Los Klarsfeld: el matrimonio que lleva medio siglo cazando nazis
Desde que un flechazo uni¨® sus vidas en el metro de Par¨ªs una tarde de 1960, Serge y Beate Klarsfeld se han dedicado a tres cosas: amarse, discutir y seguir el rastro de los peores criminales nazis huidos u ocultos tras la II Guerra Mundial. Llevaron al banquillo a verdugos como Klaus Barbie, Kurt Lischka o Herbert Hagen. Se les escap¨® Alois Brunner: es su ¨²nica espina clavada.
SEGURO QUE Klaus Barbie, El carnicero de Lyon, se pas¨® el resto de su vida maldiciendo contra aquel in¨²til miembro de las SS que no supo mirar tras el falso fondo del armario. Del armario en el piso de Niza donde se ocultaban el peque?o Serge Klarsfeld, su hermana Geor?gette y su madre, Ra?ssa. El padre de familia, Arno Klarsfeld, jud¨ªo y miembro de la Resistencia, que hab¨ªa instalado la trampilla salvavidas, acababa de ser detenido por la escuadrilla que lideraba el siniestro Alois Brunner aquel 30 de septiembre de 1943. La de Niza fue una de las peores redadas antijud¨ªas de la historia. Arno Klarsfeld terminar¨ªa siendo deportado y posteriormente asesinado en Ausch?witz. Y el peque?o Serge acabar¨ªa convirti¨¦ndose a?os despu¨¦s, junto con su esposa, Beate, en el mayor cazanazis de la historia con permiso de Simon Wiesenthal, el otro gran depredador de las ruinas del III Reich.
Entre sus trofeos de guerra siempre sobresaldr¨¢ la mirada peque?a y muerta de Klaus Barbie. Lo detectaron en Bolivia en 1971. Atend¨ªa al nombre de Klaus Altmann y era un pr¨®spero hombre de negocios protegido, sucesivamente, por las dictaduras de Barrientos (que le nombr¨® administrador de la Transmar¨ªtima Boliviana y asesor de los servicios secretos bolivianos), Banzer y Garc¨ªa Meza. Durante a?os, Barbie se crey¨® a salvo de todo peligro. Pero Serge y Beate Klarsfeld lograron, tras un tortuoso proceso de documentaci¨®n, b¨²squeda, acoso y derribo de m¨¢s de 15 a?os ¡ªincluyendo varios viajes de Beate a La Paz con pasaporte falso y disfrazada y dur¨ªsimos encontronazos con las autoridades del pa¨ªs¡ª, que en 1983 el Gobierno boliviano extraditara a Francia al antiguo jefe de la Gestapo de Lyon.
"Lo que pas¨® con los nazis puede repetirse. Los extremos se movilizan f¨¢cil; la gente moderada, no. Hay que estar vigilantes¡± (Beate Klarsfeld)
No lo habr¨ªan conseguido sin la colaboraci¨®n del periodista de la televisi¨®n p¨²blica francesa Ladislas de Hoyos, que logr¨® entrevistar a Barbie en La Paz. En el transcurso de la charla, De Hoyos mostr¨® a Klaus Barbie una foto de Jean Moulin, cabeza visible de la Resistencia francesa frente a la ocupaci¨®n nazi, y a quien Barbie hab¨ªa torturado hasta la muerte. El carnicero de Lyon cogi¨® la fotograf¨ªa y dijo que no conoc¨ªa a aquel personaje. Pero dej¨® sus huellas dactilares en la imagen. Fue su perdici¨®n.
Pese a todos los obst¨¢culos y todas las amenazas ¡ª?los Klarsfeld escaparon a dos atentados, uno con coche bomba y otro con paquete explosivo, ambos probablemente perpetrados por la organizaci¨®n criminal Odessa¡ª, Barbie fue juzgado en Lyon en 1987 y condenado a cadena perpetua. Era el principio del fin para el temible Sturmf¨¹hrer. Para el verdugo de los 44 ni?os jud¨ªos de la colonia de vacaciones de Izieu, a quienes en 1944 envi¨® al campo de concentraci¨®n de Drancy para, pocos d¨ªas despu¨¦s, ser gaseados en Auschwitz, en lo que supuso uno de los episodios m¨¢s siniestros en el genocidio perpetrado por el III Reich. As¨ª que a Klaus Barbie, la idea de que aquel ni?o, su futuro cazador, estaba escondido en aquel armario de Niza y que no fue detectado por los hombres de Brunner, debi¨® de perseguirle hasta su muerte por leucemia, en 1991 en la c¨¢rcel de Lyon.
