En 1927
Me parece asombroso, qu¨¦ quieren, poder ver lo que veo, el transcurrir de la cotidianidad 93 a?os atr¨¢s
Creo haber mencionado ¡ªllevo casi 18 a?os aqu¨ª y de todo no me puedo acordar¡ª la fascinaci¨®n que me producen las im¨¢genes antiguas, reales, de las ciudades. Sin embargo no hab¨ªa visto hasta ahora, en DVD, una famosa pel¨ªcula de 1927,Berl¨ªn, la sinfon¨ªa de la gran ciudad,tenida por uno de los documentales m¨¢s influyentes de la historia. Est¨¢ dividido en cinco ¡°actos¡±, y se inicia a las 5 de la ma?ana, cuando las calles a¨²n est¨¢n vac¨ªas y un tren se acerca a la capital de Alemania. Los otros actos van cubriendo una jornada ficticia, atravesando todas sus horas hasta el momento del recogimiento. La jornada es ficticia porque al director, Walther Ruttmann, y a su equipo, el rodaje les ocup¨® un a?o entero, y a menudo utilizaron c¨¢maras ocultas en furgonetas, autobuses, tranv¨ªas y hasta maletas, para captar con las mayores naturalidad y libertad posibles el decurso de la ciudad. Tambi¨¦n es ficticia porque en un solo d¨ªa no son visibles tantas ni tan variadas escenas como se nos van mostrando, ni siquiera en una gigantesca urbe. La pel¨ªcula posee muchos m¨¦ritos, y no es el menor que jam¨¢s se recrea en los planos m¨¢s hermosos o sugerentes, ni los busca con ah¨ªnco: da la impresi¨®n de que las c¨¢maras ¡°se los encuentran¡± y el director los escoge para su montaje, pero sin abusar, y los hace durar siempre poco: unos toldos agitados por el viento, unas faldas mecidas por la brisa, no mucho m¨¢s. Las n¨ªtidas im¨¢genes son ¡ªme resultan¡ª fascinantes, pero no se regodean en el esteticismo, tampoco en elementos espurios. Las escenas de gente pobre son breves, las de gente rica tambi¨¦n, las de gente normal por supuesto. No se establecen paralelismos facilones ni se procura el contraste demag¨®gico. Una de sus virtudes es que no es un documental moralista, ni ¡°con mensaje¡± ni ¡°de denuncia¡±. Ense?a simplemente las diferentes facetas de la vida de Berl¨ªn en 1927.
En 1927 naci¨® mi amigo Juan Benet, y tambi¨¦n mis compa?eros de la Academia Gregorio Salvador, Antonio Fern¨¢ndez de Alba y Emilio Lled¨®, que felizmente gozan de aparente buena salud. Me parece asombroso, qu¨¦ quieren, poder ver lo que veo, el transcurrir de la cotidianidad 93 a?os atr¨¢s. Veo a los primeros en asomarse a las calles, un panadero, un hombre con perro, cuando apenas hay luz. A las 8 los obreros entran en las f¨¢bricas y las persianas de las tiendas empiezan a alzarse, permiti¨¦ndonos la visi¨®n de sus escaparates variados. Tambi¨¦n persianas de casas, a los ni?os camino del colegio, y poco a poco la ciudad se va poblando. Vemos fabricar bombillas y botellas, los largos tranv¨ªas de dos vagones y los autobuses de dos pisos, los numerosos coches ¡ª ya¡ª mezclados con los carros tirados por caballos, que antes han comido su pienso. El tr¨¢fico es considerable, y algunos veh¨ªcu?los hacen malabarismos para no chocar entre s¨ª, incluidos tranv¨ªas. La gente entra en las oficinas, va de compras, una joven camina dudosa en torno a una esquina, con andares eternos que hemos visto en cualquier ¨¦poca. Es primavera y las terrazas se llenan, centenares de personas van a la estaci¨®n y cogen trenes, la mayor¨ªa con su peri¨®dico desplegado para el trayecto. Veo pasar a un hombre con muletas y una sola pierna que avanza con sorprendente rapidez ¡ªquiz¨¢ la perdi¨® a?os antes, en la Guerra de 1914-18¡ª. Al final de esa guerra vino la terrible gripe de 1918-20, recordada hoy tras largo olvido: reconforta comprobar que no hay rastro de eso en 1927, ni tampoco anticipaci¨®n del horror que vendr¨ªa, con Hitler, no demasiado despu¨¦s. Es una ciudad libre y alegre, como las de entreguerras, sin m¨¢s preocupaciones que las habituales de cada cual. La gente almuerza y repone fuerzas, descansa un rato y reanuda la actividad, y al caer la tarde va a espect¨¢culos de variedades, conciertos, teatros y cines, a hacer deporte, a pasear, a bailar. Las calles est¨¢n siempre animadas. Asistimos a un altercado entre dos individuos, y al corro a su alrededor, hasta que un guardia de bigotes bismarckianos interviene y pone paz. Hay una ni?a muy peque?a que forcejea con unos escalones por los que quiere subir un cochecito, tal vez con una mu?eca en su interior.
Conmueve esa mera contemplaci¨®n de la normalidad. Durante un segundo no pude evitar pensar que cuantos all¨ª aparecen, con la salvedad de alg¨²n beb¨¦, estar¨¢n muertos seguramente. Pero uno aparta el pensamiento en seguida, porque los ve bien vivos y activos, conformes o disfrutando. L¨¢stima que el cine no se inventara antes. Si hubiera im¨¢genes equivalentes de la vida francesa en ¨¦poca de Napole¨®n, no digamos de la Italia renacentista o de la Espa?a medieval, no dejar¨ªa de mirar lo real de esos tiempos con mis propios ojos, asistiendo a lo que fue ef¨ªmero y el documental habr¨ªa conservado hasta hoy. Observando a la gente de entonces, de la que s¨®lo tenemos pinturas y relatos. A las primeras les falta el movimiento, a los segundos la imagen y el espacio, por bien contados y descritos que est¨¦n. Me admira ver a unos novios que van a casarse, a un caballo ca¨ªdo en el asfalto al que su due?o logra reanimar y levantar, a las telefonistas y a las mecan¨®grafas, los diarios saliendo de sus m¨¢quinas, nuev¨ªsimos, a toda velocidad, los transe¨²ntes de paseo o atareados, los bailarines contentos al llegar la noche. En 1927 todo, tal como fue.
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