Todos adoran a los argentinos
Una vida hedonista, monta?as rusas, guiones que triunfan y obras de teatro que fracasan, risas clandestinas, amantes, palabras que hieren y portazos. Pero cuando lo que m¨¢s duele en el fondo es el ¨¦xito del otro, un oscuro sentimiento de celos, rivalidad y odio se abre paso sin miramientos¡
Ella dijo: ¡°No puedo cargar con vos. Porque te hundir¨¢s igual. Y me arrastrar¨¢s¡±.
Dijo: ¡°Est¨¢s lleno de veneno. Pero solo mord¨¦s tu propia cola¡±.
Y cosas mucho peores.
No voy a negar lo que hice. Pero fue en defensa propia.
Ella me atac¨® con palabras. Yo solo le quit¨¦ sus armas.
Al principio, Madrid era una fiesta. Nuestra fiesta.
Pas¨¢bamos los viernes por la noche en el bar La V¨ªa L¨¢ctea. Los s¨¢bados, colabor¨¢bamos en los rodajes de amigos. El amanecer nos sorprend¨ªa bebiendo junto a los actores, o con DJ de alguna fiesta, o con travestis de Malasa?a. Una vez, hicimos de figurantes para un comercial del parque de atracciones. Nos subimos tres veces a la monta?a rusa.
¡ª?No deber¨ªamos cobrar por esto?
¡ª?Tenemos el parque de atracciones para nosotros solos! Yo incluso ?pagar¨ªa.
Celia se aferraba a la ciudad como a un salvavidas. La crisis argentina hab¨ªa dejado a su familia en la bancarrota, pero en Madrid, nadie sab¨ªa todav¨ªa qu¨¦ significaba esa palabra. Sonaba a esos t¨¦rminos horribles que nos esperaban en la adultez, como ¡°hipoteca¡± o ¡°productividad¡±. Madrid, en cambio, se inyectaba hormonas para mantener la adolescencia. Y nosotros mismos, al pagar la matr¨ªcula de la escuela de cine, compr¨¢bamos una prolongaci¨®n de la nuestra. Soborn¨¢bamos al tiempo.
¡ª?Qu¨¦ vamos a hacer despu¨¦s de este a?o?
¡ªNada. No existe nada despu¨¦s de este a?o. Solo existe hoy.
El presente dura un instante. Viv¨ªamos con prisa. Celia y yo nos besamos por primera vez en enero, en un metro, de camino a un concierto de Ojos de Brujo. Y ella se vino en febrero a mi estudio de Lavapi¨¦s. Nuestras vidas eran f¨¢ciles de llevar, porque cab¨ªan en una mochila.
Cuando se march¨® ¡ªdando un portazo, como en un melodrama barato¡ª, abr¨ª su ordenador. Y le¨ª el guion
Nada m¨¢s mudarse conmigo, Celia comenz¨® a escribir el guion de su primer largometraje: Raros. Hoy, ya todos han visto la pel¨ªcula. Entonces, solo me dijo que era una historia de amor entre extranjeros, y que yo la ayudar¨ªa con ella.
A¨²n puedo ver a Celia sentada en cuclillas sobre la cama, frente a su ordenador port¨¢til: descalza a pesar del fr¨ªo, escrib¨ªa con dos dedos, cuyas u?as se mord¨ªa sin piedad. Mientras yo le¨ªa o escuchaba m¨²sica, me ametrallaba a preguntas: ¡°?Hay alguna fiesta popular con fuegos artificiales en Madrid?¡±. ¡°?Podr¨ªan asaltarte con un cuchillo en Lavapi¨¦s?¡±. O la duda que parec¨ªa venir con segundas: ¡°?Si tu pareja tuviese que irse del pa¨ªs, te ir¨ªas con ella?¡±. Por la noche, despu¨¦s de hacer el amor, agradec¨ªa mis respuestas, y propon¨ªa, por pura inseguridad, que yo firmase el guion con ella.
¡ªAl fin y al cabo ¡ªexplicaba¡ª, va un poco sobre vos.
