Todo aquello
La vida duele y el arte te rescata. ?Qu¨¦ hubiera sido de mi infancia sin las salas de cine? Ojal¨¢ perduren: debemos apoyarlas
Durante el confinamiento, Javier Angulo, director de la formidable Seminci, la Semana Internacional de Cine de Valladolid, me pidi¨® un art¨ªculo para una secci¨®n de la web del festival en la que, bajo el t¨ªtulo general de Canto a las salas de cine, diversas personas contaban cu¨¢l hab¨ªa sido la primera vez que descubrieron, de ni?os, el embrujo de las pel¨ªculas. El objetivo era apoyar esos locales que llevan largas d¨¦cadas agonizando y que en estos momentos, con el coronavirus, se enfrentan a una crisis que quiz¨¢ sea fatal. Liada con mil cosas no escrib¨ª ese texto (perdona, Javier), pero ahora, mientras observo c¨®mo van abriendo las salas de cine en nuestro pa¨ªs con penoso esfuerzo, siento que en efecto les debo un homenaje a esos lugares de ensue?o de mi infancia, a esas islas de luminosa oscuridad que te permit¨ªan vivir lo inhabitable. Un poderoso mundo de fantas¨ªa que conoc¨ª de la mano de mi madre.
Mi madre dibujaba maravillosamente, bailaba con gracia, era una magn¨ªfica narradora oral, ten¨ªa una vis c¨®mica incre¨ªble, escrib¨ªa muy bien. Era una artista, en fin, atrapada en una vida de ama de casa que no le gustaba. Por eso todas las tardes ara?aba de la muy magra econom¨ªa dom¨¦stica unas cuantas pesetas y nos ¨ªbamos a escondidas a un cine del barrio. Y esto se pod¨ªa hacer, incluso en econom¨ªas pobres como la nuestra, porque hab¨ªa much¨ªsimas salas de sesi¨®n continua, como las llamaban, y costaban poqu¨ªsimo. En mi barrio de Madrid, Cuatro Caminos, y en un radio de un m¨¢ximo de 15 o 20 minutos andando, estaban los cines Cristal, Lido o Astur; el Metropolitano, en Reina Victoria, era el mejor y m¨¢s caro, y el Montija, una cochambre pulgosa, el m¨¢s barato; cuando, a los 12 o 13 a?os, empec¨¦ a ir al cine sola con mis amigas, evit¨¢bamos el Montija lo m¨¢s posible, pese a lo conveniente de su precio, porque era donde hab¨ªa m¨¢s ped¨®filos que se sentaban a tu lado para masturbarse o intentar arrimar la pierna y meterte mano (en los otros cines tambi¨¦n suced¨ªa, pero no tanto).
Como saben, en esas salas se proyectaban dos pel¨ªcu?las en sesi¨®n continua y repetida, desde por la ma?ana hasta la noche, y el precio de la entrada te permit¨ªa quedarte todo el tiempo que te daba la gana y ver el programa entero dos o tres veces. Me recuerdo corriendo sigilosa por la calle de la mano de mi madre, porque nadie deb¨ªa enterarse de nuestra aventura cinematogr¨¢fica diaria (el que menos mi padre), y entrando en alguno de esos cines en el momento en que pod¨ªamos, normalmente a la mitad de alguna de las pel¨ªculas, cuyo principio, si ten¨ªamos tiempo, luego nos qued¨¢bamos a ver en el siguiente pase, hasta alcanzar la parte ya vista, el ¡°aqu¨ª hemos llegado¡±. Quiero decir que te zambull¨ªas de golpe en la oscuridad de la sala y en el resplandor de la pantalla; que te afanabas en entender lo que estaba sucediendo en una historia que ya llevaba tiempo desarroll¨¢ndose. Era como ingresar en una realidad paralela que t¨² sent¨ªas que siempre estaba ah¨ª, al otro lado de las puertas del cine, llena de amor y lujo, de emoci¨®n y de furia, de miedo y pasi¨®n y heroicidad. Un mundo hipn¨®tico, m¨¢s grande que el mundo verdadero, que exist¨ªa por s¨ª solo, hubiera o no hubiera espectadores.
Hay una generaci¨®n de escritores, un par de d¨¦cadas mayor que la m¨ªa, a¨²n mucho m¨¢s influidos por las pel¨ªculas: Juan Mars¨¦, Manuel Puig¡ Vivieron a?os tenebrosos y paup¨¦rrimos y las baratas salas de cine deb¨ªan de ser el ¨²nico refugio, un pulm¨®n de ox¨ªgeno para no asfixiarse. En mi caso, quiz¨¢ porque estuve enferma de ni?a largo tiempo y le¨ª mucho, y seguramente porque ya era una ¨¦poca algo m¨¢s soportable y enseguida apareci¨® la televisi¨®n, el embeleso de los libros le¨ªdos en la ni?ez compite con el del cine. Pero hay algo m¨¢gico en ese recuerdo fundacional de nuestras escapadas, en el poderoso lazo de secreta complicidad que compart¨ª con mi madre. Ella me ense?¨®, a muy temprana edad, que la vida duele y el arte te rescata. ?Qu¨¦ hubiera sido de mi infancia sin las salas de cine? Ojal¨¢ perduren: debemos apoyarlas. Hoy todos aquellos locales de mi ni?ez han desaparecido: ya no existen el Lido, ni el Cristal, ni el Astur, ni el ro?oso Montija y el gran Metropolitano. Todo aquello se ha ido, junto con mi madre.
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