Un falso coronavirus y el porqu¨¦ del periodismo en ?frica
Una periodista espa?ola de la agencia EFE cuenta c¨®mo vivi¨® su propio proceso febril en un hospital en Nairobi y analiza las consecuencias tr¨¢gicas de la pandemia que ya sufre el continente
19 de marzo. Te levantas empapada en sudor y te temes lo peor. Te das una ducha r¨¢pida como queri¨¦ndote quitar la fiebre, pero sabes que no se ir¨¢. Horas despu¨¦s un amigo te deja un term¨®metro: 39,5 grados. De momento no toses ni te cuesta respirar, pero todo apunta a que podr¨ªa ser coronavirus y decides aislarte en casa, no tocar a nadie, no poner a otros en riesgo.
Por entonces, la covid-19 no es m¨¢s que una nebulosa que sobrevuela el continente africano, con la mayor¨ªa de sus 54 pa¨ªses con escasos contagios, salvo excepciones como Sud¨¢frica (210), Burkina Faso (150) y Marruecos (87). Pero el miedo empapa el ambiente y los Gobiernos deciden actuar r¨¢pido. No pueden permitirse el mismo derrumbe que ha sobrecogido a Europa.
El 25 de marzo, Kenia suspende la entrada y salida de todos sus vuelos internacionales. Veinticuatro horas despu¨¦s, Sud¨¢frica inicia un r¨ªgido confinamiento que impide que millones de ¡°los nadies¡±, usando la terminolog¨ªa de Galeano, puedan f¨¢cilmente llevarse algo a la boca. Ghana, Etiop¨ªa y Nigeria se atrincheran, pero ninguna se atreve todav¨ªa a encerrar a sus ciudadanos. Como en muchas otras partes del mundo, aqu¨ª la sombra del hambre es mucho m¨¢s alargada que la del coronavirus.
Seg¨²n estimaciones del Programa Mundial de Alimentos (PMA) se espera que la pandemia casi duplique el n¨²mero de personas hambrientas en el mundo para finales de a?o, sumando a los 135 millones de personas que actualmente sufren hambre aguda en 55 pa¨ªses ¡ªafectados por la violencia, cat¨¢strofes medioambientales y crisis econ¨®micas¡ª otros 130 millones de bocas. Ciento treinta millones.
El fr¨ªo se incrusta
La alta fiebre persiste y el cuerpo tiembla de fr¨ªo. Te casta?ean los dientes y sientes un poco de miedo. Decides acercarte a un hospital privado, uno de los mejores de Nairobi, y descubres que muchos m¨¦dicos ya no pasan consulta. ¡°El doctor se encuentra de cuarentena al menos durante dos semanas¡±, te informa su secretaria.
Finalmente, en Urgencias, unas enfermeras te hacen una anal¨ªtica y una prueba de la malaria. Todo est¨¢ bien y regresas a casa durante otro par de d¨ªas. Pero la fiebre sigue, el miedo aumenta y el fr¨ªo se incrusta.
26 de marzo. Vuelves al hospital, insistes en que recientemente has viajado a la India y a Somalia, ambos con escala en Etiop¨ªa, y esta vez deciden hacerte el test del coronavirus una vez desinfecten una de las pocas salas disponibles para ello. Pagas 130 d¨®lares y dejas que una sanitaria, vestida con el traje aislante y guantes, te extraiga un poco de mucosa.
130 d¨®lares es el equivalente al salario m¨ªnimo mensual en las principales urbes kenianas, donde el 83,6 % de la fuerza laboral est¨¢ compuesta por trabajadores informales sin protecci¨®n legal ni subsidio, seg¨²n la Oficina Nacional de Estad¨ªstica. Cientos de miles de ellos ¡ªmec¨¢nicos, empleadas dom¨¦sticas, vendedores ambulantes¡ª hoy ya han perdido la que era su ¨²nica v¨ªa de ingresos.
