El golpe de Estado de Bolsonaro est¨¢ en marcha
Ya est¨¢ sucediendo: el momento de luchar por la democracia es ahora
Solo no lo ve quien no quiere verlo. Y el problema ¡ªo al menos uno de ellos¡ª es que mucha gente no quiere verlo. El mot¨ªn de una parte de la Polic¨ªa Militar del Estado de Cear¨¢ y los dos disparos realizados el pasado 19 de febrero contra el senador Cid Gomes, del Partido Democr¨¢tico Laborista (PDT), componen la escena expl¨ªcita de un golpe de Estado que ya se est¨¢ llevando a cabo dentro de la anormalidad. Hay dos movimientos articulados. En uno de ellos, Jair Bolsonaro se rodea de generales y otros oficiales de las Fuerzas Armadas en los ministerios, reemplazando progresivamente a pol¨ªticos y t¨¦cnicos civiles en el Gobierno con militares, o subordinando a civiles a hombres uniformados en las estructuras gubernamentales. Entre ellos se encuentra el influyente general Luiz Eduardo Ramos, de la Secretar¨ªa de Gobierno, que permanece activo y no muestra se?ales de querer anticipar su desembarco en la reserva. El brutal general Augusto Heleno, ministro jefe del Gabinete de Seguridad Institucional, llam¨® ¡°chantajista¡± al Congreso hace unos d¨ªas. En las redes, unos v¨ªdeos con la imagen de Bolsonaro instan a los brasile?os a protestar contra el Congreso el 15 de marzo. ¡°?Por qu¨¦ esperar al futuro si no recuperamos nuestro Brasil?¡±, dice uno de ellos. Bolsonaro, el antipresidente en persona, est¨¢ publicando en sus grupos de WhatsApp los llamamientos a protestar contra el Congreso. Este es el primer movimiento. En el otro, una parte significativa de las polic¨ªas militares de los Estados brasile?os proclama su autonom¨ªa, haciendo a los gobernadores y a la poblaci¨®n rehenes de una fuerza armada que comienza a aterrorizar las favelas utilizando la estructura del Estado. Como los hechos ya han dejado en claro, estos polic¨ªas militares no responden a los Gobiernos estatales ni obedecen la Constituci¨®n. Todo indica que ven a Bolsonaro como su ¨²nico l¨ªder. Los generales son el escaparate iluminado por los focos, las polic¨ªas militares son las fuerzas populares que, a la vez, sostienen el bolsonarismo y son una parte esencial de ¨¦l. Para los bajos rangos del Ej¨¦rcito y de los cuarteles de la Polic¨ªa Militar, Bolsonaro es el jefe.
Es cierto que las instituciones est¨¢n tratando de reaccionar. Tambi¨¦n es cierto que existen fuertes dudas sobre si las instituciones, que ya han mostrado fragilidades diversas y abismales, todav¨ªa son capaces de reaccionar ante las fuerzas que ya pierden los ¨²ltimos restos de pudor de mostrarse. Y pierden el pudor precisamente porque todos los abusos cometidos por Bolsonaro, su familia y su corte han quedado impunes. No sirve de nada que las autoridades se llenen la boca para ¡°lamentar los excesos¡±. En este momento, solo lamentar es una se?al de debilidad, es ch¨¢chara de sal¨®n ilustrada mientras el ruido de la preparaci¨®n de las armas ya atraviesa la puerta. A Bolsonaro nunca lo han detenido: ni la Justicia Militar ni la Justicia Civil. Por eso tambi¨¦n estamos en este punto de la historia.
Estas fuerzas tambi¨¦n pierden los ¨²ltimos restos de pudor porque a una parte del empresariado nacional no le preocupa la democracia y la protecci¨®n de los derechos b¨¢sicos siempre y cuando sus negocios, que ellos denominan ¡°econom¨ªa¡±, sigan dando beneficios. Estos mismos empresarios son directamente responsables de la elecci¨®n de un hombre como Bolsonaro, cuyas brutales declaraciones en el Congreso ya mostraban se?ales de perversi¨®n patol¨®gica. Estos empresarios son los herederos morales de aquellos empresarios que apoyaron y se beneficiaron de la dictadura militar (1964-1985), si es que no son los mismos.
