Resistir en la mejor esquina de Am¨¦rica
La historia de estas tierras, y de las comunidades negras de la cuenca del r¨ªo Cacarica, en Colombia, es una historia de violencia y despojo, pero tambi¨¦n de heroica defensa de la vida, la paz, el territorio y la identidad afrocolombiana
La violencia racial no es exclusiva de los Estados Unidos. En Colombia tambi¨¦n se discrimina y asesina a su gente negra. Lo saben bien las comunidades afrocolombianas que, en los l¨ªmites con Panam¨¢, habitan la cuenca del r¨ªo Cacarica del Choc¨®, una de las regiones con mayor biodiversidad del planeta. El viaje desde el puerto de Turbo, en la vecina regi¨®n de Antioquia, toma cerca de tres horas en lancha hasta all¨ª. Hay que cruzar primero el Golfo de Urab¨¢ y, tras media hora de viaje por el mar Caribe, adentrarse por el majestuoso r¨ªo Atrato, luego remontar el r¨ªo Cacarica y proseguir despu¨¦s por ca?os marinos cubiertos de un manto de helechos y juncos que dificultan la navegaci¨®n. Como en buena parte del Choc¨®, las carreteras aqu¨ª son totalmente fluviales. Una gran valla donde se lee: "Zona Humanitaria Nueva Esperanza en Dios, territorio exclusivo de la poblaci¨®n civil", advierte de la llegada.
En este aislado lugar, los d¨ªas se pasan cultivando la tierra, pescando, jugando a cartas y saliendo de tanto en tanto a tomar unas cervezas y a mover las caderas. Todo aparentemente normal. Sin embargo, los lugare?os cuentan que nada es como antes, cuando el Cacarica era una regi¨®n agr¨ªcola que viv¨ªa del pl¨¢tano, el arroz, los frutales, el pescado y la madera. Hoy no hay ni la tranquilidad ni la confianza para moverse libremente por el territorio. ¡°Pensamos que con la firma de la paz llegar¨ªa la calma, pero las FARC entregaron las armas y llegaron nuevos grupos al territorio. Ahora hay paramilitares, la guerrilla del Ej¨¦rcito de Liberaci¨®n Nacional (ELN) y la Fuerza P¨²blica que no los combate. La guerra no se va a acabar nunca porque es un negocio y los que sufren son los campesinos. Ante tanto asesinato de l¨ªderes sociales en Colombia nos tenemos que cuidar cuando salimos por fuera y si alg¨²n grupo armado pregunta por nuestros l¨ªderes, les decimos que aqu¨ª los l¨ªderes somos todos¡±, dice el joven Edwin Orejuela de la comunidad del Cacarica.
La historia de estas tierras es una historia de violencia y despojo, pero tambi¨¦n de heroica defensa de la vida, el territorio y la identidad afrocolombiana. La situaci¨®n de estas comunidades cambi¨® radicalmente en 1997, cuando una acci¨®n militar bautizada como operaci¨®n G¨¦nesis pretend¨ªa, aparentemente, combatir a la guerrilla de las FARC. Sin embargo, el Estado colombiano volvi¨® a jugar sucio y, sirvi¨¦ndose de la guerra, con apoyo de grupos paramilitares para generar terror y de poderosos intereses empresariales, no ten¨ªa otro prop¨®sito que expulsar de sus tierras a la veintena de comunidades negras que habitaban entonces en los m¨¢rgenes de la cuenca del r¨ªo Cacarica. Un cap¨ªtulo m¨¢s de la guerra en Colombia, repleta de asesinatos, masacres y desplazamientos forzados perpetrados por grupos paramilitares con la acci¨®n, omisi¨®n o aquiescencia de la Fuerza P¨²blica.
Detr¨¢s del desplazamiento forzado en esta zona del Choc¨® exist¨ªa inter¨¦s por las riquezas naturales y por el uso de los territorios para la agroindustria y la implantaci¨®n de proyectos de infraestructura. Lo dijo y lo sentenci¨® en 2013 la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) que condenar¨ªa al Estado colombiano 20 a?os despu¨¦s como responsable de lo ocurrido. La sentencia instaba al Estado a "restituir el efectivo uso, goce y posesi¨®n de los territorios" y a brindar protecci¨®n a sus comunidades. En la misma l¨ªnea, un tribunal de Bogot¨¢ conden¨® a 25 a?os de c¨¢rcel al general Rito Alejo, que comandaba la operaci¨®n. Los relatos de los mandos paramilitares que operaron en la regi¨®n confesaron tambi¨¦n c¨®mo, a partir del control social territorial, se asegur¨® la extracci¨®n a gran escala de maderas, la destrucci¨®n del bosque nativo para la promoci¨®n de la ganader¨ªa extensiva y la promoci¨®n empresarial de monocultivos de palma aceitera y pl¨¢tano.