Celia tambi¨¦n colaboraba conmigo. Me asist¨ªa en la direcci¨®n de mi obra teatral, que penaba de sala en sala sin encontrar ¨¦xito en ninguna parte. Se llamaba A las tres en punto. Actuaban en ella varios otros extranjeros, no por necesidad del texto, sino porque estaban dispuestos a trabajar gratis. Completaban el reparto dos espa?olas jubiladas que hac¨ªan comerciales de televisi¨®n para divertirse.
Yo llamaba a eso ¡°teatro independiente¡±, pero era simplemente pobre. Y en la intimidad, me preguntaba si no era tambi¨¦n p¨¦simo.
¡ªA veces, ni tengo claro de qu¨¦ trata la historia ¡ªme lament¨¦ ante Celia, frente a unas cervezas en La Latina, despu¨¦s de una funci¨®n cancelada por falta de p¨²blico¡ª. He puesto muchas cosas que me gustan en un plato, pero no he sabido cocinarlas.
¡ªLo importante es crear ¡ªme animaba ella, aunque no negaba que mi obra fuera p¨¦sima¡ª. Disfrut¨¢ de escribir, de dirigir. Es un privilegio hacerlo.
Celia pod¨ªa permitirse ese hedonismo. Ten¨ªa un pasaporte europeo, mientras yo madrugaba varias veces al a?o para suplicar por una tarjeta de residencia en una comisar¨ªa. Ella no ten¨ªa prisa. Mis sue?os ten¨ªan fecha de caducidad. Por ¨²ltimo, ella era argentina: la clase vip de la migraci¨®n. En la televisi¨®n espa?ola, los actores peruanos hac¨ªan de pobres, y los colombianos de narcos, pero los argentinos hac¨ªan de profesores o arquitectos. Nadie les preguntaba por qu¨¦ hablaban raro. Hasta en el reality show del Gran Hermano sal¨ªa un argentino, y para colmo, se acostaba con todas las espa?olas.
S¨ª: el pa¨ªs de Celia estaba en crisis. Pero el m¨ªo era en s¨ª una crisis perpetua, tan inevitable que ni siquiera sal¨ªa en el diario.
Celia ten¨ªa una energ¨ªa inagotable. Hac¨ªa peque?os papeles en trabajos de compa?eros de la escuela. Entregaba cientos de curr¨ªculos en productoras de cine y publicidad. Escribi¨® el guion de un corto en un solo fin de semana. Y luego convenci¨® al due?o del bar La V¨ªa L¨¢ctea para grabarlo ah¨ª, una ma?ana, entre sus paredes forradas de afiches musicales.
El corto trataba de un cantante frustrado que secuestraba el bar y obligaba a los clientes a hacer una coreograf¨ªa delirante antes de suicidarse. Era muy divertido, lleno de referencias a la historia del rock. Y solo ten¨ªa que hablar un actor, en una locaci¨®n cerrada y sin ventanas, as¨ª que resultaba muy f¨¢cil de rodar.
Hoy parece mentira que haya existido un tiempo sin YouTube. Pero hace casi 20 a?os, los directores ten¨ªan que buscar un lugar f¨ªsico para mostrar sus trabajos. Celia estren¨® en el mismo bar. Y ah¨ª nos quedamos hasta la madrugada, bailando, riendo, bebiendo, celebrando el privilegio de hacer cosas hermosas, y retrasando una noche m¨¢s la madurez.
Despu¨¦s del estreno, gracias a un entusiasta boca a boca, comenzamos a asistir a mejores fiestas. En alguna de ellas, nos cruzamos con Montxo Armend¨¢riz. En otra, con Alejandro Amen¨¢bar. Yo cre¨ªa que, simplemente, nos est¨¢bamos integrando en el mundo del cine. En realidad, la gente mostraba inter¨¦s en Celia, no en m¨ª. Hablaban mucho de su corto. Algunos productores ya ped¨ªan leer el guion de su largometraje, aunque ella a¨²n quer¨ªa corregir algunos detalles.
Pero eso era normal. Ella era argentina, ?no? Todos adoran a los argentinos.
Esa primavera, invitaron a mi obra a un festival en la Casa de Am¨¦rica. El d¨ªa de la funci¨®n result¨® un caos. Hospitalizaron a una de nuestras actrices jubiladas. Parte del vestuario se rompi¨®. Y Celia no contestaba las llamadas.
