La dictadura de los algoritmos
Si Google o Facebook quieren que una noticia (verdadera o falsa), sea vista, le¨ªda y compartida por millones, pueden hacerlo
Si preguntas a cualquiera cu¨¢nto cuesta leer o publicar informaci¨®n en Internet lo m¨¢s probable es que te responda que es gratis. Sin embargo, lo cierto es que el precio de informar o informarse por Internet tiene un coste cada d¨ªa m¨¢s alto. Un precio que es distinto para los lectores como usuarios, para los medios como creadores y finalmente para informaci¨®n, que est¨¢ pagando este nuevo sistema con su calidad. Las fake news no son pocas, no son inocentes y no son inocuas. Pero s¨ª son impunes.
Hace mucho, all¨¢ por los noventa, el ¨¦xito de la informaci¨®n que publicaba un peri¨®dico depend¨ªa b¨¢sicamente de tres factores: la calidad, el inter¨¦s que suscitara en los lectores y la apuesta de los editores en cuesti¨®n, que se ocupaban de dotar de jerarqu¨ªa a la informaci¨®n seg¨²n una combinaci¨®n de los factores uno y dos. Bien, este modelo est¨¢ siendo arrasado. Actualmente el ¨¦xito de una publicaci¨®n en Internet depende cada vez m¨¢s de c¨®mo sea le¨ªda por los distintos algoritmos con que trabajan las dos grandes corporaciones que controlan la red: Google y Facebook. Estos dos gigantes son los due?os de todo y ellos est¨¢n poniendo ya un precio a todo cuanto leemos.
Millones de lectores nos hemos acostumbrado a acceder al contenido a trav¨¦s de redes sociales y buscadores y pasamos cada vez menos por las portadas de los medios. Pero siempre que consumimos v¨ªa Google o v¨ªa redes, estamos pagando con informaci¨®n personal que ser¨¢ comercializada en forma de big data a terceros. Permitimos que se archiven nuestros clics, likes, fotos, ideolog¨ªas¡ Y asumimos que, de una u otra manera, esta informaci¨®n ser¨¢ vendida. ?Pero quien podr¨ªa comprarla? B¨¢sicamente, cualquiera que pague el precio. Facebook en concreto le ha cogido el gusto a comercializar informaci¨®n capaz de alterar procesos democr¨¢ticos, tales como el Brexit o las elecciones que auparon a Trump. Evidentemente no se venden votos, pero s¨ª la posibilidad de condicionar a millones de potenciales votantes de cierta ideolog¨ªa. Y funciona.
De modo que si Google o Facebook quieren que una noticia (verdadera o falsa), sea vista, le¨ªda y compartida por millones, pueden hacerlo. Tienen la tecnolog¨ªa, la audiencia y la segmentaci¨®n necesarias. Y, con estas nuevas reglas de juego, resulta que un peri¨®dico podr¨ªa llegar a ser el m¨¢s visto en Internet, no por ser el preferido de los lectores sino por pagar el que m¨¢s a los algoritmos. Este cambio radical en la gesti¨®n de la informaci¨®n ha producido una paradoja que hubiera sido impensable hace 20 a?os. Hoy en d¨ªa la informaci¨®n en Internet no solo ha dejado de ser gratis para los usuarios, sino que supone una gran inversi¨®n para todos los medios que quieran posicionar en las redes sociales o en buscadores el contenido que ofrecen a sus lectores. Es decir, cada vez m¨¢s, los medios de comunicaci¨®n pagan dinero por promocionar la informaci¨®n que ¡°regalan¡± a los due?os de Internet, Google y Facebook. Una vez esta din¨¢mica entra en funcionamiento, la ecuaci¨®n es sencilla: se trata de ¡°comprar¡± la audiencia m¨¢s barata de lo que se venda la publicidad. Por lo dem¨¢s, cuanto dinero invierte un medio en publicitar sus contenidos en Google y Facebook es hoy un secreto para lectores y anunciantes. No existe el medio que no dedique recursos a este fin, tanto si se paga para conseguir clics ¡°al peso¡± (con el empobrecimiento de la calidad de lo publicado que esto apareja) como si se depuran los contenidos para que gusten a los algoritmos.
Asumimos pues que lectores y cabeceras ya pagamos bastante cara la informaci¨®n gratuita que leemos o publicamos en Internet. Pero el precio m¨¢s alto lo est¨¢n pagando los contenidos. El algoritmo de Facebook odia los adjetivos, por ejemplo, no le gusta que los t¨ªtulos lleven interrogaciones, penaliza las im¨¢genes donde hay letras, castiga ciertos verbos, prefiere las oraciones sencillas a las compuestas¡ Est¨¢ lleno de man¨ªas capaces de cambiar la forma de escribir la informaci¨®n primero y de pensarla despu¨¦s. Pero lo peor est¨¢ por venir. O esa es al menos mi impresi¨®n desde que he empezado a usar Google Discover, la nueva portada informativa que Google construye en tiempo real y a medida de los gustos y preferencias de cada uno de sus usuarios. L¨¢stima que en sus primeros meses de vida este Discover funcione de manera m¨¢s que cuestionable, tenga predilecci¨®n por el contenido sensacionalista y se haya convertido en un experto en mezclar fake news con contenido de calidad. ?Que al mezclar este contenido con cabeceras respetables le otorga una veracidad que no tendr¨ªa en otro contexto? Hay que entenderlo, es un robot, no es perfecto.
A estas alturas, todos hemos visto c¨®mo Internet tiene el poder de transformar cualquiera industria con la que se encuentre. Parec¨ªa que iba a acabar con los discos, las pel¨ªculas y las tiendas del barrio, pero aprendieron a convivir con Spotify, Netflix, HBO y Amazon Prime, as¨ª por resumir. El problema es que la informaci¨®n no forma parte de una industria cualquiera, ya que est¨¢ directamente relacionada con nuestra libertad. Es por eso que reducir su calidad o su veracidad supone empobrecer de manera inmediata cualquier democracia. Y aunque es verdad que Internet no ha cambiado lo fundamental y que en 2020 la informaci¨®n sigue siendo poder, el problema es que ese poder est¨¢ cada vez menos en manos de los creadores, los lectores o los medios de comunicaci¨®n. La dictadura de los algoritmos es peligrosa para todos. Y la rebeli¨®n es urgente.
Nuria Labari es periodista y autora de La mejor madre del mundo (Literatura Random House).
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