La peste
Hay gente que se niega a aceptar lo que indica la ciencia. A veces, con argumentos bastante pedestres
La Peque?a Edad de Hielo comenz¨® con el siglo XIV. Ese fue un mal siglo. La peste bub¨®nica, entonces llamada peste negra, extermin¨® a uno de cada cinco habitantes del planeta. Murieron la mitad de la poblaci¨®n europea y un tercio de la poblaci¨®n china. Florencia, uno de los principales centros tecnol¨®gicos del momento, se convirti¨® en una ciudad de cad¨¢veres. De forma muy aproximada, se estima que la peste acab¨® con cien millones de vidas. Tantas como las guerras mundiales del siglo XX. Pero en 1350 hab¨ªa 370 millones de humanos, y en 1950 hab¨ªa 2.600 millones. Puestos a amargarnos el d¨ªa, hagamos un c¨¢lculo sencillo: manteniendo las proporciones, lo que ocurri¨® durante el siglo XIV supondr¨ªa ahora, con una poblaci¨®n mundial de 7.000 millones de personas, 1.400 millones de muertos. Amontonados, esos cuerpos llegar¨ªan hasta la Luna.
Por supuesto, incluso a las peores cat¨¢strofes se les puede ver un ¨¢ngulo positivo. Tras el siglo XIV lleg¨® el XV: con menos gente, un poco mejor alimentada y un poco menos sucia, aparecieron lo que hoy llamamos Renacimiento (Leonardo, Miguel ?ngel y dem¨¢s), las grandes exploraciones (Col¨®n, Vespucio), la imprenta, las armas de fuego y los primeros rasgos de la modernidad. Despu¨¦s de las grandes guerras del siglo XX, parte del mundo vivi¨® unas d¨¦cadas de extraordinaria prosperidad econ¨®mica. Pero hay que alcanzar un grado superlativo de cinismo para concluir que la mortandad a escala industrial vale la pena.
Volvamos al clima. La peque?a glaciaci¨®n dur¨® m¨¢s o menos hasta mediado el siglo XIX. Desde entonces, el planeta se calienta. Eso queda fuera de discusi¨®n. La casi totalidad de los cient¨ªficos considera que la actividad humana est¨¢ acelerando el proceso y que las consecuencias (elevaci¨®n del nivel del mar, fen¨®menos climatol¨®gicos extremos, desertificaci¨®n) pueden ser grav¨ªsimas. Hay gente que se niega a aceptar lo que indica la ciencia. A veces, con argumentos bastante pedestres: el fr¨ªo que hace hoy y hablan de calentamiento, je je. Los m¨¢ximos representantes de esa corriente de pensamiento no destacan por su lucidez. Donald Trump, por ejemplo.
Si el problema fueran los tipos como Trump, por mucho poder que acumulen, no habr¨ªa problema. Ni siquiera constituyen un gran problema las sumas ingentes que algunos poderes econ¨®micos destinan a difundir estudios clim¨¢ticos negacionistas. El principal obst¨¢culo para la acci¨®n radica, obviamente, en la inercia. En la dificultad de adoptar decisiones colectivas con consecuencias traum¨¢ticas a corto plazo. En la pereza de hacer hoy lo que podemos dejar para ma?ana. En las rivalidades internacionales, en las necesidades electorales, en los intereses econ¨®micos (grandes o peque?os: ocupan la misma posici¨®n moral el rico propietario del pozo de petr¨®leo y el pobre minero de carb¨®n), en esa idea tan engranada en el cerebro humano seg¨²n la cual ya nos arreglaremos cuando llegue el momento.
Quiz¨¢ sea significativa la popularidad de Greta Thunberg como emblema de la batalla clim¨¢tica. Una muchacha de rostro severo y sin sentido del humor (le diagnosticaron Asperger) encarna perfectamente este tiempo de preludio. La gente del siglo XIV no vio venir la peste negra, no sab¨ªa en qu¨¦ consist¨ªa y no ten¨ªa muy claro c¨®mo combatirla. Esperemos que el cambio clim¨¢tico resulte m¨¢s benigno que la peste, porque nosotros no tendremos tantas excusas.
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