La culpa no era suya
La violencia, la vulnerabilidad, el riesgo y la discriminaci¨®n atentan contra el desarrollo humano de las mujeres, en tanto que no les permiten perseguir los planes de vida que desean
El D¨ªa Internacional de la Mujer (8 de marzo) llama, nuevamente, a una reflexi¨®n acerca de la situaci¨®n de las mujeres en el mundo y, en nuestro caso particular, en Am¨¦rica Latina y el Caribe. M¨¢s a¨²n, este a?o, estos pensamientos est¨¢n inundados por las voces de miles de ellas alrededor del mundo que con su grito ¡°y la culpa no era m¨ªa, ni donde estaba, ni c¨®mo vest¨ªa¡±, hicieron fiera denuncia de una sociedad que las agrede, discrimina y excluye.
En esto, en Am¨¦rica Latina y el Caribe estamos en deuda. Pese a importantes mejoras, hay al menos tres ¨¢mbitos en los que no hemos logrado avanzar al ritmo que quisi¨¦ramos cuando se trata del empoderamiento de las mujeres, esto es, de su habilidad para hacer que otros act¨²en de acuerdo a sus intereses.
Primero, con relaci¨®n a la pareja y al interior de los hogares. Ah¨ª, las mujeres tienen un bajo poder de negociaci¨®n en temas como la asignaci¨®n del presupuesto o la planificaci¨®n familiar. Las altas tasas de embarazo adolescente en la regi¨®n son prueba de la relaci¨®n desigual en las parejas. Existe una distribuci¨®n tambi¨¦n desigual de las actividades dom¨¦sticas y de cuidado de dependientes entre hombres y mujeres lo que, a su vez, impacta negativamente sobre la participaci¨®n de las mujeres en la fuerza laboral. En el extremo, el hogar se vuelve un espacio poco seguro para las miles que son v¨ªctimas de la violencia de g¨¦nero por parte de sus parejas.
Segundo, en el mercado. Si bien la participaci¨®n laboral femenina ha mejorado, solo una de cada dos participa en el mercado laboral en la regi¨®n. Por otro lado, m¨¢s del 80% de las trabajadoras se encuentra empleada en sectores de baja productividad (agricultura, comercio y servicios); proporci¨®n que no ha cambiado en los ¨²ltimos 15 a?os. Las mujeres son discriminadas en el acceso a cr¨¦ditos o herramientas, son menos susceptibles de obtener ascensos en sus puestos de trabajo, ganan en promedio menos que sus pares hombres y acceden a empleos de menor calidad.
Tercero, en sus comunidades y en la sociedad. La participaci¨®n femenina en puestos de liderazgo en las esferas p¨²blica y privada sigue siendo baja. Si bien entre 1997 y 2019, la proporci¨®n de mujeres en los ¨¢mbitos pol¨ªticos como el parlamento, el gabinete ministerial y la corte suprema, casi se ha triplicado, todav¨ªa estamos muy por debajo del nivel de paridad, y la heterogeneidad entre los pa¨ªses dentro de la regi¨®n sigue siendo sustancial. De hecho, solo dos pa¨ªses de la regi¨®n hab¨ªan logrado la paridad de g¨¦nero parlamentaria al a?o 2018. M¨¢s a¨²n, aquellas pertenecientes a minor¨ªas, como las afrodescendientes y las ind¨ªgenas, permanecen sistem¨¢ticamente excluidas de la arena pol¨ªtica.
El aumento de la participaci¨®n de las mujeres en pol¨ªtica coincide con resultados de desarrollo m¨¢s equitativos en t¨¦rminos de g¨¦nero
Ya lo han dicho las mujeres. La culpa no era suya. Y las consecuencias son graves. La violencia, la vulnerabilidad, el riesgo y la discriminaci¨®n atentan contra su desarrollo humano en tanto no les permiten perseguir los planes de vida que valoran. Su empoderamiento tiene entonces un valor normativo y un valor instrumental, puesto que sus liderazgos son incluso m¨¢s efectivos que los de los hombres y mejores a la hora de velar por sus intereses y los de las minor¨ªas.
Por otro lado, la soluci¨®n no es sencilla. Pueden cambiarse las leyes como ha ocurrido con las sanciones contra el feminicidio o con el aumento de la provisi¨®n de servicios de cuidados infantiles para la promoci¨®n del empleo femenino. En ambos casos, el abordaje ha mostrado ser insuficiente. Existen normas sociales que definen los roles de g¨¦nero y naturalizan conductas, actitudes y prejuicios respecto de estos, que son determinantes de las oportunidades que enfrentan hombres y mujeres en los hogares, la econom¨ªa o la sociedad y que no responden a los cambios en las leyes formales.
Para abordar las restricciones que limitan a las mujeres necesitamos una gobernanza efectiva que implica transitar un camino de tres v¨ªas: mejoras en la productividad, inclusi¨®n y resiliencia. Para ellos, debe aumentarse la representaci¨®n de mujeres en la arena de negociaci¨®n de la pol¨ªtica de manera de fortalecer su poder en todas las escalas, incorporar sus intereses a la discusi¨®n y promover pol¨ªticas que transformen las normas sociales y las percepciones en pos de la igualdad entre los g¨¦neros.
La experiencia de la regi¨®n muestra que el aumento de la participaci¨®n femenina en pol¨ªtica coincide con resultados de desarrollo y reglas de juego m¨¢s equitativas en t¨¦rminos de g¨¦nero. Estos logros, a su vez, han ayudado a redistribuir un mayor poder de facto para ellas, lo que fortalece a¨²n m¨¢s su voz en el campo de las pol¨ªticas y, posteriormente, su capacidad para hacer que el sistema responda mejor a las demandas y aspiraciones de las propias mujeres. La responsabilidad es colectiva.
Luis F. L¨®pez-Calva es director regional para Am¨¦rica Latina y el Caribe del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).
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