Una de las tragedias de Brasil es la falta de un m¨ªnimo de esp¨ªritu p¨²blico por parte de sus ¨¦lites financieras. Les importan un bledo los carteles de cart¨®n donde est¨¢ escrita la palabra ¡°Hambre¡±, que se multiplican por las calles de ciudades como S?o Paulo. Al igual que nunca les ha importado el genocidio de j¨®venes negros en las periferias urbanas de Brasil, parte de ellos asesinados por las polic¨ªas militares y sus ¡°tropas de ¨¦lite¡±. Adriano da N¨®brega ¡ªaquel que, si no hubiera sido asesinado, podr¨ªa determinar la profundidad de la relaci¨®n de la familia Bolsonaro con las milicias en R¨ªo de Janeiro y tambi¨¦n qui¨¦n orden¨® asesinar a la concejala Marielle Franco¡ª pertenec¨ªa al Batall¨®n de Operaciones Especiales, uno de estos grupos de ¨¦lite.
No hay nada comparable a la situaci¨®n que vive Brasil hoy bajo el gobierno de Bolsonaro. Pero esta situaci¨®n solo es posible porque, desde el principio, se toler¨® la participaci¨®n de una parte de las polic¨ªas militares en escuadrones de la muerte, en la dictadura y m¨¢s all¨¢. Desde la redemocratizaci¨®n del pa¨ªs en la segunda mitad de la d¨¦cada de 1980, ning¨²n gobierno se enfrent¨® directamente a la parte podrida de las fuerzas de seguridad. Una parte de las polic¨ªas militares se convirti¨® en milicias, aterrorizando los barrios pobres, especialmente en R¨ªo de Janeiro, y esto se toler¨® en nombre de la ¡°gobernabilidad¡± y de proyectos electorales con intereses comunes. En los ¨²ltimos a?os, las milicias han dejado de ser un Estado paralelo para confundirse con el propio Estado.
La pol¨ªtica perversa de la ¡°guerra contra las drogas¡±, una masacre en la que solo mueren los pobres mientras los negocios de los ricos crecen y se diversifican, la mantuvieron incluso los gobiernos de izquierda y a pesar de todas las conclusiones de los investigadores y los estudios serios, que no faltan en Brasil. Esta pol¨ªtica continu¨® apoyando la violencia de una polic¨ªa que llega a las favelas disparando a matar, incluso a ni?os, con la excusa habitual de ¡°enfrentarse¡± a traficantes de drogas. Si alcanzan a un estudiante en la escuela o a un ni?o jugando, es un ¡°efecto colateral¡±.
Desde las protestas masivas de 2013, los gobernadores de diferentes Estados han encontrado bastante conveniente que las polic¨ªas militares golpeen a los manifestantes. Y c¨®mo los golpea. Es totalmente inconstitucional, pero en todas las esferas, pocos se han preocupado por este comportamiento: una fuerza p¨²blica que act¨²a contra el ciudadano. El n¨²mero de muertes cometidas por la polic¨ªa, la mayor¨ªa de negros y pobres, sigue aumentando y esto tambi¨¦n lo toleran algunos y lo estimulan otros. Es casi patol¨®gica, por no decir est¨²pida, la forma en que una parte de las ¨¦lites cree que controlar¨¢ a descontrolados. Ni siquiera parecen sospechar que, en alg¨²n momento, solo trabajar¨¢n para s¨ª mismos y tomar¨¢n como rehenes a sus antiguos jefes.
Bolsonaro entiende muy bien esta l¨®gica. Es uno de ellos. Fue elegido defendiendo expl¨ªcitamente la violencia policial durante sus 30 a?os como pol¨ªtico profesional. Nunca ocult¨® lo que defend¨ªa y siempre supo a qui¨¦n agradecer por los votos. Sergio Moro, el ministro que impide que se haga justicia, cre¨® un proyecto que permit¨ªa que los polic¨ªas fueran absueltos en caso de que asesinaran bajo el efecto de ¡°una emoci¨®n violenta¡±. En la pr¨¢ctica, eso es lo que sucede, pero se hizo oficial y hacerlo oficial marca la diferencia. El Congreso vet¨® esta parte del proyecto, pero los polic¨ªas contin¨²an presionando con cada vez m¨¢s fuerza. En este momento, Bolsonaro los encandila con una vieja reivindicaci¨®n de los polic¨ªas: la unificaci¨®n nacional de la Polic¨ªa Militar. Es algo que tambi¨¦n le interesa, y mucho, a Bolsonaro.