El Estado colombiano no ten¨ªa otro prop¨®sito que expulsar de sus tierras a la veintena de comunidades negras que habitaban en los m¨¢rgenes del r¨ªo Cacarica
La operaci¨®n G¨¦nesis se sald¨® con 82 asesinatos y gener¨® un desplazamiento masivo. Pascual ?vila lo recuerda como si fuera ayer. ¡°La guerra nos ha jodido. Nos saquearon las casas y nos dieron la orden de salir. Es una impotencia absoluta. Todo lo que uno ha hecho en un instante se pierde y la incertidumbre es tremenda. Pero le toca tomar la decisi¨®n de irse porque es la vida, la de la mujer, la de los hijos, la m¨ªa. Yo ten¨ªa nueve hijos peque?os, el mayor ten¨ªa 15 a?os. No pude sacar nada. Ten¨ªa un trabajo, cinco mulas, dos motosierras, madera para vender y 21 cabezas de ganado¡±, recuerda Pascual.
En el desplazamiento unos cruzaron hasta Panam¨¢, pero la gran mayor¨ªa, como Pascual, opt¨® por ir a Turbo. Aqu¨ª permanecieron tres a?os viviendo hacinados en un polideportivo. La vida en el coliseo no fue f¨¢cil, y menos para una familia con nueve hijos. ¡°?ramos unas 3.000 personas, dorm¨ªamos en la grader¨ªa, en el suelo. Tratamos de organizarnos en comit¨¦s, pero con la gente en estado de shock no hab¨ªa forma de hacerlo bien. Luego, pasa un mes, dos, tres... Y vas viendo como el Estado nos iba abandonando¡±, explica Pascual.
Jarlenson Angulo ten¨ªa 10 a?os cuando vivi¨® en el coliseo deportivo, pero jam¨¢s podr¨¢ olvidar aquella experiencia. ¡°Como ni?o uno la pasaba jugando, pero fue un trastorno psicol¨®gico grande. Nos sentimos muy discriminados y estigmatizados. Todo lo que pasaba lo achacaban a los desplazados. Si alguien enfermaba era el mal de los desplazados; si andabas sucio, dec¨ªan andas como un desplazado; formamos un equipo de f¨²tbol y nos llamaban el equipo de los desplazados. Incluso algunos colegios no permit¨ªan que uno estuviera¡±, rememora Jarlenson a sus hoy 30 a?os.
La vuelta a casa
Pese a las duras condiciones de vida como desplazados, las gentes del Cacarica nunca se rindieron, empezaron a organizarse y decidieron retornar en el 2000. Crearon la organizaci¨®n Cavida ¡ªComunidades de Autodeterminaci¨®n Vida y Dignidad¡ª y acompa?ados por organizaciones internacionales y nacionales exigieron condiciones para poder volver. Cuando llegaron, del pueblo que dejaron solo encontraron los restos de la iglesia, de la escuela y los claros signos de tres a?os de abandono en sus casas de madera. Toc¨® empezar de nuevo, limpiar el terreno y volver a sembrar. Rebautizaron los dos lugares donde se reasentaron como Nueva Esperanza en Dios y Nueva Vida. ¡°Sab¨ªamos que retorn¨¢bamos en medio de la guerra. Lo m¨¢s bonito fue como nos empezamos a organizar por grupos de mujeres, de ni?os, de adultos mayores, de j¨®venes. Eso nos dio fuerza porque sab¨ªamos que unidos se logran muchas m¨¢s cosas¡±, dice orgulloso otro joven de la comunidad al que conocen como Fruti?o.
Tras el retorno, consiguieron la titulaci¨®n colectiva de sus tierras y se constituyeron como Zona Humanitaria y de Biodiversidad para proteger la vida y la tierra frente a agresiones de intereses econ¨®micos y grupos armados. Se trata de una manera de habitar el territorio y defender el medioambiente a trav¨¦s de un proceso de empoderamiento de la poblaci¨®n desplazada, amparado en la legislaci¨®n y el derecho internacional. ¡°Estos 20 a?os han posibilitado la creatividad de las comunidades negras para enfrentar este avasallamiento y la usurpaci¨®n de sus territorios. Esa creatividad ha generado iniciativas tan importantes como las zonas humanitarias y las zonas de biodiversidad, las cuales han evidenciado la ausencia de respuestas del Estado que prosigue con el desarrollo de estrategias militares encubiertas y el intento de imposici¨®n de modelos agroindustriales que desconocen los derechos territoriales de las comunidades¡±, argumenta sin respirar Danilo Rueda, miembro de la organizaci¨®n Justicia y Paz, acompa?ante del proceso del Cacarica.