El abogado, historiador y escritor Serge Klarsfeld, jud¨ªo franc¨¦s de origen rumano, toma asiento en su despacho, una ca¨®tica leonera de carpetas llenas de recortes de prensa, fotograf¨ªas y libros viejos incrustada en un patio interior del distrito VIII de Par¨ªs. A sus 84 a?os mantiene un discurso que parece en todo momento un alegato jur¨ªdico, mezcla de dato, expresividad y autoridad: ¡°Barbie fue soberano en sus decisiones. Era el jefe de la Gestapo en Lyon, un personaje terror¨ªfico que no tuvo que pedir permiso a nadie de arriba para las fechor¨ªas que cometi¨®. ?l y solo ¨¦l dio la orden de detener y de deportar a los ni?os jud¨ªos de la residencia de Izieu. Era culpable, por eso lo acorralamos y lo perseguimos hasta que pudo ser juzgado en Francia. Otros nazis, en la guerra, cumpl¨ªan ¨®rdenes militares, su culpabilidad puede discutirse. La de Barbie es indiscutible¡±.
Su esposa, Beate Klarsfeld, 80 a?os reci¨¦n cumplidos, se incorpora a la charla. Alemana hija de un soldado de la Wehrmacht, su vida cambi¨® aquella tarde de 1960 en la estaci¨®n de metro Porte de Saint-Cloud, de Par¨ªs. El joven estudiante de Derecho y la joven estudiante alemana que trabajaba como chica au pair se miraron, empezaron a hablar y ya no se separaron. ?l le cont¨® su experiencia personal con el nazismo y el asesinato de su padre. Ella atraves¨® la raya que separa la indiferencia del compromiso y, de la mano de su pareja, se convirti¨® en la m¨¢s dura de las activistas contra la impunidad de los excolaboradores de Hitler. Desde entonces, en la actividad del matrimonio Klarsfeld como sabuesos cazanazis, ella ha sido siempre la mano dura, la persona de acci¨®n, la fuerza de choque, frente a la reflexi¨®n, la serenidad, el estudio de las leyes y la paciencia de su esposo. Un t¨¢ndem engrasado, preciso, implacable.
¡°El caso de los ni?os de Izieu¡±, explica Beate Klarsfeld, ¡°fue dantesco, pero a¨²n fue peor la redada del V¨¦l d¡¯Hiv en Par¨ªs [vel¨®dromo de invierno] por parte de la polic¨ªa francesa en 1942, con 4.000 ni?os jud¨ªos detenidos, separados de sus padres y deportados a Auschwitz, donde fueron todos asesinados. Aquellas madres estaban convencidas de que, al ser franceses, aquellos ni?os no ser¨ªan molestados por la polic¨ªa francesa, pero¡ Fue un crimen horrible, y el principal argumento contra todos aquellos que, como Marine Le Pen, reclaman hoy que el mariscal P¨¦tain sea rehabilitado¡±.
Cap¨ªtulos como el de Barbie e Izieu, o como el del pasado nazi del ex secretario general de Naciones Unidas Kurt Waldheim, o como los relativos a la localizaci¨®n, persecuci¨®n y juicio a exnazis como Kurt Lischka, Herbert Hagen o Ernst Heinrichsohn, o como el que evoca el fracaso en la caza de Alois Brunner ¡ªel siniestro lugarteniente de Adolf Eichmann, el teniente coronel de las SS¡ª, salpican las p¨¢ginas de M¨¦moires (Memorias), el libro publicado por los Klarsfeld en 2015 y que se lee como un aut¨¦ntico thriller. Una nueva edici¨®n espa?ola de este libro sobrecogedor ver¨¢ la luz el a?o pr¨®ximo, con pr¨®logo de Antonio Mu?oz Molina, a cargo del Berg Institute de Derechos Humanos.
