La inmovilidad en tiempos de movilidad
Aunque algunas voces hayan aprovechado r¨¢pidamente para responsabilizar a inmigrantes o refugiados de la extensi¨®n del virus, no parece que las migraciones hayan desempe?ado un papel significativo en este sentido
Parec¨ªa algo totalmente imposible, pero en unos pocos d¨ªas hemos pasado de la hiper-movilidad a la inmovilidad en todo el planeta. Un virus, la covid-19, ha obligado a la poblaci¨®n mundial a permanecer quieta, mientras que otro virus le precedi¨® con efectos contrarios: este ¨²ltimo es el de la movilidad. Si algo caracteriza especialmente a nuestras sociedades actuales es el elevado grado de movilidad que han alcanzado en un contexto de creciente globalizaci¨®n. Hace ya alg¨²n tiempo que diferentes pensadores comenzaron a advertir que este fen¨®meno se estaba convirtiendo en el signo distintivo de nuestro comportamiento social: el franc¨¦s George Amar bautiz¨® a una de sus obras como Homo Mobilis. La nueva era de la movilidad y, en Espa?a, Manuel Delgado habl¨® tambi¨¦n de ¡°sociedades movedizas¡±. Tambi¨¦n la ¨²ltima Premio Nobel de literatura, Olga Tocarczuk, convirti¨® su libro Los errantes en un elogio de la movilidad.
Sin duda, la movilidad se ha convertido en el gran motor de la globalizaci¨®n y esta, a su vez, alimenta y depende al mismo tiempo de la primera. La estrecha retroalimentaci¨®n entre movilidad y globalizaci¨®n tiene, sobre todo, un componente econ¨®mico (los mercados globalizados necesitan de esa movilidad de mercanc¨ªas, capitales y personas), pero tambi¨¦n tiene un car¨¢cter social y cultural, en la medida en que cada vez personas en el mundo asocian la movilidad como un rasgo de ¨¦xito y hasta de occidentalizaci¨®n. De modo que esa movilidad casi compulsiva de la que hablan Amar o Delgado ha pasado a formar parte del estilo de vida de la mayor parte de nosotros, es decir, que nos hemos convertido tambi¨¦n en grandes consumidores de movilidad. Por ejemplo, en 2018 hubo 4.000 millones de pasajeros de avi¨®n, seg¨²n la Asociaci¨®n Internacional de Transporte A¨¦reo (IATA). Y se calculan en m¨¢s 120.000 los vuelos diarios en el mundo, lo que da una cifra de m¨¢s de cuatro millones de vuelos al a?o.
Evidentemente, la movilidad de las personas ha actuado como vector de expansi¨®n del virus a la velocidad acelerada que permiten los medios de transporte actuales y a la escala global que produce el alto grado de interconexi¨®n existente entre, pr¨¢cticamente, cualquier lugar del mundo. Sin embargo, las m¨²ltiples formas de movilidad no han tenido el mismo peso en la propagaci¨®n del virus. Su r¨¢pida extensi¨®n ha tenido que ver mucho m¨¢s con la asociada a los viajes de ocio (el turismo de avi¨®n o de cruceros y los peregrinajes deportivos) o de trabajo (los viajes de negocios, congresos y reuniones) que con las migraciones.
Los migrantes internacionales son actualmente 272 millones en el mundo, de acuerdo con la Organizaci¨®n Internacional para las Migraciones (OIM), en contraste con los 1.500 millones de llegadas tur¨ªsticas que la Organizaci¨®n Mundial del Turismo calcul¨® en 2019. Esos migrantes mencionados por la OIM viv¨ªan fuera de su pa¨ªs en el momento en que fueron contados por esta organizaci¨®n, pero no quiere decir que se hubieran desplazado ese a?o. En cambio, los turistas internacionales s¨ª viajaron de un pa¨ªs a otro durante ese per¨ªodo. Ello da una idea del diferente impacto de estas dos formas de movilidad.
El coronavirus ha demostrado que podemos paralizar el mundo, pero tambi¨¦n que es enormemente dif¨ªcil vivir en un mundo paralizado
Aunque algunas voces (muy minoritarias) hayan aprovechado r¨¢pidamente para responsabilizar a inmigrantes o refugiados de la extensi¨®n del virus, no parece que las migraciones hayan desempe?ado un papel significativo en este sentido. En este extraordinario episodio que vivimos, la mayor parte de flujos migratorios se han visto interrumpidos o ralentizados notablemente y lo que hemos visto es, m¨¢s bien, los intentos de retorno de algunos migrantes a sus lugares de origen (incluso se ha constatado el tr¨¢fico de pateras en sentido inverso hacia los pa¨ªses al sur del Mediterr¨¢neo). Colateralmente, la detenci¨®n de los flujos migratorios ha hecho m¨¢s evidente la dependencia de algunos sectores econ¨®micos de la mano de obra inmigrante, y de modo muy especial en la agricultura, donde a menudo parece que impera esa quimera de una inmigraci¨®n sin inmigrantes (admitir que la inmigraci¨®n es necesaria, pero sin aceptar a los propios inmigrantes). Y, en los pa¨ªses de origen, la reducci¨®n de las remesas (el Banco Mundial habla de un descenso del 20% en los env¨ªos de dinero) augura importantes problemas econ¨®micos.
Pero, como ya hemos dicho, es la movilidad cotidiana, y no la movilidad forzada de migrantes econ¨®micos y refugiados, la que debe preocuparnos. Son los m¨²ltiples desplazamientos diarios, que se realizan en las m¨¢s diversas direcciones por todo el mundo, los que alimentan la posibilidad de que cualquier hecho ocurrido a miles de kil¨®metros pueda acabar incidiendo en cualquier otro punto del planeta. La revoluci¨®n en las tecnolog¨ªas de la informaci¨®n y la comunicaci¨®n ha incrementado esa percepci¨®n, aunque su impacto sobre la movilidad es ambivalente: de entrada, pueden facilitarla, pero tambi¨¦n pueden frenarla, en la medida en que esta sea vista como menos necesaria si podemos estar presentes en otros lugares sin tener que desplazarnos a ellos.
Sea como sea, esta situaci¨®n excepcional ha demostrado que, incluso en el contexto de la globalizaci¨®n, podemos paralizar el mundo y su movilidad, pero tambi¨¦n que es enormemente dif¨ªcil vivir en un mundo paralizado, al menos con los niveles de bienestar que hemos conocido hasta ahora.
Joan Lacomba es catedr¨¢tico de Trabajo Social en la Universidad de Valencia.
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