Portland demostr¨® que se pod¨ªa vivir de otra manera y Trump jam¨¢s se lo va a perdonar
La urbe de la Coste Oeste lleva d¨¦cadas convertida en exitoso ejemplo de estilo de vida alternativo. No es extra?o que aqu¨ª, aunque haya solo un 6% de poblaci¨®n afromericana, el movimiento Black Lives Matter se haya hecho fuerte. Esta ciudad es un peligro para el sistema
La ciudad en que se vive sin prisa y las gallinas son animales dom¨¦sticos. El nuevo cap¨ªtulo de la gran crisis estadounidense se est¨¢ desarrollando estos d¨ªas en Portland, una urbe que se siente rara y est¨¢ encantada de serlo. Trump ha enviado a un aut¨¦ntico ej¨¦rcito a reprimir a la facci¨®n local del movimiento Black Lives Matter y el mundo asiste at¨®nito a una batalla campal, impropia del que se hab¨ªa convertido en uno de los lugares m¨¢s pl¨¢cidos y con mayor calidad de vida de los Estados Unidos.
En 1988, la banda viguesa Os Resentidos public¨® Galicia sitio distinto, un descacharrante himno a la excepci¨®n cultural gallega. Era una denuncia de la fr¨ªvola e impune piroman¨ªa que provoca incendios forestales, cierto, pero tambi¨¦n un rendido tributo a las mujeres ¡°de pupilas de metal¡± y a la Galicia eterna, tierra de conjuros, morri?as y mu?eiras. Un canto al lugar ¡°donde la lluvia es arte y Dios se ech¨® a descansar¡±, seg¨²n pregonaba Siniestro Total en otro estupendo tema de la ¨¦poca, Mi?a terra galega. La Galicia de Estados Unidos se llama Oreg¨®n, tierra de colinas y bosques aparcada, junto al vecino estado de Washington, en la esquina noroeste del pa¨ªs, a orillas de un gran oc¨¦ano. Y si hay un lugar en Oreg¨®n con (justa) fama de sitio distinto, ese es Portland, una ciudad de 632.000 habitantes al pie del monte Hood, entre los r¨ªos Willamette y Columbia. Una urbe que presume de su propia rareza y la ha convertido en parte esencial de su identidad.
En un giro dram¨¢tico de los acontecimientos, la ciudad distinta est¨¢ siendo ahora mismo v¨ªctima de un experimento pol¨ªtico y social traum¨¢tico y con pocos precedentes en las democracias occidentales. Donald Trump ha decidido desplegar all¨ª lo que los vecinos llaman ¡°una fuerza de ocupaci¨®n¡±, un n¨²mero ins¨®lito de agentes del Departamento de Seguridad Nacional (DHS, por sus siglas en ingl¨¦s), vestida con la misma ropa de camuflaje que utilizaban las unidades especiales del ej¨¦rcito durante la guerra de Afganist¨¢n. La prensa ha empezado a llamarles ¡°los hombrecillos de verde¡±. Han acudido, en palabras del presidente, a reprimir ¡°una insurrecci¨®n anarquista¡±, la impulsada por los que siguen protestando en las calles por el asesinato del ciudadano George Floyd. Seg¨²n denuncia en la CNN el abogado especializado en derechos humanos Benjamin Haas, ¡°los agentes de la DHS est¨¢n arrestando a manifestantes y llev¨¢ndoselos en veh¨ªculos sin insignia¡±, en una l¨ªnea de actuaci¨®n que responde a una l¨®gica ¡°paramilitar¡± y resulta de legalidad ¡°muy dudosa¡±.
La escritora Froma Harrop explica en un art¨ªculo en la web Real Clear Politics que la ¡°invasi¨®n¡± de Portland por parte del ¡°ej¨¦rcito clandestino¡± de Donald Trump no es m¨¢s que una gigantesca cortina de humo, un ensayo general de la pol¨ªtica de ley en orden con la que el presidente espera ser reelegido el pr¨®ximo mes de noviembre. Harrop considera que Trump parece predestinado a la derrota por su nefasta gesti¨®n de la crisis sanitaria de la covid-19: ¡°Incluso Barbados, una isla sat¨¦lite que vive del turismo estadounidense, nos pide visados y nos impone cuarentenas porque nos ve como portadores de una enfermedad infecciosa que no hemos sabido contener¡±. En este contexto tan negativo para sus intereses, Trump aspira a cambiar la tendencia present¨¢ndose como el candidato de la ¡°ley y el orden¡±, el ¨²nico que puede ¡°restaurar la paz¡±. Y para restaurar la paz, primero necesita declarar una guerra que no existe.
