Otras Navidades
El cu?ado pele¨®n, la cu?ada que encuentra faltas en todo, el sobrino podemita y el primo facha se quedar¨¢n en sus casas
La Navidad se ha convertido en la ¨²ltima obsesi¨®n de este a?o maldito.
En Espa?a, desde el presidente del Gobierno hasta el due?o de la tasca m¨¢s peque?a, pasando por m¨¦dicos, cient¨ªficos, consejeros auton¨®micos, alcaldes, periodistas, opinadores, comerciantes de todos los ramos y cada vecino que se para a charlar con un conocido por la calle ¡ªcada uno con su mascarilla, eso s¨ª¡ª, no parecen encontrar mejor tema de conversaci¨®n. Y no s¨®lo en nuestro pa¨ªs. En todos los de la UE se producen a diario declaraciones de gobernantes que establecen o mantienen confinamientos para salvar la Navidad, un prop¨®sito por el que, incluso, los cient¨ªficos norteamericanos han propuesto sacrificar el D¨ªa de Acci¨®n de Gracias. Y sin embargo, para todas aquellas personas que, como yo, se ponen enfermas al ver a los operarios municipales que instalan la iluminaci¨®n navide?a a mediados de octubre, estas Navidades no dejar¨¢n de tener algunas ventajas.
S¨¦ que para la gente que se define por su esp¨ªritu navide?o, la que hace ya semanas que tiene el ¨¢rbol puesto y lo enciende todas las noches, ser¨¢ una cat¨¢strofe que se mantengan las restricciones de movilidad y los l¨ªmites de interacci¨®n social que probablemente nos acompa?ar¨¢n hasta enero. Pero pienso en las cocineras, esas presuntas grandes anfitrionas que tan a menudo no resultan ser otra cosa que las madres y hermanas pringadas por antonomasia. Pienso en las ¨¦picas palizas que empiezan antes del d¨ªa de la loter¨ªa, esas jornadas laborales no pagadas en las que hay que ir al mercado cuatro veces, a encargar, a modificar encargos sobre la marcha, a cambiar el men¨² porque el carnicero ya no garantiza dos kilos m¨¢s de lomo para hacer rosbif. Pienso en el terror del timbre del tel¨¦fono, del pitido del wasap que anuncia la incorporaci¨®n de un nuevo comensal inesperado, un compa?ero de trabajo que se queda solo, una suegra descolgada de una sobrina, una carambola inconcebible que aporta a tres personas m¨¢s el d¨ªa 23, y es Nochebuena, y no tienen adonde ir, y no podemos dejarles tirados¡ Y otra vez a la calle, porque no hay suficientes tenedores, porque hace falta otro mantel para cubrir el tercer tablero de una mesa interminable, porque a ver si me voy a quedar corta de turr¨®n, y el sudoku de las pruebas, porque hasta cuando hay suerte y no faltan sillas, la gente necesita espacio suficiente para sentarse y levantarse con comodidad, o sin ella si no queda m¨¢s remedio. As¨ª, mientras mantiene la cocci¨®n del caldo y la temperatura del horno, la cocinera tiene que convencer a sus hijos para que se sienten y se levanten varias veces, hasta decidir en qu¨¦ orden tendr¨¢ que ocupar su puesto cada comensal. Y a la hora de la cena, apenas probar¨¢ bocado, porque ya estar¨¢ calculando cu¨¢ntos lavaplatos tendr¨¢ que poner antes de irse a la cama.
Este a?o, nada de esto pasar¨¢. Las cenas y las comidas ser¨¢n asumibles, manejables, la compra mucho m¨¢s sencilla, el men¨², a cambio, m¨¢s sofisticado, porque cocinar para seis permite realizar platos, desde un pavo relleno hasta un cordero asado, inimaginables cuando hay que alimentar al triple de personas. Yo tengo la suerte de pertenecer a una familia muy bien avenida durante todos los d¨ªas del a?o, y pese a las profundas disidencias pol¨ªticas e ideol¨®gicas que podemos llegar a profesar, no recuerdo una sola Nochebuena con bronca. Pero s¨¦ que existen otras familias, otras tradiciones, otros temores que incorporar a la cena, a la mesa, a las sillas. Este a?o, eso tampoco ocurrir¨¢. El cu?ado pele¨®n, la cu?ada que encuentra faltas en todo, el sobrino podemita que no piensa callarse, el primo facha que piensa, si t¨² no te callas, yo mucho menos, se quedar¨¢n en sus casas respectivas, pele¨¢ndose con su sombra, buscando defectos en su propio men¨², discutiendo con las paredes de sus dormitorios, o no. Tal vez, estas Navidades que nos van a devolver a nuestra familia estricta, padres e hijos cenando juntos en su propio comedor, sin distracciones, sin discusiones, sin rencores ni envidias acumuladas durante a?os, ser¨¢n las m¨¢s ¨ªntimas, ojal¨¢ tambi¨¦n las m¨¢s c¨¢lidas de nuestra vida.
Para cantar villancicos todos juntos despu¨¦s del turr¨®n, siempre podremos recurrir a las videoconferencias.
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