Un ladrillo flotante rumbo a Alejandr¨ªa
Desde el puerto de Salerno hasta La Corniche iluminada, pausada traves¨ªa mediterr¨¢nea a bordo de un carguero tras los pasos de Pedro P¨¢ez, descubridor de las fuentes del Nilo Azul
El Grande Scandinavia es un enorme ladrillo flotante que tiene pintado en azul el nombre de la naviera Grimaldi. Se trata de un carguero Ro-Ro. Transporta veh¨ªculos sin tener que alojarlos en un contenedor. Zarpando de Italia, recorre los principales puertos del Mediterr¨¢neo. Actualmente, con la suspensi¨®n de los ferries que partiendo de Venecia atracaban en Alejandr¨ªa con escala previa en Siria, es el ¨²nico modo de llegar a Egipto con mi motocicleta para alcanzar Etiopia y visitar las fuentes del Nilo Azul descubiertas en el siglo XVII por el jesuita espa?ol Pedro P¨¢ez, uno de los tipos indispensables en mi Ruta de los Exploradores Olvidados.
Lo veo desde lejos mientras desciendo por la empinada cuesta que lleva al puerto comercial de Salerno. Subo la rampa y me indican que vaya hasta el fondo de la bodega para aparcar entre bulldozers y dem¨¢s maquinaria pesada. Un marino filipino que se presenta como George es el steward u hombre para todo. Se hace cargo de mi equipaje. Le sigo. Subimos en un ascensor. Estamos en la planta 3. Por debajo de nosotros hay dos pisos m¨¢s de bodega y la enorme, ruidosa y asfixiante sala de m¨¢quinas. El bot¨®n que mi gu¨ªa aprieta es el 10.
Nadie molesta a nadie
Brotamos a un garaje lleno de coches nuevos que desembarcan en Israel. Los de segunda mano est¨¢n en la cubierta superior, a la intemperie. Son brit¨¢nicos que van a Chipre, donde se conduce en el lado izquierdo de la v¨ªa. Recorro los estrechos pasillos tras ¨¦l. Va ense?¨¢ndome el comedor, la zona de lectura, la cocina, la lavander¨ªa, el diminuto gimnasio con una cinta de correr, un par de bicicletas est¨¢ticas y un banco con una barra y unas pesas. Y por fin, el camarote. Interior pero amplio. Mucho m¨¢s que el de un ferry. Esto es lo que m¨¢s me sorprender¨¢ de viajar en un carguero: el espacio. Hay suficiente sitio para que nadie moleste a nadie. Y tambi¨¦n la libertad para moverse donde a uno le plazca.
Otra gran diferencia con los ferries es que somos muy pocos pasajeros. En este viaje cuento cinco, lo que supone la ventaja de que muchas veces caminas solo por el barco. En un ferry eso es imposible. Sales a cubierta y hay gente. Vas a un sal¨®n y hay gente. En los pasillos hay gente. A la hora de desembarcar, hay mucha gente apretujada e impaciente. Aqu¨ª no. La nave es inmensa y hay mucho sitio para perderse de exploraci¨®n.
El tiempo pasa r¨¢pido si se tienen cosas que hacer. Llevo ya varios d¨ªas de n avegaci¨®n y casi ni me he dado cuenta. Tengo muchos textos que terminar y es f¨¢cil hacerse a esta rutina y al estricto horario, casi militar o de colegio mayor. A las 7:30 desayuno: pizza y pan con mantequilla y mermelada. A las 11:00 el almuerzo: pasta, carne, pescado, fruta y una botella de vino de 250 Cc. A las 18:00 se sirve la cena con parecido men¨².
Salvoconducto en Izmir
Cuando tocamos puerto, el capit¨¢n nos deja salir extendiendo un salvoconducto que hace innecesario el pasaporte o el visado. Hoy hemos atracado en Izmir. Durante horas esperamos a que haya sitio libre en alguno de los muelles del puerto turco. Nos rodea la gran bah¨ªa. Sobrevuelan el barco impacientes gaviotas y sobre nosotros se extiende infinito un cielo de color azul brumoso. Las laderas de las monta?as circundantes aparecen sembradas de edificaciones.
Frente a nosotros, una gran instalaci¨®n portuaria, casi una ciudad trufada de gr¨²as, bulldozers y torreones de contenedores procedentes de todo el mundo. Semeja un hormiguero que bullera de actividad. All¨¢ donde mire algo se mueve, se levanta, se baja, se desplaza, se repara, se embarca o se desembarca. Izmir es el gran fondeadero de Asia Menor. Pasamos por delante de dos transatl¨¢nticos del lujo. Parecen urbanizaciones privadas u hoteles de muchas estrellas, con decenas de peque?os balcones que iluminan el interior de sus respectivos camarotes.
Mucha gente ans¨ªa un viaje as¨ª, pero yo prefiero mil veces mi carguero. Le he cogido cari?o a este ladrillo flotante, lo mismo que quienes lo habitan. Otra diferencia con los ferries: el contacto con la tripulaci¨®n. Cenamos en la misma sala. Todos visten reglamentariamente. Un cartel con una orden del comandante as¨ª se lo exige. El m¨¢s importante es el Capit¨¢n, claro est¨¢. Luego, el Jefe de Oficiales. Despu¨¦s el Segundo Oficial de cubierta. Por otro lado est¨¢ el Jefe de M¨¢quinas, quien parece tener su reino particular donde el Capit¨¢n cede parte de su autoridad.
La Corniche a la vista
Al d¨ªa siguiente salgo a cubierta al atardecer. La costa de Egipto se desliza delante de m¨ª. El puerto de Alejandr¨ªa va dibuj¨¢ndose lentamente sobre la l¨ªnea del horizonte. El viento ha dejado de soplar y un fogoso sol africano cae a plomo sobre la cubierta que hay encima del puente de mando. La bocana es enorme, descomunal, pero a pesar de tanta amplitud no resulta f¨¢cil navegar hasta los muelles. Nos reciben barcos semihundidos. Hay que ir esquiv¨¢ndolos para no acabar como ellos.
Acodado en la barandilla diviso el contorno urbano de una ciudad de cuatro millones de habitantes arracimados alrededor de un largu¨ªsimo paseo mar¨ªtimo. Es la Corniche. Una vez fue un bello y privilegiado lugar de veraneo asomado al Mediterr¨¢neo. Pero de eso hace ya mucho tiempo. Los edificios parecen comprimirse unos contra otros. No se ve una sola mancha verde. No hay ¨¢rboles ni parques. Solo cemento gris¨¢ceo y parches de ropa tendida.
Desde mi atalaya diviso la esfera de la gran biblioteca de dise?o que sustituye a aquella legendaria que almacenaba todo el saber del universo y que fue destruida por la barbarie. Al anochecer estar¨¦ de nuevo en ?frica. Acunado por un gran ladrillo flotante que lleva coches usados a Oriente Medio, pienso en que hay mucha verdad a bordo de un carguero, que mi viaje alrededor del mundo tras los exploradores olvidados ha comenzado y que por fin estoy absolutamente dentro de ¨¦l. De pronto me doy cuenta de que estoy sonriendo al Grande Scandinavia como si se tratara de un viejo amigo del que uno se despide con afecto.
? Sigue las aventuras de Miquel Silvetre en su blog.
Miquel Silvestre (Denia, 1968) es autor del libro 'Un mill¨®n de piedras' (Barataria).
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