Otro comentarista, Ryan Cooper, describe lo que est¨¢ haciendo Trump en Portland como la aplicaci¨®n de una ¡°t¨¢ctica fascista de manual¡±. Los que est¨¢n creando el caos con su represi¨®n expeditiva de una protesta en general pac¨ªfica son los mismos que se postulan como defensores del orden. Sin embargo, Cooper reconoce que, salvo un pu?ado de calles c¨¦ntricas, ¡°la ciudad permanece bastante al margen de ese caos inducido¡±. La gente sigue frecuentando los mercados populares y los restaurantes de slow food, mojando los pies en el lago artificial de Jamison Street o sent¨¢ndose en las terrazas de las cervecer¨ªas artesanales del barrio de Pearl District.
Portland, la Ciudad de las Rosas, resiste a Trump sin por ello perder su car¨¢cter de islote de serenidad y relajada bohemia, sin renunciar a sus credenciales de sitio distinto. Cooper se pregunta tambi¨¦n por qu¨¦ el presidente ha elegido Portland. Por qu¨¦ sembrar el caos de la ¡°normalidad¡± precisamente all¨ª y no en cualquier otro sitio. Por qu¨¦ aplicar tanta presi¨®n sobre una ciudad en que el movimiento Black Lives Matter se hab¨ªa articulado de manera multitudinaria pero no violenta. Por qu¨¦ cebarse con la juventud hipster de este lejano rinc¨®n de la costa oeste cuando el activismo m¨¢s radical se estaba centrando en lugares como Mine¨¢polis, Cleveland, Nueva York, Los ?ngeles o Detroit. ?Tal vez porque se trata de una ciudad de abrumadora mayor¨ªa blanca, pero tan progresista, tan ¡°de izquierdas¡±, que ha abrazado con entusiasmo un movimiento civil afroamericano? Podr¨ªa ser. Pero no parece una raz¨®n suficiente.
Portland, la Ciudad de las Rosas, resiste a Trump sin por ello perder su car¨¢cter de islote de serenidad y relajada bohemia, sin renunciar a sus credenciales de sitio distinto
El periodista y escritor valenciano Vicent Chilet, que conoce bien Portland, porque la visit¨® en 2013 y le dedic¨® varios cap¨ªtulos de su libro Slow West, cr¨°nica d¡¯una ruta americana (Editorial Drassana), tiene una teor¨ªa. ¡°Trump carga precisamente contra ellos porque son peligrosos: demuestran con su ejemplo que es posible vivir de otra manera¡±. Chilet describe Portland como ¡°la ciudad a la que acuden los j¨®venes que quieren retirarse, los que tienen un dise?o vital sencillo y sostenible y no persiguen el ¨¦xito material, sino una vida digna en una comunidad en la que puedan sentirse c¨®modos¡±.
Visto as¨ª, lo que hace que Portland sea un sitio distinto es que propone una alternativa al sue?o americano, a la experiencia urbana crispada e hist¨¦rica que ofrecen ciudades como Chicago, Boston, Nueva York o Los ?ngeles, en las que la vida es una carrera fren¨¦tica e incluso el ocio resulta competitivo y estresante. En Portland, seg¨²n Chilet, se puede ¡°vivir con muy poco dinero¡±. Por eso proliferan los negocios locales de una asumida modestia, impulsados por j¨®venes sin mayor ambici¨®n que hacer algo que les guste. Huertos ecol¨®gicos, foodtrucks, mercados de artesan¨ªa, cafeter¨ªas min¨²sculas, librer¨ªas de segundo mano, restaurantes de slow food¡ En Portlandia, dada¨ªsta comedia televisiva que intenta captar la atm¨®sfera de esta ciudad diferente, se suceden gags como el de una pareja que, antes de comprar un pollo asado en un puesto callejero, interroga al vendedor sobre la vida que llev¨® el pobre animal: si fue criado en libertad y alimentado con piensos no industriales, si era de car¨¢cter alegre o m¨¢s bien taciturno, si fue sacrificado respetando su dignidad y sus derechos. No es que sean veganos, pero les preocupa el bienestar material y espiritual de los animales que se comen.