Si una parte de la polic¨ªa ya no obedece a los gobernadores, ?a qui¨¦n obedecer¨¢? Si ya no obedece la Constituci¨®n, ?qu¨¦ ley seguir¨¢ obedeciendo? Bolsonaro es su l¨ªder moral. Lo que las polic¨ªas militares han hecho en los ¨²ltimos a?os, al amotinarse y aterrorizar la poblaci¨®n, es lo que Bolsonaro intent¨® hacer cuando era capit¨¢n del Ej¨¦rcito, pero le descubrieron antes de que lo consiguiera: aterrorizar, poner bombas en los cuarteles para presionar para obtener mejores salarios. Es el precursor, el hombre a la vanguardia.
?Qu¨¦ le pas¨® a Bolsonaro entonces? ?Se convirti¨® en un paria? ?En una persona en la que nadie pod¨ªa confiar porque estaba totalmente fuera de control? ?En un hombre visto como peligroso porque era capaz de realizar cualquier locura en nombre de los intereses corporativos? No. Al contrario. Fue elegido y reelegido diputado durante casi tres d¨¦cadas. Y, en 2018, se convirti¨® en presidente de la Rep¨²blica. Este es el ejemplo. Y aqu¨ª estamos. Cabe preguntarse: si los polic¨ªas amotinados cuentan con el apoyo del presidente de la Rep¨²blica y de sus hijos en el Congreso, ?sigue siendo un mot¨ªn?
Uno no se convierte en reh¨¦n de repente. Es un proceso. No se puede enfrentar el horror del presente sin enfrentar el horror del pasado, porque lo que Brasil est¨¢ experimentando hoy no ha sucedido de repente y no ha sucedido sin silenciar a diferentes partes de la sociedad y de los partidos pol¨ªticos que han ocupado el poder. Para avanzar, hay que cargar con los pecados y ser capaz de hacerlo mejor. Cuando la clase media se call¨® ante el horror cotidiano en las favelas y periferias, fue porque pens¨® que estar¨ªa a salvo. Cuando los pol¨ªticos de izquierda cerraron los ojos, retrocedieron y no se enfrentaron a las milicias, fue porque pensaron que ser¨ªa posible capearlas. Y aqu¨ª estamos. Nadie est¨¢ seguro cuando apuesta por la violencia y el caos. Nadie controla a los violentos.
Tambi¨¦n est¨¢ el cap¨ªtulo especial sobre la degradaci¨®n moral de las c¨²pulas uniformadas. Los galoneados de las Fuerzas Armadas absolvieron a Bolsonaro en el pasado y hoy hacen algo todav¨ªa peor: constituyen su s¨¦quito en el Gobierno. Incluso el general Ernesto Geisel, uno de los presidentes militares de la dictadura, dec¨ªa que no se pod¨ªa confiar en Bolsonaro. Pero ah¨ª est¨¢ ¨¦l, rodeado de pechos estrellados. Los generales han encontrado una manera de regresar al Gobierno y parece que no les importa el coste. Precisamente porque lo van a pagar otros.
Las polic¨ªas son la base electoral m¨¢s leal de Bolsonaro. Cuando estas polic¨ªas se vuelven aut¨®nomas, ?qu¨¦ sucede? No conviene olvidar jam¨¢s que Eduardo Bolsonaro dijo antes de las elecciones que ¡°basta un cabo y un soldado para cerrar el Supremo Tribunal Federal¡±. Un grupo de polic¨ªas enmascarados y amotinados dispara a un senador y el mismo hijo cerotr¨¦s, un diputado federal, un hombre p¨²blico, va a las redes sociales a defender a los polic¨ªas. No sirve de nada gritar que es absurdo, es totalmente l¨®gico. Los Bolsonaro tienen un proyecto de poder y saben lo que est¨¢n haciendo. Para aquellos que viven de la inseguridad y el miedo promovidos por el caos, ?qu¨¦ puede generar m¨¢s caos y miedo que polic¨ªas amotinados?