Sin duda el momento de la verdad en la vida de Beate Klarsfeld lleg¨® una tarde de 1968 en Berl¨ªn. Se celebraba el congreso de la Uni¨®n Dem¨®crata Cristiana (CDU) bajo el liderazgo del entonces canciller alem¨¢n, Kurt Georg Kiesinger. Beate Klarsfeld hab¨ªa escrito ya varios art¨ªculos contra el pasado nazi de Kiesinger, ex subdirector del departamento de Radiodifusi¨®n del Ministerio de Asuntos Exteriores de Hitler. Como tantos otros antiguos responsables del aparato nacionalsocialista, Kiesinger viv¨ªa apaciblemente y respetado en Alemania, donde se hab¨ªa extendido un manto de blanqueo y olvido sobre los cr¨ªmenes nazis contra el pueblo jud¨ªo. El ¨²ltimo de aquellos art¨ªculos le cost¨® a la ferviente activista su empleo en la Oficina Franco-Alemana de la Juventud, una honorable tapadera que buscaba lavar la mala imagen de Alemania tras la derrota del nazismo y que estaba dirigida por otro exfuncionario nazi de pro, Walter Hailer.
En su oficina, los Klarsfeld muestran los dosieres de Barbie, de Mengele, de Brunner, pasaportes falsos, fotos de sus detenciones¡
Beate Klarsfeld se col¨® en el congreso de la CDU con una acreditaci¨®n falsa, logr¨® subir al estrado, se coloc¨® detr¨¢s de Kiesinger y le dio una sonora bofetada que acab¨® haciendo historia. ¡°Fue una bofetada simb¨®lica¡±, recuerda Beate Klarsfeld, ¡°primero, una bofetada de una joven alemana contra su padre nazi; luego, de la juventud alemana contra el nazismo en su conjunto. Simboliz¨® la rebeli¨®n de la juventud de mi pa¨ªs contra el hecho de que hubiera antiguos criminales nazis viviendo tranquilamente en Alemania y ocupando cargos en la pol¨ªtica, en la universidad, en la empresa, en la abogac¨ªa¡ Cuando le di la bofetada a Kiesinger, en el Parlamento de Berl¨ªn hab¨ªa 123 antiguos nazis en puestos de responsabilidad. Muchos alemanes defend¨ªan la tesis de que hab¨ªa que perdonar, olvidar y contar con aquellos criminales porque, al fin y al cabo, ten¨ªan experiencia¡±.
En ese sentido, recuerda el episodio del acoso al que sometieron ella y su esposo a Kurt Lischka, antiguo jefe de la Gestapo en Par¨ªs durante la ocupaci¨®n. Tanto ¨¦l como Herbert Hagen ¡ªexjefe del Estado Mayor de la direcci¨®n de la polic¨ªa alemana¡ª y Ernst Heinrichsohn ¡ªexsubteniente de las SS¡ª sufrieron el zarpazo del matrimonio Klarsfeld. Los tres, responsables de la deportaci¨®n y muerte de miles y miles de jud¨ªos franceses, fueron juzgados y condenados a penas de entre 7 y 10 a?os de c¨¢rcel. La Operaci¨®n Lischka fue la m¨¢s complicada. Serge y Beate Klarsfeld, que hab¨ªan dado con ¨¦l a trav¨¦s de la gu¨ªa telef¨®nica, idearon un plan para secuestrarlo a la salida de su domicilio de Colonia. La idea era copiar la acci¨®n llevada a cabo el 11 de mayo de 1960 en Buenos Aires por el Mossad, los servicios secretos israel¨ªes, que neutralizaron all¨ª a Adolf Eichmann. El responsable de la soluci¨®n final contra el pueblo jud¨ªo hab¨ªa sido detectado all¨ª por el cazanazis Simon Wiesenthal. Eich?mann fue secuestrado, drogado e introducido en un avi¨®n rumbo a Jerusal¨¦n, donde fue juzgado, condenado a muerte y ejecutado. Pero los Klars?feld no ten¨ªan los medios del Mossad. Y el metro noventa de estatura de Kurt Lischka no facilit¨® las cosas. Tuvieron que desistir y limitarse a acosarle y grabarle con una c¨¢mara varias veces a la salida de su casa. Pero la estrategia sirvi¨®: el antiguo teniente coronel de la Gestapo parisiense acabar¨ªa en el banquillo de los acusados. ¡°Muy pocos de aquellos monstruos fueron conducidos ante un tribunal. Figuraban tranquilamente con sus nombres en la gu¨ªa telef¨®nica. Para quienes hab¨ªan perdido a sus padres o hermanos en los campos de concentraci¨®n aquello era insoportable¡, pero para muchos alemanes era lo normal¡±, recuerda Beate Klarsfeld.