Chilet considera que la s¨¢tira amable que plantea Portlandia es ¡°bastante certera¡±. Recuerda Portland como una ciudad muy alternativa, ¡°pero de manera muy genuina, con verdadero orgullo local y sin el punto de afectaci¨®n y de esnobismo que tal vez se respira en sitios como Brooklyn, San Francisco o incluso la cercana Seattle¡±. El escritor valenciano recuerda una conversaci¨®n con un grupo de j¨®venes artesanos en uno de los mercados populares del centro de la ciudad: ¡°Ninguno de ellos ten¨ªa coche, les parec¨ªa un lujo innecesario e irresponsable. Apenas se planteaban salir de Portland porque sent¨ªan que all¨ª hab¨ªan echado ra¨ªces y ten¨ªan todo lo que necesitaban. En todo caso, hac¨ªan excursiones en bicicleta por los alrededores, que son magn¨ªficos, y alg¨²n viaje en autoestop a la costa, que est¨¢ a una hora de distancia, al final de la ruta que siguieron a principios del siglo XIX Lewis y Clark, los grandes exploradores del noroeste¡±.
En Pearl District, los bohemios no son agentes de la gentrificaci¨®n, sino miembros de una comunidad solidaria que se resiste a ella. A Chilet le recuerda ¡°la atm¨®sfera de barrios rebeldes y con mucho sabor local, como Sankt Pauli, en Hamburgo¡±. Portland tiene, en su opini¨®n, ¡°un curioso aire de ciudad europea n¨®rdica, pero tambi¨¦n una atm¨®sfera afrancesada, una cultura del caf¨¦ y la sobremesa, de la tertulia espont¨¢nea al aire libre, que no es muy frecuente en Estados Unidos¡±. En Portland se vive mucho de puertas a fuera siempre que el clima, g¨¦lido y h¨²medo en invierno, lo permite. Tambi¨¦n fue de las primeras ciudades estadounidenses que se dotaron de un casi universal carril bici, ¡°con frecuencia prioritario respecto a los coches¡±, seg¨²n explica el escritor, y una de las que tienen mejor expediente ecol¨®gico.
Al periodista deportivo que Chilet lleva dentro le sorprendi¨® la pasi¨®n sincera con que la ciudad vive el deporte: ¡°No tiene nada que ver con el convencional sentido del espect¨¢culo estadounidense. No tuve la oportunidad de ver a los Portland Trail Blazers, que son un equipo muy implicado en la comunidad y sus causas sociales, pero s¨ª al club de f¨²tbol local, los Portland Timbers, enfrent¨¢ndose a los Seattle Sounders en el derby del noroeste. El ambiente en las gradas era como el de los estadios europeos, pero sin la hostilidad exagerada al rival ni el clima de violencia¡±.
Portland es distinta por vocaci¨®n, pero tambi¨¦n como estrategia de supervivencia. La ciudad tiene un pasado industrial, muy ligado a las explotaciones forestales. Tambi¨¦n fue un puerto fluvial de importancia y, en la d¨¦cada de 1950, una ciudad notable por su vida nocturna, controlada por organizaciones criminales y muy centrada en la prostituci¨®n y las apuestas. Quiso ser la sucursal norte?a de Las Vegas y hab¨ªa entrado ya en clara decadencia a principios de los sesenta, periodo en que la revista Life la describ¨ªa como una de las ciudades ¡°m¨¢s inh¨®spitas y corruptas¡± del pa¨ªs.
La subcultura hippie acudi¨® al rescate. J¨®venes universitarios de ideas contraculturales empezaron a establecerse en las casas baratas del centro, en vecindarios, como el hoy fascinante Pearl District, en los que la inseguridad y el tr¨¢fico de drogas hab¨ªan hecho huir a la clase media. Los nuevos inquilinos transformaron la ciudad hasta convertirla en la prueba de que otra manera de vivir, m¨¢s relajada, amable y solidaria, era perfectamente posible. En los noventa, empezaron a proliferar por toda la ciudad grafitis con el lema Keep Portland Weird, una exhortaci¨®n a los vecinos a que hiciesen lo posible por que su ciudad siguiese siendo ¡°rara¡±. El eslogan hab¨ªa sido adoptado antes por Austin, la ciudad universitaria que es un islote de juventud y progresismo en el muy conservador estado de Texas.
En pocos a?os, Portland hab¨ªa llevado la apuesta por la rareza mucho m¨¢s lejos que sus hermanos de Austin. La nueva bohemia h¨ªpster sustituy¨® a los beatniks y a los jipis, se consolid¨® una f¨¦rtil escena musical alternativa con bandas como Modest Mouse, The Decemberists, She & Him, The Shins o Chromatics actuando en locales como el Crystal Ballroom y su sala anexa, Lola¡¯s Room. Portland se convirti¨® en una ciudad verde, acogedora y culturalmente estimulante. Esa nueva prosperidad y ese nuevo modelo urbano basado en el crecimiento sostenible sirvieron tambi¨¦n para que la ciudad recuperarse espacios de inter¨¦s tur¨ªstico que hab¨ªan degenerado, como el jard¨ªn japon¨¦s, con sus espectaculares cascadas, la hist¨®rica mansi¨®n Pittock o incluso el modesto y muy coqueto zool¨®gico local, con sus ¡°raros¡± elefantes.
