Queta
Enriqueta Lavat brilla sobre la pantalla transparente de un atardecer de Madrid donde se mira de lejos el M¨¦xico generoso y limpio que qued¨® congelado junto con ella
Pas¨® como un suspiro, quiz¨¢ porque la belleza queriendo ser fugaz es eterna, aunque la felicidad ¨Cso?ando ser atemporal¡ªes no m¨¢s que ef¨ªmera o pasajera. Se ha llamado desde siempre Enriqueta Lavat, pero ahora m¨¢s que nunca es Queta, reina de la Gran V¨ªa que hab¨ªa conquistado desde hace d¨¦cadas, cuando las pantallas de plata impidieron en la pr¨¢ctica que estuvieran realmente rotas las relaciones diplom¨¢ticas entre M¨¦xico y Espa?a.
Queta en plena Casa de M¨¦xico, en el coraz¨®n de Madrid, partiendo plaza para una celebraci¨®n de las m¨¢s de siete d¨¦cadas que ha entregado con alma, piel y coraz¨®n al noble oficio art¨ªstico de hacer so?ar a los dem¨¢s, actuar papeles de musas y convertirse con un gui?o en una villana con chispa de hada. Queta Lavat en blanco y negro entre los sombreros de Pedro Infante y Jorge Negrete que se lanzan a un duelo verbal, cantado en d¨¦cimas o versos que van de ida y vuelta, como un albur trasatl¨¢ntico que en pleno siglo XXI subraya la corta distancia, el nulo vac¨ªo que une a dos inmensas patrias con e?e en la lengua que nos une y nos separa. Queta quiso agradecer su homenaje recordando al Exilio Espa?ol que huy¨® de la pen¨ªnsula, de la p¨®lvora y el polvo, del hambre, horror de una dictadura impensable y as¨ª, nombr¨® a no pocos actores y actrices, t¨¦cnicos y directores que ceceaban para volverse mexicas, hombres y mujeres transterrados, que ella atinadamente evoc¨® y celebr¨® con el p¨²blico que abarrotaba las butacas del cine de Casa de M¨¦xico porque hemos siempre de agradecer a la Peregrina Espa?a que inund¨® de saberes diversos a M¨¦xico: escritores y poetas, prosistas y pensadores, picadores y banderilleros, panaderos y costureras, amas de casa y abuelos de pantufla, c¨¦lebres y an¨®nimos, todo entra?ables y entre ellos, los duelos de las tablas de zarzuelas diversas, los due?os de los parlamentos del teatro cl¨¢sico, cineastas en ciernes y divas por venir. Queta trabaj¨® con la crema y nata del cine trasnterrado y con las luminarias del cine de oro de la ¨¦poca feliz de las pantallas mexicanas cuando se cantaba entre escena y escena y las nubes de Gabriel Figueroa como algodones o p¨¢rpados de Mar¨ªa de los ?ngeles F¨¦lix y un bolero de Agust¨ªn que poco a poco va alfombrando la Gran V¨ªa, ahora conquistada por Queta que campea su belleza de casi un siglo, de ni?a con centella en la pupila y ese cutis de piel de estrella que embelesa a quien la vea.
Queta tuvo la gentileza de abrazar a todos los asistentes a su homenaje con la fina dulzura de una madre que ha sido bendecida con una familia entra?able y tuvo a bien recordar el sereno instante de un milagro que quiz¨¢ han olvidado muchos. Nos cont¨® que en el fragor de la huida, los exiliados espa?oles que fueron concentrados entre las nefandas alambradas de un campo franc¨¦s com¨ªan pan duro y h¨²medo, rociado con espuma de olas y empanizado con arena de playa; ven¨ªan del horror y hab¨ªan empezado la dolorosa andanza del hambre, cuando el general L¨¢zaro C¨¢rdenas inici¨® el proyecto de una nao de salvaci¨®n: sabemos de los heroicos esfuerzos de Gilberto Bosques y el salvavidas luminoso de Daniel Cos¨ªo Villegas y la talla humanista de Luis I. Rodr¨ªguez¡ pero Queta vino a Madrid para recordarnos un milagro que cuaj¨® ante un multitud, como Serm¨®n de la Monta?a en plan playa francesa, el recordado genio llamado Fernando Gamboa.
Gamboa ten¨ªa la encomienda del general y presidente C¨¢rdenas de llegar a dicho campo y seleccionar de entre todos los refugiados a un grupo de doscientos o quinientos elegidos para salvaci¨®n y viaje a M¨¦xico. Queta cont¨® entonces que Fernando Gamboa mir¨® el paisaje paup¨¦rrimo de dolor y esperanza muda de mil o tres mil almas con la mirada llena de agua salada y decidi¨® mejor romper el discurso y la orden que llevaba mecanografiados en papeles oficiales y ¨Ctomando el meg¨¢fono¡ªgrit¨® a la multitud entera: ¡°?V¨¢monos a casa!¡±.
Vamos a casa que es M¨¦xico y vamos a hogar cada vez que vemos cine de un pasado que ya parte de nuestra memoria compartida. Vamos a casa en cada cine que nos resguarda en la oscuridad de todos los males y felicidades que desfilan por la pantalla donde se comprueba lo que dijo Emilio Garc¨ªa Riera: ¡°El cine es mejor que la vida¡±, all¨ª donde la hermosa Enriqueta Lavat brilla con su propia luz sobre la pantalla transparente de un atardecer de Madrid donde se mira de lejos el M¨¦xico generoso y limpio que qued¨® congelado junto con ella en el cinemat¨®grafo ¨ªntimo de nuestro coraz¨®n.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.