Denegri est¨¢ vivo
Las extorsiones de este gatillero de la pluma son una versi¨®n burda y primitiva de una prensa vendida al mejor postor, pero me pregunto hasta qu¨¦ punto ese servilismo corrupto se sofistic¨®
Un doctor que fuma un cigarrillo tras otro en su consultorio mientras atiende a su paciente; la esposa impecable que termina el p¨ªcnic familiar sacudiendo el mantel de cuadros y deja sembrado de vasos y platos desechables un pasto pr¨ªstino. Escenas de pel¨ªcula o series de televisi¨®n ambientadas en los a?os cincuenta o sesenta que escandalizan el sentido com¨²n anestesiado de nuestros d¨ªas. Hoy los doctores no fuman enfrente de sus pacientes en aras de proyectar una imagen de vida sana, lo cual no impide que conviertan a los enfermos en adictos de opioides y drogas legales.Tampoco tiramos los desechables en un parque aunque sembremos el mar de islas flotantes de pl¨¢stico indestructible.
Esa sensaci¨®n me deja las reacciones al extraordinario libro de Enrique Serna, El Vendedor de Silencios, sobre el c¨¦lebre Carlos Denegri, ¡°el mejor y m¨¢s vil de los periodistas de M¨¦xico¡±, que domin¨® la escena p¨²blica hace cincuenta a?os. Nos sumergimos embelesados en el texto de Serna para escandalizarnos con la vida disipada y desmesurada del columnista m¨¢s influyente de su generaci¨®n y la manera en que utiliz¨® su poderosa pluma para extorsionar a los pol¨ªticos en desgracia y destruir reputaciones de los enemigos del soberano. Una muestra descarnada de corrupci¨®n y servilismo como nunca antes ni despu¨¦s hab¨ªa existido¡. Aparentemente.
El Vendedor de Silencios ha recibido merecidamente encomiables rese?as literarias y muchos, incluy¨¦ndome, lo consideran el libro del a?o en M¨¦xico (destaco dos rese?as en particular, aunque no las ¨²nicas: la de Rosa Beltr¨¢n, en La Raz¨®n, y la de Ana Garc¨ªa Bergua en Letras Libres). Sin embargo, al escuchar los comentarios de algunos lectores, horrorizados por la corrupci¨®n rampante del periodismo de la ¨¦poca, no puedo dejar de pensar en el doctor fumador que ofende nuestra hip¨®crita asepsia visual. ¡°Serna ha retratado los vicios de la prensa del M¨¦xico autoritario¡±, dijo alguien en el tono de quien se congratula de haberlo dejado atr¨¢s; ¡°un fresco que exhibe la corrupci¨®n en estado puro del periodismo servil y corrupto del pasado¡±, escuch¨¦ decir a un periodista cuyos contratos ser¨ªan la envidia del propio Carlos Denegri.
En efecto, las extorsiones de este c¨¦lebre gatillero de la pluma y golpeador de mujeres, son una versi¨®n burda y primitiva de una prensa vendida al mejor postor, convertida en c¨®mplice del poder. Pero me pregunto hasta qu¨¦ punto ese servilismo corrupto simplemente se sofistic¨® y masific¨® para convertirse en algo a¨²n m¨¢s pernicioso y da?ino, de la misma forma en que el insoportable espect¨¢culo de unos platos tirados sobre el pasto dej¨® de verse para dar paso a una contaminaci¨®n industrial capaz de provocar un cambio clim¨¢tico.
O para decirlo r¨¢pido, los medios y periodistas de la ¨¦poca de Carlos Denegri ni en sue?os habr¨ªan aspirado a recibir los 3.000 millones de d¨®lares que el Gobierno de Enrique Pe?a Nieto entreg¨® a los herederos de aquel mundo. Los nuevos Denegri dejaron de ir a las cantinas para acudir a los gimnasios, disimularon de mejor manera a sus patrocinadores y en lugar de sobres con dinero inventaron agencias de publicidad de membrete y blogs para facturar verdaderas fortunas. Los conductores de radio m¨¢s afamados prohijaron un tono de indignaci¨®n siempre en defensa del ciudadano, implacables en contra del pol¨ªtico en desgracia o de segundo nivel (nunca un anunciante) e invariablemente se mostraron respetuosos del presidente.
Se dir¨¢ que quedaron atr¨¢s los tiempos en los que D¨ªaz Ordaz pod¨ªa mandar a silenciar a un periodista o despedir a un reportero, pero lo cierto es que nunca han muerto tantos profesionales de la comunicaci¨®n como ahora. Y desde hace rato el soberano no tiene necesidad de correr a un columnista o a un conductor inc¨®modo como anta?o: hoy los propios empresarios de los medios se apresuran a deshacerse de todo aquello que consideran puede afectar sus pautas de publicidad oficial. V¨¦ase si no los reacomodos de programas y conductores en el ¨²ltimo a?o.
Carlos Denegri lleg¨® a presumir que su teclado era capaz de arruinar una carrera pol¨ªtica o provocar la renuncia de un funcionario. Pero nadie en su tiempo podr¨ªa haberse atribuido la capacidad de construir un candidato presidencial o llevar a su gallo a Los Pinos, como bien podr¨ªa ufanarse Televisa en el sexenio anterior.
El extraordinario libro de Enrique Serna vale la pena de ser le¨ªdo por muchas razones; es una historia apasionante admirablemente bien contada. Pero se le har¨ªa un flaco favor al autor si se le exhibe como un retrato de las infamias de la vida p¨²blica y period¨ªstica que dejamos atr¨¢s. Basta ver la cantidad de marcas de peri¨®dico que pueden verse en un puesto, sin lectores que se dignen a comprarlos. ?Qui¨¦n paga eso?. Desde luego hay excepciones, pero el periodismo vendido a una causa pol¨ªtica sigue vigente aunque m¨¢s sofisticado. No se ustedes, pero prefiero un doctor que fume a uno que me envenene sutilmente.
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