Chilet nos habla de un Portland en que la gente ¡°ha convertido a las gallinas en animales dom¨¦sticos a los que pasea con correa y cuyos excrementos recoge¡±, en que las cervezas comerciales no pueden competir ¡°con las decenas de cervecer¨ªas tradicionales de elaboraci¨®n local, en la l¨ªnea de lo que est¨¢ ocurriendo en Brooklyn, pero tambi¨¦n en Alemania o B¨¦lgica¡±, en que la gente ¡°siente una amable curiosidad por los extranjeros y parece disponer de todo el tiempo del mundo para hablar contigo¡±.
Puestos a elegir lugares que capturen la esencia del Portland m¨¢s exc¨¦ntrico y estimulante, nuestro interlocutor se queda con Powell¡¯s City of Books, ¡°la librer¨ªa independiente y de segunda mano m¨¢s grande del mundo¡±, un templo de la letra impresa que ocupa todo un bloque de edificios en Pearl District. Y, sobre todo, apuesta por Voodoo Doughtnut, la legendaria tienda de rosquillas artesanales cuyo lema es The magic is in the hole (la magia est¨¢ en el agujero): ¡°Es toda una instituci¨®n local. La tienda es min¨²scula y la gente est¨¢ dispuesta a hacer horas de cola para visitarla y explorar su incre¨ªble carta, llena de donuts de todo tipo. Nosotros esperamos pacientemente, disfrutando de un concierto improvisado junto a una brigada de bomberos que hab¨ªan aparcado su cami¨®n en la esquina¡±.
En los noventa, empezaron a proliferar por toda la ciudad grafitis con el lema Keep Portland Weird, una exhortaci¨®n a los vecinos a que hiciesen lo posible por que su ciudad siguiese siendo 'rara'
Las gu¨ªas urbanas recomiendan tambi¨¦n una visita a la vieja Chinatown, con su Saturday Market (lo m¨¢s parecido a un mercado tradicional oriental que se puede encontrar en esta orilla del Pac¨ªfico) y las tortillas de ostras y los huevos revueltos con tofu que ofrece el encantador Bijou Caf¨¦. O las excursiones en tranv¨ªa por Nob Hill, el barrio de las recetas veganas, la gastronom¨ªa local biosostenible, la cocina ef¨ªmera de los c¨¦lebres food trucks, el marisco y el sushi. A continuaci¨®n, vale la pena ir de compras por ese fascinante bazar que es siempre Pearl District y mojar los pies en Jamison Square, no muy lejos del lugar en que el Willamette desemboca en el Columbia. Los alrededores se prestan a excursiones como una visita a la estaci¨®n de esqu¨ª del monte Hood, las playas de Astoria, la ruta del vino del valle de Willamette o la espectacular garganta del Columbia.
En los ¨²ltimos a?os, el tradicional Keep Portland Weird empieza a ser sustituido por un nuevo lema: Make Portland Weird Again (hagamos que Portland vuela va a ser raro). Se trata de una respuesta al Make America Great Again de Trump, pero tambi¨¦n el nost¨¢lgico reconocimiento de que la ciudad se est¨¢ aburguesando y empieza a perder parte de su fuelle exc¨¦ntrico y alternativo. En la web del movimiento vecinal de ese nombre se recuerdan glorias locales hoy desaparecidas como ¡°la iglesia de Elvis, la stripper que se convirti¨® en novelista o el guitarrista de los cien piercings¡±, tan a?orados como ¡°los cabarets abiertos toda la noche, los antros de hackers abiertos todo el d¨ªa, las fiestas clandestinas en lugares secretos, el teatro de guerrilla, los artistas punk callejeros o el ballet en patios de vecinos¡±.
Para los puristas del Portland distinto, para los irreductibles galos, la desaparici¨®n de todos esos ejemplos de excentricidad y demencia f¨¦rtil prueban que ¡°Am¨¦rica declar¨® la guerra a la rareza y los raros hemos perdido¡±. Si eso fuese cierto, si la ciudad distinta estuviese ya renunciando a serlo, Portland ya no supondr¨ªa una amenaza y Trump y sus hombrecillos de verde se estar¨ªan equivocando de enemigo.
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