De c¨®mo nos ven y no nos ven
Tradicionalmente los embajadores estadounidenses en M¨¦xico han sido percibidos como los personeros del imperio; virreyes empe?ados en sacar adelante la agenda de intereses econ¨®micos y pol¨ªticos del poderoso vecino
¡°Me paso todo el tiempo defendiendo a estos cabrones [el Gobierno mexicano] de los ataques de la DEA y as¨ª es como me pagan¡±, dijo quej¨¢ndose de las cr¨ªticas de la opini¨®n p¨²blica y la prensa local Jeffrey Davidow, representante de Estados Unidos en nuestro pa¨ªs de 1998 a 2002. Una confesi¨®n de las muchas que incluye As¨ª nos ven (Editorial Planeta), el extraordinario libro de Dolia Est¨¦vez basado en entrevistas a los embajadores estadounidenses que pasaron por M¨¦xico en los ¨²ltimos cuarenta a?os. Los diplom¨¢ticos respondieron a las preguntas de la periodista una vez concluida su gesti¨®n, lo cual permiti¨® que lo hicieran sin los tapujos o las limitaciones que provoca saberse funcionarios.
En ese sentido, el libro no dejar¨¢ insatisfechos a los cazadores de infidencias y revelaciones escandalosas. Por ejemplo, la de James R. Jones (1993-1997) en el sentido de que logr¨® disuadir a Carlos Salinas de recurrir a una soluci¨®n militar para responder al alzamiento del movimiento zapatista en Chiapas a fines de 1994. Seg¨²n ¨¦l, el presidente mexicano estaba dispuesto a sofocar de cuajo la rebeli¨®n, pero el representante de Estados Unidos le hizo ver el impacto que esas acciones tendr¨ªan en la prensa mundial, con la consiguiente desestabilizaci¨®n econ¨®mica y ca¨ªda de las inversiones. En otro pasaje el mismo embajador refiere el reporte que personalmente le pas¨® a Salinas sobre la corrupci¨®n de su hermano mayor, respecto a lo cual el presidente simplemente lo sac¨® de la circulaci¨®n durante unos meses (Ra¨²l Salinas desarroll¨® alguna actividad acad¨¦mica en La Joya, California).
Por su parte, el ya mencionado Davidow se queja en retrospectiva de Jorge Casta?eda, quien impidi¨® un acuerdo migratorio parcial ofrecido por Bush, que habr¨ªa beneficiado a cientos de miles de emigrados. No fue aceptado porque el entonces canciller mexicano se aferraba a su noci¨®n de ¡°enchilada completa¡±. Una enchilada que nunca iba a suceder porque ¡°M¨¦xico no ten¨ªa nada que poner sobre la mesa¡±. El problema, recuerda el embajador, es que para Jorge ¡°nadie es m¨¢s inteligente que Jorge¡±.
Pero m¨¢s all¨¢ de las muchas perlas que no carecen de morbo period¨ªstico, el verdadero acierto del libro est¨¢ en otro lado. Los embajadores estadounidenses, unos m¨¢s otros menos, operaron en la cocina misma del poder en M¨¦xico. Sin nada que temer y algunos de ellos m¨¢s all¨¢ del bien y del mal para efectos pr¨¢cticos, ofrecen una visi¨®n original y a ratos desenfadada de la pol¨ªtica y del estilo personal de gobernar de cada uno de los mandatarios. Enrique Pe?a Nieto, por ejemplo, era un hombre afable que flotaba sobre los asuntos [un eufemismo para indicar que los desconoc¨ªa, interpretamos nosotros], porque Luis Videgaray se encargaba de todo. Por el contrario, Felipe Calder¨®n micro administraba cada detalle, conoc¨ªa los nombres de los cabecilla de las mafias de poder y participaba en las discusiones de c¨®mo aprehenderlos. Carlos Salinas ten¨ªa una personalidad impactante, era en¨¦rgico y muy despierto, pero su ego le impidi¨® escuchar la sugerencia de que el peso se encontraba peligrosamente sobre valuado. Un hombre con un pie en la pol¨ªtica tradicional y otra en la moderna, el problema es que nunca sab¨ªas en cual estar¨ªa parado en determinado momento, afirm¨® James Jones, palabras m¨¢s o palabras menos.
¡°Para ser vecinos tan cercanos, no deja de asombrarme lo poco que Washington conoce a M¨¦xico, tanto en el Congreso como en la Casa Blanca¡±, afirma el mismo Jones. Justo en este punto se finca uno de los hallazgos m¨¢s reveladores de este libro. Tradicionalmente los embajadores estadounidenses en M¨¦xico han sido percibidos como los personeros del imperio; virreyes empe?ados en sacar adelante la agenda de intereses econ¨®micos y pol¨ªticos del poderoso vecino. Pero este texto revela que la principal preocupaci¨®n en la que terminaron empe?ados no era en influir en M¨¦xico sino en Estados Unidos. Todos y cada uno de ellos tuvieron que bregar con esa ignorancia a la que hacen referencia Davidow y Jones. Adem¨¢s del Departamento de Estado, autoridades en los m¨¢s altos niveles toman decisiones y comisiones legislativas votan sin conocer al pa¨ªs o creyendo que la mayor parte de los mexicanos duermen bajo un nopal. Un embajador recuerda instrucciones del Pent¨¢gono a sus agentes en M¨¦xico que francamente eran violatorias de las leyes locales y de los acuerdos entre las dos naciones. Una y otra vez los embajadores deb¨ªan arregl¨¢rselas para que sus propios jefes o los titulares de las agencias que operaban en el pa¨ªs, no rompieran los usos y costumbres construidos a lo largo de tantas d¨¦cadas.
El libro de Dolia Est¨¦vez, decana corresponsal en Washington, rompe mitos y leyendas urbanas sobre la figura del temido embajador y ofrece una perspectiva descarnada sobre nosotros mismos. Un libro para ver al reci¨¦n desempacado Christopher Landau con nuevos ojos.
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