?Atenci¨®n! Su melancol¨ªa navide?a puede ser terap¨¦utica
?Ha sentido tristeza, estr¨¦s o hast¨ªo estos d¨ªas de fiestas? No est¨¢ solo. Sin embargo, son un momento de oro para desarrollar capacidades como la empat¨ªa, el respeto y la tolerancia.
En el ¨²ltimo medio siglo, estas fiestas han perdido gran parte de su alegr¨ªa y su hospitalidad originales¡±. Esta frase podr¨ªa haberse escuchado ayer mismo en cualquier lugar de Occidente, pero pertenece a un editorial de The Times del a?o 1790. Mucho se ha escrito desde que, hace dos siglos, Washington Irving fijara en su peque?a novela Vieja Navidad el imaginario de estas celebraciones. Esta ¨¦poca del a?o ha inspirado a m¨²sicos, cineastas y escritores de todos los tiempos, desde Charles Dickens, con sus deliciosos y a la vez tremendos cuentos, hasta Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez, que public¨® en EL PA?S una demoledora tribuna titulada Estas Navidades siniestras sobre ¡°la fiesta m¨¢s espantosa del a?o¡±.
Si del rechazo, el temor, la angustia, la pereza o el hast¨ªo ante estas celebraciones de finales de diciembre y principios de enero se ha hablado y escrito tanto es porque, m¨¢s que unas fechas se?aladas, son un estado mental. En un estudio publicado por el Journal of Consumer Marketing en 2007 sobre los ingredientes que componen el esp¨ªritu navide?o, los encuestados destacaron cinco: bondad, alegr¨ªa, ritos, compras y cierto abatimiento. Todos ellos tienen una potente dimensi¨®n psicol¨®gica y est¨¢n interrelacionados, pero vamos a centrarnos en ese ¡°cierto abatimiento¡±.
La depre de las Navidades tiene una primera causa obvia: coincide con el solsticio de invierno, las noches m¨¢s largas del a?o. Est¨¢ demostrado que la falta de luz solar afecta de manera negativa a nuestro estado de ¨¢nimo. No es casual que uno de los elementos imprescindibles de las Navidades sean las luces, omnipresentes en esos d¨ªas para conjurar nuestro miedo at¨¢vico a la oscuridad: velas, bombillas y guirnaldas decoran las casas y las calles decretando el estado de fiesta y burlando la negrura del solsticio.
Las fiestas navide?as son adem¨¢s la celebraci¨®n familiar por excelencia. Algunos vuelven a casa desde lejos, se reencuentran parientes que no se ver¨¢n hasta el pr¨®ximo diciembre, los ni?os protagonizan la fiesta con los adultos, el n¨²cleo familiar se extiende tanto como la mesa del comedor, y son de obligada cortes¨ªa las visitas a casa de unos y otros. Pero la familia, ya se sabe, es fuente de sinsabores y traumas; y, en consecuencia, de reproches. Ante esto solo caben dos posturas saludables: o huir y no volver hasta que pasen las fechas, o tom¨¢rselo con filosof¨ªa y vivir los encuentros familiares con el mejor talante.
Hasta el m¨¢s gru?¨®n se toma su tiempo arreglando la casa, cocinando (o encargando la comida) y comprando regalos (aunque sea por Internet). Eso, sea o no a rega?adientes, es pensar en los dem ¨¢s y participar en los ritos para confirmar nuestro sentimiento de pertenencia al grupo social. Es cuidar, agasajar e intentar agradar por unos d¨ªas a nuestros familiares y amigos. Y ese sacar nuestras mejores galas y pensar en los dem¨¢s con generosidad, evidentemente, es bueno para ellos, pero tambi¨¦n para uno mismo: reconforta, nos hace sentirnos valorados, estrecha los lazos afectivos y fortalece nuestra autoestima. Cuando nos esforzamos en hacer algo por los dem¨¢s es porque sentimos que tenemos cosas buenas que ofrecerles.
Estas fechas son una excelente ocasi¨®n para intentar aceptar a nuestra familia tal como es e integrarnos en ella de la manera que nos sintamos m¨¢s c¨®modos con nosotros mismos. Nos ofrecen una oportunidad de oro para practicar la empat¨ªa, el respeto y la aceptaci¨®n de que no todo el mundo es y piensa como nos gustar¨ªa.
Algunas personas sienten verdadera angustia ante las reuniones familiares no porque vuelen los trastos, sino por el miedo a las sillas vac¨ªas. Son fechas de celebraciones cargadas de ritos que vivimos intensamente desde nuestra infancia. Pocos episodios de nuestro pasado rememoramos tan fielmente como las Navidades. Estos recuerdos se avivan cuando desempolvamos los olores, sabores y sonidos propios solo de estos d¨ªas. Es gracias a esta suerte de regresi¨®n a nuestra ni?ez que nos permitimos comer golosinas, entonar villancicos, vivir los nervios de los regalos de Reyes o alucinar con las luces del ¨¢rbol. Pero en esos evocadores rituales es cuando m¨¢s se notan las ausencias que nos sumen en la tristeza. Es importante modular la ansiedad que produce la inminencia de esos sentimientos de melancol¨ªa, porque recordar a quienes ya no est¨¢n entre nosotros es un proceso sano y necesario. En este aspecto tambi¨¦n las Navidades cumplen una funci¨®n terap¨¦utica. Evitar o reprimir la tristeza es fruto de un duelo mal elaborado. Y una buena manera de superarlo es permitirse sentir nostalgia por los d¨ªas pasados en compa?¨ªa de los seres queridos que fallecieron. La tristeza as¨ª vivida es un sentimiento sano.
En estos tiempos c¨ªnicos en los que la bondad, la alegr¨ªa y la generosidad est¨¢n denostadas por su supuesta candidez, conviene recordar que son esos los sentimientos que nos hacen, a nosotros y a los dem¨¢s, m¨¢s humanos, m¨¢s sanos y m¨¢s inteligentes. Sea, pues, cari?oso, tolerante y conciliador con su familia y consigo mismo. Es el mejor regalo que se puede hacer: cultivar su salud mental. Si en estas semanas lo ha conseguido, considere que le ha tocado la loter¨ªa. Disfrute del premio.?
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