"Barbie fue jefe de la Gestapo en Lyon. No pidi¨® permiso para sus fechor¨ªas. Lo perseguimos hasta juzgarlo en Francia¡± (Serge Klarsfeld)
Pero no todo fueron ¨¦xitos. Su objetivo frustrado lleva el nombre de Alois Brunner. Localizaron al oficial de la siniestra secci¨®n IVB4 de la Gestapo y comandante del campo de concentraci¨®n de Drancy en 1982. Supieron que se encontraba en Damasco, donde viv¨ªa protegido por el r¨¦gimen de Hafez el Asad desde 1954 bajo el nombre de Aboud Hossein. Viajaron a Siria para pedir su extradici¨®n, pero nada m¨¢s conocer su presencia en el pa¨ªs, los servicios secretos sirios ¡ªpara quien Brunner hab¨ªa trabajado¡ª lo condujeron al s¨®tano de una vivienda privada. All¨ª pasar¨ªa 20 a?os escondido. En 2017, la revista francesa XXI public¨® que Alois Brunner hab¨ªa fallecido en 2001 en aquel s¨®tano de Damasco.
¡°No haber logrado detener a Alois Brunner es una espina que tenemos clavada, claro¡±, lamenta Serge ?Klars?feld. ¡°Sin embargo, tenemos el consuelo de saber que tuvo una existencia desdichada durante los 10 ¨²ltimos a?os de su vida. Desde 1992, cuando la polic¨ªa lo detuvo en su apartamento, hasta 2001, cuando muri¨®, estuvo viviendo en una bodega h¨²meda, casi sin alimentarse. Hab¨ªa perdido los dedos de una mano en un atentado con paquete bomba que el Mosad cometi¨® contra ¨¦l cuando viv¨ªa en Damasco, y hab¨ªa perdido un ojo en otro atentado¡, yo creo que esos fueron los servicios secretos franceses. ?Desde luego, le qued¨® claro que hab¨ªa gente que no se hab¨ªa olvidado de ¨¦l!¡±.
Pese a la evidencia de sus obras y de su curr¨ªculo, a Serge y a Beate Klarsfeld les incomoda, por reduccionista, la palabra ¡°cazanazis¡±. ¡°Lo hemos sido, desde luego, pero nos gusta m¨¢s presentarnos como defensores de las almas jud¨ªas perseguidas¡±, explica el autor del libro Vichy/Auschwitz, caballero de la Legi¨®n de Honor y que mantiene hoy vivas instituciones como el Centro de Documentaci¨®n sobre la Deportaci¨®n de Ni?os Jud¨ªos y la Fundaci¨®n por la Memoria del Holocausto. Considera que su labor ha ido y va m¨¢s all¨¢ del mero activismo: una labor de divulgaci¨®n y toma de conciencia: desde su faceta cient¨ªfica de estudioso de la historia del juda¨ªsmo, Serge Klarsfeld ahonda en los factores de fondo que pueden explicar lo que considera el odio al jud¨ªo: ¡°Durante mucho tiempo el motor de ese odio no fue otro que el antisemitismo cristiano. Hist¨®ricamente los jud¨ªos viv¨ªan en guetos, viv¨ªan entre ellos, trabajaban y estudiaban a la vez que se preparaban para la religi¨®n¡, y gracias a su capacidad de estudio y de trabajo acabaron en la vanguardia de la banca, de la pol¨ªtica, del periodismo¡, y entonces mucha gente no entendi¨® que los jud¨ªos, a los que hab¨ªan conocido en el gueto, de repente fueran reyes de la sociedad. Y de ah¨ª que en el siglo XIX surgiera un fuerte antisemitismo social, que hoy pervive en muchos sitios¡±.
