No es un nudo en el est¨®mago, son tus emociones
M¨¢s de 100 millones de neuronas convierten nuestros intestinos en un ¨®rgano de doble dimensi¨®n, alimentaria y psicol¨®gica. Nos ponen en contacto con emociones complejas que sentimos desde la infancia.
Todos, en alg¨²n momento hemos sentido nuestras emociones en la boca del est¨®mago, el cosquilleo de una sorpresa agradable, o la indigesti¨®n que un mal rato nos puede llegar a causar, pero ?qui¨¦n se iba a imaginar que la profundidad de nuestros intestinos alberga un sistema nervioso tan complejo como el del cerebro mismo y un laboratorio de bioqu¨ªmica que los regula? Sentimos con las v¨ªsceras, por medio de ellas nuestras alegr¨ªas, tensiones, inseguridades, indignaci¨®n se nos manifiestan. Inclusive la memoria de vivencias remotas de la infancia nos puede hacer sentir un nudo en el est¨®mago cuando una experiencia reciente las evoca. De hecho, antes de poder ponerlas en palabras, nuestro aparato digestivo intuye lo que sentimos, le da cuerpo y, por as¨ª decirlo, hace de tripas coraz¨®n. En muchas ocasiones, los intestinos expresan por medio de crujidos, de movimientos de vientre, de estallidos o descargas, aquello que est¨¢ a punto de hacerse consciente y que nos desasosiega o nos bloquea. ?C¨®mo entenderlo?
En parte esto obedece a que, desde el inicio, solo podemos alimentarnos en el encuentro con otro ser humano, lo cual implica ¡ªadem¨¢s del alimento¡ª la necesidad de comunicarnos. Nacemos completamente indefensos y nuestra impotencia es m¨¢s prolongada que la de otras especies animales. Muchos de ellos tienen incorporadas a partir de su nacimiento las habilidades para sobrevivir independientemente: las cebras empiezan a correr a la hora de haber nacido, los delfines nacen nadando. En tanto que, en contraste, los beb¨¦s humanos desarrollan un fuerte apego a su madre u otro cuidador primario, de quien deriva la experiencia de plenitud al obtener afectividad y comida al mismo tiempo. A partir de esa etapa del desarrollo ps¨ªquico que Sigmund Freud describi¨® como la fase oral, la alimentaci¨®n y nuestras emociones quedan anudadas. Aunque la necesidad de afectividad es anterior a la de nutrici¨®n, cuando el beb¨¦ llora, a la vez est¨¢ pidiendo atenci¨®n y comida. Pero a medida que ocurre el destete del seno materno o la transici¨®n de un cuidador a otro, el ni?o se enfrenta con la necesidad de tener que separarlos: llora para recibir afecto y comida, pero muchas veces solo obtiene la comida. Esa brecha desencadena una b¨²squeda por recuperar el ideal y que puede frustrar, pero tambi¨¦n nos prepara para confrontar los sinsabores de la vida.
Otra raz¨®n es que el aparato digestivo contiene m¨¢s de 100 millones de neuronas que integran lo que los cient¨ªficos han descrito como el sistema nervioso ent¨¦rico, capaz de producir independientemente las mismas sustancias ¡ªllamadas neurotransmisores¡ª que las que se encuentran en el cerebro, como la dopamina y la serotonina, que, adem¨¢s de regular la actividad intestinal, ejercen un profundo efecto estabilizador de nuestras emociones. Tenemos m¨¢s serotonina en el aparato gastrointestinal que en el cerebro. No es coincidencia que el origen del intestino y el del cerebro se remontan a la misma capa de c¨¦lulas embrionarias. Santiago Ram¨®n y Cajal descubri¨® uno de los principales componentes del sistema nervioso ent¨¦rico: las c¨¦lulas intersticiales de Cajal, que funcionan como marcapaso que estimula el movimiento de los intestinos.
Por otra parte, el microbioma intestinal es otro factor clave, es decir, los millares de variedades de bacterias ben¨¦ficas que habitan en los intestinos. En la actualidad se ha venido reconociendo su influencia en los sistemas que regulan nuestra respuesta al estr¨¦s, la ansiedad y la memoria. A pesar de que los mecanismos exactos por medio de los cuales esto ocurre a¨²n no han sido establecidos, es claro que, cuando el balance del microbioma se ve amenazado, podemos llegar a tener problemas gastrointestinales, e incluso s¨ªntomas de ansiedad y depresi¨®n. De acuerdo con el doctor Paul Forsythe y colaboradores, de la Universidad McMaster en Canad¨¢, ¡°es una idea intrigante que el microbioma intestinal est¨¦ asociado con la regulaci¨®n de nuestras emociones¡±. Los investigadores concluyen que ¡°la comunicaci¨®n entre el intestino y el cerebro ocurre constantemente en gran parte a nivel subconsciente y juega un papel cr¨ªtico en el mantenimiento ¨®ptimo de la salud¡±.
No obstante, a¨²n es mucho lo que queda por explicar. Est¨¢ claro, como acierta el poeta ingl¨¦s John Donne ¡ªquien, ir¨®nicamente, en 1631 muri¨® de c¨¢ncer de est¨®mago¡ª, que ¡°nuestras verdades importantes yacen escondidas en los intestinos¡ como el oro en una mina¡±. Comer y ser alimentados son necesidades biol¨®gicas con una dimensi¨®n individual y otra social, pero tambi¨¦n son un acto ps¨ªquico en el que inevitablemente se juegan sentimientos contradictorios. Es as¨ª que nuestros intestinos nos ponen en contacto con emociones complejas que desde la infancia sentimos respecto de las relaciones entre lo interno y lo externo, lo familiar y lo extra?o, entre el deseo y la necesidad. En efecto, al digerir e incorporar los ingredientes nutritivos, los intestinos nos permiten configurar no solamente nuestra armaz¨®n corporal, sino tambi¨¦n la ps¨ªquica. ¡ªeps
David Dorenbaum es psiquiatra y psicoanalista.
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