Con ojos futuros
No est¨¢ de m¨¢s imaginar qu¨¦ se dir¨¢ de nuestra ¨¦poca ¡°extraordinaria¡± dentro de veinte o treinta a?os, cuando le toque ser pasado. Da un poco de miedo.
ESTA IDEA se la debo a Bill Maher, que la esboz¨® en uno de sus programas. Si hay algo antip¨¢tico del presente ¡ªde cualquier presente¡ª, es que mira el pasado cercano con desd¨¦n y con aires de superioridad. Desde que tengo memoria, el actual se lleva la palma. La revoluci¨®n tecnol¨®gica de las ¨²ltimas d¨¦cadas ha imbuido a la mayor¨ªa de los individuos de una soberbia injustificada, como si hubieran sido ellos, los usuarios, quienes inventaron Internet, Twitter, Instagram, los smartphones, Netflix y YouTube. En el mejor de los casos, se compadecen de sus padres y abuelos; en el peor (y m¨¢s frecuente), se burlan de ellos despiadadamente: pobres sujetos ignorantes y atrasados. Los llamados millennials se consideran cuasi perfectos y dignos de admiraci¨®n, y, como corresponde, se tronchan al ver im¨¢genes de los a?os setenta y ochenta del siglo XX. Los pantalones acampanados, los cardados, los pelos fritos, las chaquetas de pana, las hombreras, los pijamas tipo ABBA, todo es objeto de justa mofa, que compartimos con buen humor quienes en su d¨ªa sucumbimos a las modas de turno. (Durante un periodo de mi juventud llev¨¦ una larga melena estilo apache, y lo peor es que existe una fotograf¨ªa en la edici¨®n original de mi segunda novela, de 1973.)
Pero no est¨¢ de m¨¢s imaginar qu¨¦ se dir¨¢ de nuestra ¨¦poca ¡°extraordinaria¡± dentro de veinte o treinta a?os, cuando le toque ser pasado. Me temo que la hilaridad de nuestros hijos y nietos ser¨¢ inmisericorde. Cuando vean v¨ªdeos de ahora se tronchar¨¢n y exclamar¨¢n: F¨ªjate, la gente andaba aferrada al m¨®vil y no cesaba de mirarlo o teclearlo compulsivamente, sin atender a lo que suced¨ªa a su alrededor. Se tropezaba, algunos eran atropellados por coches que no ve¨ªan ni o¨ªan venir, y otros sufrieron accidentes mortales por hacerse un selfie idiota. Con el aparato lo fotografiaban todo, aunque no fuera bonito ni tuviera el menor inter¨¦s. Martirizaban a sus conocidos envi¨¢ndoles la incomprensible foto (platos de comida, baldosas, un mimo callejero), que jam¨¢s volv¨ªan a mirar. Muchos hombres se colocaban en la coronilla unos mo?itos a lo samur¨¢i, o peinaban complicadas rastas dif¨ªciles de lavar. Hab¨ªa futbolistas que se pon¨ªan una mopa en la cabeza y as¨ª sal¨ªan ufanos al campo. No escaseaban las mujeres que se pelaban al uno como hospicianas de Dickens o represaliadas tras las guerras. Tanto ellas como los varones luc¨ªan tatuajes con ah¨ªnco, hasta el punto de ir en camiseta por la calle para exhibirlos. Abundaban los gordos fenomenales, que decidieron estar orgullosos de serlo, pese a que los m¨¦dicos recomendaban eliminar grasas para mejorar la salud. Se generaliz¨® el uso de pantalones justo por debajo de la rodilla, lo cual ¡°cortaba¡± las piernas en dos. Se vest¨ªan horrorosas camisetas flojas y holgadas (y con lemas) que acentuaban las barrigas, al fin y al cabo eran motivo de inexplicable orgullo. Las deportivas eran ubicuas, y se conjuntaban estrafalariamente con smokings y fracs en las galas, o las mujeres con vestidos largos de fiesta. Hab¨ªa un gusto p¨¦simo, en suma, pero las gentes cre¨ªan ir de maravilla.
Se somet¨ªan gustosamente a las sevicias y humillaciones de las compa?¨ªas a¨¦reas y de los aeropuertos, se pasaban all¨ª horas y horas, con el in¨²til prop¨®sito no de viajar, sino de desplazarse como locos de un sitio a otro. En realidad, a la mayor¨ªa, no les interesaba ning¨²n lugar. Los recorr¨ªan rutinariamente seg¨²n las instrucciones de alguna gu¨ªa o web y se hac¨ªan retratos all¨ª donde se les indicaba que hab¨ªa algo ¡°importante¡±. Ni siquiera lo miraban, ese algo, o s¨®lo con la c¨¢mara del m¨®vil. Se agolpaban en reba?o delante del feo retrato de La Gioconda, d¨¢ndose codazos para lograr tenerlo de fondo y taparlo luego con sus caras. Andaban por las calles en destructivos grupos de ochenta o m¨¢s personas, comport¨¢ndose como ganado al mando de un vaquero o pastor que los guiaban con una sombrilla de colores o una banderita. Se desplazaban por las aceras en patinetes que sol¨ªan dejar tirados tras usarlos, para que alguien se desnucase luego. Tambi¨¦n en bicis y en unos aparatos de ruedas gordas y horrendas llamados segways, para perezosos. Las ciudades eran un caos y un peligro para las personas de edad, ya sin apenas reflejos para esquivar los veh¨ªculos pueriles. Los domingos se disfrazaban de atletas y corr¨ªan en masa por cualquier motivo ¡°solidario¡±, eso dec¨ªan. No lo hac¨ªan en espacios verdes, como habr¨ªa sido normal, sino que se empe?aban en hollar el duro asfalto de los centros m¨¢s c¨¦ntricos, para imposibilitarles la vida y el tr¨¢nsito a cuantos no participaban de sus maratones y ¡°perrotones¡±, que consist¨ªan en correr igualmente, pero con perro. Enloquecieron por estos animales, hasta el punto de que en 2019 hab¨ªa en Espa?a unos ocho millones de ellos. Se cre¨ªan que eran ni?os y los mimaban como a tales, pero a menudo se cansaban y los abandonaban de mala manera, tras haberlos adorado durante un a?o o dos. Eran inclementes, aunque sol¨ªan creerse, todos, buen¨ªsimas personas.
Da un poco de miedo mirarnos con ojos futuros. Pero m¨¢s miedo dar¨¢ un domingo pr¨®ximo, cuando esos ojos se fijen en algunos asuntos m¨¢s serios, y no s¨®lo en aspectos costumbristas, que tampoco han de faltar, porque son tan inagotables como agotadores.?
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