La operaci¨®n G¨¦nesis, de 1997, se sald¨® con 82 asesinatos y gener¨® un desplazamiento masivo de las comunidades
El de Cacarica fue uno de los primeros procesos de retorno en Colombia. Veinte a?os despu¨¦s, Pascual ?vila tiene sentimientos encontrados y sinsabores. ¡°Jur¨ªdicamente se ha hecho todo lo que se ha podido hacer. En algunas cosas parec¨ªa que se nos iba a favorecer como v¨ªctimas pero, no solo no ha pasado nada, sino que se nos ha victimizado m¨¢s. Lo peor es que los paramilitares siguen en el territorio y no sabemos cu¨¢l es la propuesta del Gobierno frente a nosotros que nos asegure que este es un territorio para los campesinos y comunidades negras, a pesar que tenemos una ley que nos dio la titulaci¨®n y, por tanto, ser¨ªa inviolable¡±, se?ala.
Lo cierto es que las comunidades del Cacarica viven en la zona con la ¨²nica protecci¨®n de organizaciones de derechos humanos y el acompa?amiento internacional. Los pobladores de esta cuenca han seguido denunciando la presencia de grupos paramilitares y hostigamientos. Dos d¨¦cadas despu¨¦s del retorno, las amenazas contin¨²an y los intereses econ¨®micos no han desaparecido. Hoy, la tierra del Choc¨® sigue asediada por voraces empresas y es una de las alternativas para la construcci¨®n de un nuevo canal interoce¨¢nico. El Cacarica est¨¢ dentro de lo que se ha venido en llamar "la mejor esquina de Am¨¦rica", una zona sobre la que se avecinan grandes inversiones por su posici¨®n geogr¨¢fica estrat¨¦gica que posibilitar¨ªa la futura conexi¨®n del sur con el centro y norte de Am¨¦rica, y tambi¨¦n entre el Pacifico y el Atl¨¢ntico.
Tras el retorno, en 2000, consiguieron la titulaci¨®n colectiva de sus tierras y se constituyeron como Zona Humanitaria y de Biodiversidad
Como ocurre en toda Colombia, preocupa especialmente la situaci¨®n de los l¨ªderes y lideresas sociales de la zona. ¡°Afortunadamente, no han asesinado a nadie all¨ª, pero s¨ª se les est¨¢ intentando matar el alma y eso es tambi¨¦n grave y mucho m¨¢s profundo porque se convierte en parte de la normalidad, donde los l¨ªderes tienen que guardar silencio ante el control de su vida diaria, ante las limitaciones a su libre movilizaci¨®n y libre expresi¨®n por parte de esas estructuras armadas que operan en medio de la presencia de las fuerzas militares¡±, lamenta Rueda. La covid-19 vino a complicarlo todo todav¨ªa m¨¢s. Como en otras muchas zonas del pa¨ªs, la pandemia ha sido aprovechada por los grupos armados para consolidar su poder frente a una poblaci¨®n inerme que deb¨ªa estar confinada.
Con todo, ni Edwin, ni Jarlenson ni Fruti?o quieren volverse a marchar del Cacarica. Los j¨®venes jugaron un papel muy importante en la recuperaci¨®n emocional de las comunidades y a trav¨¦s del arte y la educaci¨®n contribuyeron a fortalecer el proceso evitando que muchos de ellos cayesen en la tentaci¨®n de irse a filas de alg¨²n grupo armado. ¡°Nos propusimos abordar la educaci¨®n desde la misma comunidad. Algunos j¨®venes se ofrecieron como voluntarios para liderar un proyecto etno-educativo de educaci¨®n propia para buscar un desarrollo como comunidad¡±, explica Edwin Orejuela.
Todos ellos saben que donde viven hay falta de oportunidades y han visto c¨®mo a otros compa?eros no les ha ido mal por fuera, pero aseguran que aman su tierra desde un compromiso de defensa de la vida y el territorio. ¡°Dejarlo todo despu¨¦s de tanto tiempo me contrariar¨ªa. Mi realidad es esta, soy un campesino y lo seguir¨¦ siendo. Es una responsabilidad de los j¨®venes porque, si la juventud se va y los mayores mueren, est¨¢ todo perdido. Donde hay riqueza siempre va a haber violencia, y eso nos confronta y nos obliga a seguir visibilizando nuestro proceso¡±, enfatiza Jarlenson.
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