Es una cuesti¨®n innegociable para esta pareja, un aut¨¦ntico lobby en s¨ª mismo en la defensa del pueblo jud¨ªo. En un momento de la conversaci¨®n, se abre la puerta del despacho y entra Arno Klarsfeld, hijo de la pareja y el abogado que mand¨® a la c¨¢rcel en 1998 a Maurice Papon, prefecto de Burdeos durante el r¨¦gimen colaboracionista de Vichy. Muestra, en la pantalla de su m¨®vil, los mensajes que acaba de cruzarse con Emmanuel Macron, al d¨ªa siguiente del discurso que el presidente de la Rep¨²blica pronunci¨® ante las asociaciones jud¨ªas de Francia, y en el que propuso endurecer la legislaci¨®n contra los delitos de odio racial en la Red. ¡°El antisemitismo no se puede hacer desaparecer as¨ª, de golpe¡, es una enfermedad de la sociedad occidental, y tambi¨¦n de Rusia, y de Oriente Pr¨®ximo, que de tiempo en tiempo resurge bajo nuevas formas. Erradicarlo en cada individuo puede llevar siglos¡±, advierte Serge Klarsfeld.
La charla con la activista valiente e intransigente y con el viejo abogado de causas perdidas transcurre a borbotones, entrecortada por las idas y venidas de ambos a buscar un recorte de prensa, una fotograf¨ªa o un documento gastado con los que apoyar sus explicaciones. Viejos papeles con los rostros de Barbie, o del doctor Mengele, o de Alois Brunner, o de Walter Rauff, el oficial de las SS que invent¨® la c¨¢mara de gas port¨¢til y que vivi¨® a?os confortablemente instalado en el Chile de Pinochet.
En uno de esos momentos de anarqu¨ªa dial¨¦ctica entre los Klarsfeld, que no paran de interrumpirse, Beate pega con el pu?o en la mesa y expone sus miedos ante el viejo fantasma que, advierte, vuelve a recorrer Europa con cuentagotas: ¡°La indiferencia es un peligro. Hay gente que no vota porque cree que los problemas se arreglar¨¢n por s¨ª solos, pero no es as¨ª. Mire lo que ocurri¨® en Alemania con los nazis, aquello puede repetirse; mire lo que est¨¢ pasando con algunos Gobiernos en Europa, lo que ocurre en Italia, lo que pod¨ªa haber ocurrido en Francia, Hungr¨ªa, Austria, ahora la extrema derecha resurge en Espa?a¡ Los j¨®venes europeos a veces no se dan cuenta de todo esto, porque desde el final de la II Guerra Mundial viven en la riqueza y en el confort, y no les interesa la historia. Hay que permanecer vigilantes. Los extremos se movilizan con facilidad, pero la gente moderada, no¡±.
Los Klarsfeld siguen en pie y siguen en la brecha. Ya no hay SS ni gestapos que cazar, o los que hay son nonagenarios enfermos o personajes que no tuvieron relevancia en la cadena de mando nazi, pero ellos se ocupan de otras masacres, de otras injusticias: en su d¨ªa las atrocidades de la desaparecida Yugoslavia, despu¨¦s Ruanda, hoy Burundi¡ ¡°Hace 15 a?os que ya no quedan grandes nazis que perseguir¡±, explica Serge Klarsfeld, ¡°han muerto o los que quedan son de un nivel muy bajo, simples vigilantes de campo y cosas as¨ª. Hay fiscales en Alemania que siguen acus¨¢ndolos¡ Lo hacen porque les proporciona renombre social. A algunos de ellos ¡ªcomo Oskar Gr?ning, el contable de Auschwitz¡ª, cuando no pueden demostrar su inocencia se los condena a cuatro a?os de c¨¢rcel porque el tribunal cree que ¡®contribuyeron a la buena marcha de la maquinaria de exterminio¡¯. Es lo que hicieron tambi¨¦n con John Demjanjuk [alias Iv¨¢n el Terrible, ucranio, miembro de las SS y acusado de colaborar en el asesinato de 28.000 jud¨ªos en el campo de concentraci¨®n de Sobibor]. A otros se los condena solo por haber militado en el partido nazi. No es el tipo de justicia que perseguimos. Nosotros hemos luchado toda la vida por procesar a gente que hab¨ªa firmado alg¨²n documento, gente cuyas ¨®rdenes o acciones criminales estaban demostradas con pruebas¡±.
Dicen adi¨®s, dan la mano, vuelven sobre sus pasos, se encierran en su oficina, entre sus papeles, entre las peores sombras de la historia. Los Klarsfeld tienen aspecto de lo que son: abuelos de rostro amable. Detr¨¢s de esa fachada, pervive la mirada del depredador. Medio siglo de busca y captura. Medio siglo cazando nazis. ?
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