El coronavirus nos revela que ¨¦ramos ciegos y no lo sab¨ªamos
Apreciamos la fuerza de un abrazo, del tacto, del estar juntos, solo cuando nos niegan esa posibilidad
La imagen m¨¢s dram¨¢tica y tierna que simboliza la soledad del aislamiento a la que la locura del coronavirus nos est¨¢ arrastrando, es la de los italianos. Italia, un pa¨ªs de arte, el tacto, que hoy canta en las ventanas de las casas frente a las calles y plazas vac¨ªas.
Los italianos cantan para consolar a los vecinos encerrados en sus casas. Los lamentos de sus voces, son el s¨ªmbolo del dolor que evocan los tristes tiempos de las guerras y de los refugios contra los bombardeos.
Pero es a veces en los tiempos de cat¨¢strofes y de desaliento, de las p¨¦rdidas que nos acongojan, cuando descubrimos que, como dec¨ªa el Nobel de literatura, el portugu¨¦s Jos¨¦ Saramago ¡°somos ciegos que pueden ver, pero que no miran¡±. Descubrimos, como una luz que se enciende en nuestra vida, que ¨¦ramos ciegos, incapaces de apreciar la belleza de lo natural, los gestos cotidianos que tejen nuestra existencia y dan sentido a la vida.
La pandemia, por parad¨®jico que parezca, podr¨ªa servir para abrirnos los ojos y ver que lo que hoy vemos como una p¨¦rdida - como pasear libres por la calle, dar un beso o un abrazo, ir al cine, al bar o ir al f¨²tbol - eran gestos de nuestro cotidiano que hac¨ªamos muchas veces sin descubrir la fuerza de poder actuar en libertad, sin imposiciones del poder.
Descubr¨ª esta sensaci¨®n cuando hace unos d¨ªas fui a dar la mano a un amigo y ¨¦l me retir¨® la suya. Me hab¨ªa olvidado del virus y pens¨¦ que mi amigo pod¨ªa estar ofendido conmigo. Fue como un escalofr¨ªo de tristeza.
A veces abrazamos y besamos y nos movemos en libertad sin saber el valor de esos gestos que realizamos casi mec¨¢nicamente. Cuando los padres sienten a veces el peso de tener que llevar a los ni?os al colegio y los dejan all¨ª con un beso r¨¢pido ahora aprecian, despu¨¦s del coronavirus, la emoci¨®n de que tu hijo te pida un beso o te tome por la mano. Y apreciamos la fuerza de un abrazo, del tacto, del estar juntos solo cuando nos niegan esa posibilidad.
Solo cuando el virus nos encierra en nuestras casas y limita nuestros movimientos nos damos cuenta de lo triste que es la soledad forzosa, y entendemos mejor el abandono de los presos y los excluidos. Solo cuando se nos impide acercarnos a nuestros animales de compa?¨ªa, descubrimos la maravilla que es el poder acariciarles y abrazarles.
Si en la cotidianidad somos, como dec¨ªa Saramago, ciegos cuando no apreciamos la fuerza de la libertad, tambi¨¦n, muchas veces, amando no amamos y libres nos sentimos esclavos. Lo que nos parece fatiga y castigo de lo cotidiano, se revela como el mayor valor. Cuando nos privan de esa cotidianidad nos sentimos esclavos, porque el hombre ha nacido para ser libre.
En la obra de Saramago, Ensayo sobre la ceguera tan recordada en estos momentos de tinieblas mundiales, en la que toda una ciudad se queda ciega y la gente es enclaustrada, se descubre mejor nuestra falta de solidaridad y ego¨ªsmo. El escritor es duro en su novela al hacer de aquellos ciegos la met¨¢fora de una sociedad donde cada uno, en los momentos de peligro y angustia, piensa solo en s¨ª mismo.
La ¨²nica que redime aquella situaci¨®n perversa de los ciegos, es una mujer, la esposa del m¨¦dico, la ¨²nica que no ha perdido la vista y se hace pasar por ciega para ayudar a los que lo son. A aquella mujer la representan hoy los italianos que desempolvan sus voces para aliviar la soledad de sus vecinos que sus notas adoloridas.
Que en estos momentos el dolor colectivo nos ayude a vencer nuestro at¨¢vico ego¨ªsmo cotidiano, al rev¨¦s de los ciegos ego¨ªstas de la novela de Saramago.
Que la tragedia del coronavirus consiga transformarnos en el futuro en gu¨ªas y ayuda amorosa de los nuevos ciegos de una sociedad que muchas veces parece no saber d¨®nde caminar y que cuando goza de la libertad a?ora la esclavitud.
Que el dolor de hoy se transforme en toma de conciencia de que vale m¨¢s la libertad de las aves del cielo que la esclavitud que nos imponemos cuando somos libres. Que el mundo no caiga en la tentaci¨®n de los esclavos que Mois¨¦s hab¨ªa redimido de la esclavitud de Egipto y que, mientras los conduc¨ªa por el desierto hacia la libertad, segu¨ªan prefiriendo las ollas de cebollas del tiempo de la esclavitud al man¨¢ que dios les mandaba desde el cielo. No existe mayor bien en este planeta que la libertad que nos permite amar y sufrir sin sucumbir.
Y ante la cat¨¢strofe del coronavirus que podr¨ªa acabar alcanz¨¢ndonos a todos, se quiebren en Brasil las trincheras entre bolsonaristas y lulistas para sentirnos solidarios en una misma preocupaci¨®n. En el dolor y la calamidad colectiva sentimos que somos menos desiguales de lo que pensamos y que, al final, las l¨¢grimas no tienen ideolog¨ªa.
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