¨ªses meridionales de Europa en 1706, 1859, 1870, 1989, 2000 y 2003. En todos los casos hubo un aumento de la actividad solar, y seguramente el de 2003 es el m¨¢s notable de lo que llevamos de siglo XXI, ya que produjo una de las mayores tormentas geomagn¨¦ticas que se conocen y una gran aurora boreal apareci¨® el 20 de noviembre en los cielos de Espa?a, siendo observada y fotografiada desde diferentes lugares, tanto en el Cant¨¢brico como mucho m¨¢s al sur. Desde Aras de los Olmos, una poblaci¨®n del interior de la provincia de Valencia, la aurora fue captada por el astrofot¨®grafo Joan Manuel Bull¨®n. Como en enero de 1938 y en otros casos de auroras visibles en latitudes meridionales, el color dominante fue el rojo. Es probable que los espect¨¢culos celestes que pudieron contemplarse en noviembre de 2003 y enero de 1938 fuesen similares.
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