La fiesta de la culpa
Es preciso mantenerse alerta, auscultar los errores, esgrimir la cr¨ªtica: ser capaces de tender la mano y vigilar desmanes
Yo no he sido¡±, mascull¨® tu hijo, con un acorde de desamparo en la voz. No le cre¨ªste. Estabas segura de haber dejado all¨ª, sobre el escritorio, n¨¢ufrago en tu borrasca de papeles, el cuaderno con las notas para el pr¨®ximo art¨ªculo. Como la adulta racional y siempre atareada que eres, preferiste la ri?a exaltada a la serena b¨²squeda: ¡°?Cu¨¢ntas veces te he dicho que no revuelvas mis papeles?¡±, rugiste mientras te agachabas, blandiendo preguntas acusadoras, a la altura de sus ojos. Empezaste a dudar cuando dos lagrimones rodaron por sus mofletes hasta oscilar suspendidos de la barbilla. De pronto, recordaste que K. hab¨ªa ordenado el despacho, y el cuaderno reposaba tranquilo en la estanter¨ªa, oculto a tu ciega terquedad. Tu hijo hipaba llorando: acababa de tragar una cucharada de injusticia.
Cuando algo falla y sucede el desastre, ?por qu¨¦ extra?o motivo esperamos un cierto alivio al responsabilizar a otros? Buscar culpables resulta m¨¢s apasionante que buscar soluciones. Los antiguos griegos cre¨ªan en una divinidad llamada Momo, que no ten¨ªa m¨¢s atribuci¨®n que encontrar faltas en los dioses y los humanos. Momo era hijo de la Noche, la personificaci¨®n de nuestro oscuro impulso a tomarla con el pr¨®jimo. Los psic¨®logos afirman que no soportamos la incertidumbre, el caos, la imprevisible complejidad de lo real. El pensamiento m¨¢gico cree que, se?alando nombres y rostros, el mal quedar¨¢ exorcizado. Antiguamente, los jud¨ªos eleg¨ªan un macho cabr¨ªo, lo llevaban al desierto y lo apedreaban para que pagase por los pecados de la comunidad. De ah¨ª viene la expresi¨®n ¡°chivo expiatorio¡±.
Hist¨®ricamente reincidentes, buscamos a quien endilgar incluso cat¨¢strofes fortuitas o desastres naturales. Seg¨²n cuenta la Biblia, el barco en que hu¨ªa el profeta Jon¨¢s top¨®, al llegar a mar abierta, con una terrible tempestad. Los marineros decidieron arrojar por la borda, directo a las rugientes olas, a quien hubiera atra¨ªdo la tormenta. Lo echaron a suertes y la culpa recay¨® por sorteo en Jon¨¢s, que acab¨® engullido por la ballena. Rifar la condena es una de las f¨®rmulas procesales m¨¢s delirantes jam¨¢s imaginadas. Alessandro Manzoni narr¨® en su Historia de la columna infame un episodio real ocurrido durante la peste de 1630. Una vecina de Mil¨¢n, precoz esp¨ªa de balcones, denunci¨® a un hombre que restregaba los dedos contra la muralla. As¨ª naci¨® el mito de los untadores, que supuestamente expand¨ªan el contagio con ung¨¹entos mortales en pomos, barandas y muros. Se abri¨® un proceso en el que se tortur¨® y ejecut¨® a personas inocentes, cuya responsabilidad era solo producto de una imaginaci¨®n aterrorizada. Estas supersticiones no son tan antiguas: hace menos de un siglo, los japoneses acusaron absurdamente del terremoto de Kant¨ a los inmigrantes coreanos, desatando una matanza que dej¨® varios miles de cad¨¢veres.
En un episodio de Los Simpson, Homer asesora con cinismo a sus compa?eros de trabajo: ¡°Si algo va mal en la central nuclear, culpad al tipo que no habla ingl¨¦s¡±. La m¨¢xima apela a ese resorte primitivo que sobrevive en nuestras mentes: simplificar la complejidad de las causas convirti¨¦ndolas en culpas. Los atenienses celebraban sus fiestas Targelias con el sacrificio ritual de dos personas acusadas de provocar hambre, sequ¨ªas, epidemias o terremotos. Las arrastraban fuera de la ciudad para lapidarlas, lincharlas o lanzarlas por un precipicio. Cre¨ªan que el mal siempre viene de fuera y debe ser expulsado con violencia. Llamaban a su v¨ªctima propiciatoria pharmak¨®s, de donde procede nuestra palabra ¡°f¨¢rmaco¡±, como si su sangre eliminase la enfermedad. En tiempos de desgracia, es preciso mantenerse alerta, auscultar los errores, esgrimir la cr¨ªtica: ser capaces de tender la mano y vigilar desmanes. Pero la convivencia se enfanga si intentamos aliviar el dolor azuzando la c¨®lera contra el diferente, el que nos cae mal, esa gente perversa que no es o no piensa como yo. En los dominios nocturnos del antiguo Momo, unos y otros procuran que el se?alado sea su adversario ¡ªideol¨®gico o ¨ªntimo¡ª. Dime a qui¨¦n culpas y te dir¨¦ qui¨¦n eres.
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