Cinco minutos antes de abrir el tel¨®n, recib¨ª un mensaje en mi Nokia, el primer tel¨¦fono m¨®vil que tuve. Era ella:
¡ª?Amor, no vas a creerlo! Estoy en una fiesta y ha venido Javier Bardem. Voy a quedarme por aqu¨ª, ?OK? Besitos. ?Y mucha mierda!
En esa ¨¦poca, hab¨ªa una oficina de registro de la propiedad intelectual en Chamber¨ª, cerca de la glorieta de Alonso Mart¨ªnez. Hac¨ªamos cola ah¨ª los autores de poemarios con t¨ªtulos como El grito del alma, novelas llamadas Sangre, sudor y l¨¢grimas u obras de teatro como Las tres en punto. Dej¨¢bamos copias en custodia, con un sello legal, y nos sent¨ªamos seguros.
Cre¨ªamos que, si no, alguien robar¨ªa nuestras grandes ideas y se har¨ªa rico con ellas.
Quiz¨¢, en secreto, so?¨¢bamos con eso.
Volv¨ªa de esa oficina una ma?ana, ya a comienzos del verano, cuando al entrar en casa, escuch¨¦ a Celia re¨ªr en el tel¨¦fono. No dijo nada inapropiado o sexual. Pero yo no la hab¨ªa o¨ªdo re¨ªr as¨ª en mucho tiempo. Sonaba como un chorro de agua limpia. Como campanas de cristal. Ella debi¨® notar mi impresi¨®n porque colg¨® al verme.
¡ª?Con qui¨¦n hablabas? ¡ªpregunt¨¦.
¡ªCon Pablo.
Era un actor. Pero daba igual. Podr¨ªa haber sido cualquier otro.
¡ªLo vi en un corto de la escuela. Es p¨¦simo.
¡ªYa lo s¨¦. Todos los artistas son una mierda menos vos, ?verdad?
¡ªNo me dir¨¢s que te parece bueno¡
¡ª?Y vos? ?D¨®nde est¨¢ tu obra cumbre? ?A qui¨¦n le empataste?
As¨ª empez¨®. Ya hab¨ªamos tenido discusiones preliminares de ese tipo. Esta solo fue la gran final. Brotaron mis lamentos: su abandono de mi teatro. Su mirada de aburrimiento cuando yo hablaba de mis proyectos. Y ella ten¨ªa sus propias quejas, claro: mi amargura general, mi odio contra el mundo. Entonces dijo lo del veneno. Y lo del hundimiento. Era buena escogiendo las palabras que m¨¢s doliesen.
Cuando se march¨® ¡ªdando un portazo, como en un melodrama barato¡ª, hice lo que los productores deseaban hacer: abr¨ª su ordenador. Y le¨ª el guion de su largometraje.
La pel¨ªcula Raros no contaba nuestra relaci¨®n exactamente. O s¨ª, pero reorganizada. Hab¨ªa cosas que yo hab¨ªa dicho, aunque con otro sentido. Y situaciones que hab¨ªamos vivido juntos, como la del parque de atracciones. Incluso sal¨ªa un amante que se parec¨ªa al tal Pablo.
Celia hab¨ªa robado mi vida, y la hab¨ªa convertido en algo que val¨ªa la pena ver. No me doli¨® quedar malparado. Al contrario: me doli¨® que mi personaje fuese mejor que yo. Y especialmente, me lastim¨® admitir que ese guion era maravilloso. Lo es. Todo el mundo lo dice. Ha ganado premios y todo, incluso en festivales clase A.
As¨ª que, despu¨¦s de leerlo, lo envi¨¦ a mi propio e-mail. Y lo borr¨¦ de la bandeja de salida.
Al salir de casa, yo tambi¨¦n pegu¨¦ un portazo. Ten¨ªa que llegar r¨¢pido al locutorio del barrio, donde imprim¨ªamos los trabajos de la escuela. Si me daba prisa, a¨²n podr¨ªa encontrar abierto el registro de la propiedad intelectual. Pero ah¨ª solo aceptaban copias impresas.
Es incre¨ªble c¨®mo ha cambiado la tecnolog¨ªa.
Santiago Roncagliolo es escritor y guionista, autor, entre otros, de la novela La noche de los alfileres (Alfaguara).
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