Violencia policial
Sudores, cansancio y delirios durante otro par de d¨ªas. Llamas constantemente al hospital, pero nadie sabe nada sobre el resultado de tu prueba. Finalmente alguien te informa, de manera extraoficial, de que el test ha dado negativo. Crees que deber¨ªas alegrarte, pero no est¨¢s segura.
Es de noche y hay toque de queda en Nairobi, premisa para que la Polic¨ªa act¨²e con violencia. El 22 de abril, al menos seis kenianos han perdido la vida por palizas y disparos de las fuerzas de seguridad entre ellos un adolescente de 13 a?os
Es de noche y hay toque de queda en Nairobi, premisa para que el cuerpo de Polic¨ªa ¡ªcon frecuencia asociado a un uso excesivo de la fuerza¡ª act¨²e con violencia. A fecha de 22 de abril, al menos seis kenianos han perdido la vida por palizas y disparos de las fuerzas de seguridad, seg¨²n Human Rights Watch, entre ellos un adolescente de 13 a?os.
A la ma?ana siguiente un tercer m¨¦dico se empe?a en hacerte las mismas pruebas: otra anal¨ªtica, otro test de malaria. Todo muestra valores normales y nadie sabe qu¨¦ te pasa. El miedo crece, y m¨¢s en un mundo enrocado. No hay vuelos a Espa?a, no hay vuelos a ning¨²n sitio: te sientes atrapada.
Lo intentas por cuarta vez con uno de los pocos doctores dispuestos a atenderte. Van a ingresarte.
30 de marzo. M¨¢s que en un hospital te sientes en un hotel. Te bloquean de la tarjeta de d¨¦bito 1.500 d¨®lares para cubrir posibles gastos m¨¦dicos; a¨²n no lo sabes, pero necesitar¨¢s m¨¢s del doble.
El cuarto es amplio, limpio y todo para ti. Te llegan a la mente flashes desde Espa?a: el bullicio de los hospitales de campa?a, los cuartos atestados con m¨¦dicos exhaustos, las miles de familias rotas. Tu habitaci¨®n es silencio y vac¨ªo.
Te colocan una v¨ªa intravenosa, te hacen pruebas de rayos X, una ecograf¨ªa, an¨¢lisis y m¨¢s an¨¢lisis de sangre. Descartada la hepatitis A, la B, el dengue, la tuberculosis. Todo apunta a una infecci¨®n de h¨ªgado cuyas bacterias ya campan a sus anchas por tu flujo sangu¨ªneo. Oyes por primera vez en tu vida la palabra ¡°septicemia¡±. En Google le acompa?a la etiqueta ¡°posiblemente mortal¡±.
De golpe, la conciencia de la muerte se hace palpable. La fragilidad del organismo humano. Te advierten de que van a cambiar de antibi¨®tico porque el que te administran no est¨¢ haciendo efecto. Ya son m¨¢s de dos semanas a casi 40 grados de fiebre. Temes que el diagn¨®stico quiz¨¢ no sea el correcto y que ya sea demasiado tarde.
Con la covid-19 o sin ella, te encuentras sola. Lejos de los tuyos. Forzando alguna que otra sonrisa en espor¨¢dicas videollamadas. Quiz¨¢, como sugiere la escritora argentina Mariana Enr¨ªquez, la muerte masiva y solitaria no sea la excepci¨®n, sino la regla.
La vida que fue vida
Despu¨¦s de cuatro noches ingresada, te dan el alta para contin¨²es el tratamiento con otro antibi¨®tico m¨¢s fuerte en casa. Regresas al sof¨¢, a las tiritonas y a la fiebre. Por la noche vomitas y lloras. Te preguntas si saldr¨¢s de esta y, sobre todo, c¨®mo podr¨¢ perdonarte tu familia en caso de no hacerlo.
Comienzas a escribirles mentalmente una carta. Quieres decirles que fuiste feliz y que les amas. Que no quieres l¨¢grimas cuando ya no est¨¦s con ellos. Que en una vibrante Ghana y, al otro lado del Atl¨¢ntico, en M¨¦xico, aprendiste que la muerte no es muerte ¡ªtristeza, llanto, despedida¡ª si la vida fue vida.