Se pueden hacer muchas cr¨ªticas justas a Cid Gomes. Se puede ver la dosis de c¨¢lculo en cualquier acci¨®n en un a?o electoral. Pero es necesario reconocer que entendi¨® lo que est¨¢ sucediendo y sali¨® a la calle para enfrentar a pecho descubierto a un grupo de funcionarios que estaban utilizando la estructura del Estado para aterrorizar a la poblaci¨®n, multiplicando as¨ª el n¨²mero de muertes diarias en Cear¨¢.
La acci¨®n vergonzosa, por el contrario, es la del gobernador del estado de Minas Gerais, Romeu Zema, del Partido Novo, que, ante las dificultades, se somete al chantaje de los polic¨ªas y otorga un aumento de casi el 42% al gremio, mientras que otros se encuentran en una situaci¨®n peor. Es inaceptable que un hombre p¨²blico, responsable de la vida de tantos millones de ciudadanos, crea que el chantaje cesa tras aceptar el primero. Cualquiera que haya sido amenazado por polic¨ªas sabe que no hay terror m¨¢s grande que este, porque tienen el Estado en la mano y no hay nadie a quien se pueda recurrir.
Cuando Bolsonaro intenta responsabilizar al gobernador de Bah¨ªa, Rui Costa, del Partido de los Trabajadores (PT), de la muerte del miliciano Adriano da N¨®brega, sabe muy bien a qui¨¦n obedece la polic¨ªa de Bah¨ªa. Posiblemente no al gobernador. La pregunta que hay que hacer es qui¨¦nes son los principales beneficiarios del silenciamiento del jefe de la Oficina del Crimen, un grupo de asesinos profesionales, a quien el hijo del presidente, el senador Flavio Bolsonaro, rindi¨® homenaje dos veces y habr¨ªa visitado en la c¨¢rcel otras dos. Adem¨¢s, claro, de haber empleado a parte de la familia de N¨®brega en su gabinete parlamentario.
No s¨¦ si tomar una retroexcavadora, como hizo el senador Cid Gomes, es el mejor m¨¦todo, pero era necesario que alguien despertara a las personas l¨²cidas de Brasil para enfrentar lo que est¨¢ sucediendo antes de que sea demasiado tarde. No soy, ni de lejos, fan del excandidato a la presidencia Ciro Gomes, hermano del senador Cid Gomes, pero acert¨® cuando dijo: ¡°Si no tienes el coraje de luchar, al menos ten la decencia de respetar a los que luchan¡±.
El tiempo de luchar est¨¢ pasando. El hombre que planeaba poner bombas en los cuarteles para conseguir mejores salarios es hoy el presidente de Brasil, est¨¢ rodeado de generales, algunos de ellos en activo, y es el ¨ªdolo de los polic¨ªas que se amotinan para imponer sus intereses por la fuerza. Estos polic¨ªas est¨¢n acostumbrados a matar en nombre del Estado, incluso en democracia, y rara vez responden por sus cr¨ªmenes. Est¨¢n en todas partes, est¨¢n armados y hace mucho que no obedecen a nadie.
Bolsonaro tiene su imagen estampada en los v¨ªdeos que convocan a la poblaci¨®n a protestar contra el Congreso el 15 de marzo y que ¨¦l mismo empez¨® a difundir por WhatsApp. Si crees que tomar una retroexcavadora no es la soluci¨®n, piensa r¨¢pido en otra estrategia, porque ya est¨¢ sucediendo. Y no te enga?es: ni siquiera t¨² estar¨¢s a salvo.
Eliane Brum es escritora, reportera y documentalista. Autora de los libros de no ficci¨®n Brasil, construtor de ruinas, Coluna Prestes ¨C o avesso da lenda, A vida que ningu¨¦m v¨º, O olho da rua, A menina quebrada, Meus desacontecimentos, y de la novela Uma duas. Sitio web: desacontecimentos.com. E-mail: elianebrum.coluna@gmail.com. Twitter: @brumelianebrum.Facebook:@brumelianebrum.Instagram: brumelianebrum
Traducci¨®n de Meritxell Almarza.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.