Quieres decirles que fuiste feliz y que les amas. Que no quieres l¨¢grimas cuando ya no est¨¦s con ellos. Que en una vibrante Ghana y, al otro lado del Atl¨¢ntico, en M¨¦xico, aprendiste que la muerte no es muerte si la vida fue vida
Quieres justificarles tus decisiones, el haber vivido como periodista en Israel-Palestina y despu¨¦s en Kenia; lejos de ellos, en una ausencia que se convert¨ªa en carga. Quieres explicarles que no puedes ni sabes hacer otra cosa. Que siempre ser¨¢s una privilegia por poder informar sobre pa¨ªses tan mal entendidos como Etiop¨ªa o Somalia, donde un d¨ªa tu riqueza se mide en cientos de cabezas de reses y, a los pocos meses, las sequ¨ªas te han dejado sin nada.
Naciones como Mozambique, Congo o Burkina Faso donde la covid-19 es todav¨ªa algo secundario; una amenaza m¨¢s en un avispero de viejas epidemias -¨¦bola, sarampi¨®n, malaria-, una juventud desencantada, violencia yihadista en el Sahel y milicias armadas.
Seg¨²n el Observatorio de Desplazamiento Interno (IDMC), solo en 2019 hubo ocho millones de nuevos desplazados en ?frica subsahariana, una regi¨®n que acoge en torno al 25 % del total de desplazados en el mundo (50,8 millones). Personas que no podr¨¢n confinarse en sus casas con un televisor y conexi¨®n wifi.
Cinco camas para un mill¨®n
"Si t¨² puedes, yo puedo", le dices a tu propio cuerpo.
5 de abril. La fiebre no sube de los 38 grados. El antibi¨®tico, poco a poco, le gana terreno a la infecci¨®n. Por primera vez en d¨ªas lees los peri¨®dicos y la pandemia te golpea en la cara. Por entonces, ?frica apenas registra 9.200 casos, pero tanto la OMS como las organizaciones humanitarias sobre el terreno se preparan para una escalada. Un mes despu¨¦s, a fecha de 6 de mayo, el n¨²mero total de contagios sobrepasa los 50.000.
Sin embargo, siguen faltando mascarillas, personal cualificado, respiradores. En conjunto, los hospitales p¨²blicos de 41 pa¨ªses africanos no llegan a 2.000 de estos aparatos, seg¨²n datos de la OMS del 17 de abril, que advirti¨® que las UCI de 43 naciones no superan en total las 5.000 camas, esto es, unas cinco camas por mill¨®n de personas frente a las 4.000 por mill¨®n de Europa.
Tu mente, sin poder evitarlo, salta a Espa?a. Te acuerdas de tus padres encerrados en casa y de tus amigas enfermeras, mileuristas obligadas a llevar capa. Te carcomen los muertos y esa incertidumbre que todo lo empa?a. ?Qu¨¦ suceder¨¢ dentro de poco en ?frica?
Las proyecciones var¨ªan. El Gobierno keniano alerta que ¡°en el peor de los casos¡± fallecer¨¢n 30.000 personas por coronavirus en este pa¨ªs. La ONU dice que en ¡°el mejor de los casos¡± morir¨¢n al menos 300.000 personas en todo el continente, el cual podr¨ªa convertirse en el nuevo epicentro de esta pandemia con hasta diez millones de contagios en seis meses. Por el momento, los fallecidos, oficialmente, apenas superan los 2.000.
¡°Si t¨² puedes, yo puedo¡±, te recuerdas. Y quieres grit¨¢rselo al mundo. Que los vecinos se lo digan los unos a los otros desde sus balcones-trinchera, que los padres se lo susurren a sus hijos y los nietos se lo repitan a sus abuelos. Que las m¨¦dicas se lo recuerden a sus pacientes y los pacientes, a quienes m¨¢s quieran. Sean quienes sean, sean de donde sean. Estamos juntos en esto.
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