Quevedo, en el destierro
El poeta vivi¨® m¨¢s de siete a?os en la Torre de Juan Abad, de donde proced¨ªa su madre, y muri¨® en Villanueva de los Infantes. Un recorrido por Ciudad Real entre ermitas y castillos
Era feo, medio cojo y corto de vista, y luc¨ªa una perilla que acentuaba su parecido con una g¨¢rgola. La media melena encrespada, los anteojos redondos y la pelliza de la Orden de Santiago hac¨ªan de Quevedo una figura altiva y envanecida que caminaba con soberbia por las calles polvorientas y rojizas de su destierro de la Torre de Juan Abad (Ciudad Real). Quevedo permaneci¨® m¨¢s de siete a?os en esta diminuta villa situada en pleno Campo de Montiel, desterrado por ser lacayo y valido del duque de Osuna, adonde lleg¨® en 1620, con apenas 40 a?os de edad.
Su entrada en el pueblo podr¨ªa ser una de esas escenas m¨ªticas de las novelas de Vargas Llosa o de Juan Rulfo: una calurosa ma?ana de verano aparece un hombre por el largo, polvoriento, camino procedente de Valdepe?as, a lomo de una jaca llamada Scoto, que arrastra penosamente las pezu?as y carga con alforjas repletas de libros. Surge de improviso, entre el fulgor implacable del sol, la silueta de portentoso donaire y altiva apostura de un forastero procedente de la corte y villa de Madrid, que se queda meditabundo ante las viviendas humildes de este pueblecito de Castilla. Casuchas de paredes encaladas, con corrales entechados de parras, donde las avispas y los p¨¢jaros revolotean en pos de la uva sazonada. El hombre viene despu¨¦s de pasar unos intensos a?os inmiscuido en las turbulentas intrigas de la Corte, dispuesto a recuperar un se?or¨ªo que su madre hab¨ªa adquirido con todos sus ahorros para ¨¦l antes de fallecer. Los vecinos del lugar, sin embargo, no reconocen esa compra, y Quevedo se convertir¨¢ en el eterno demandante de un concejo que no fue capaz de ganar en vida. Fueron 22, ni m¨¢s ni menos, los pleitos que sostuvo con el municipio¡ Como todo hombre, Quevedo tuvo muchos yos: fue culterano y barroco, pero tambi¨¦n estoico y frugal, petrarquista y pendenciero, y fue avaro y generoso, y hombre de prost¨ªbulos, y solter¨®n empedernido, y mujeriego, y desenga?ado, y tuvo tantos otros Quevedos que el historiador Gonz¨¢lez de Amez¨²a lo llam¨® ¡°var¨®n de muchas almas¡±.
La paz de los desiertos
Los estudiosos establecen que all¨ª, en Torre de Juan Abad, Quevedo escribi¨® algunos de sus mejores poemas, como el famoso soneto: ¡°Retirado en la paz de estos desiertos / con pocos pero doctos libros juntos / vivo en conversaci¨®n con los difuntos / y escucho con mis ojos a los muertos¡±. Es all¨ª tambi¨¦n donde su pensamiento y su filosof¨ªa derivar¨¢n hacia un estoicismo inspirado en S¨¦neca y donde encontrar¨¢ consuelo moment¨¢neo a su ambici¨®n pol¨ªtica. Pero ?qu¨¦ vio Quevedo en este pueblo manchego?
Torre de Juan Abad est¨¢ situada en las estribaciones de Sierra Morena, ya casi en la provincia cercana de Ja¨¦n, y a unos 40 kil¨®metros de la vit¨ªcola y popular Valdepe?as. Tras pasar por el espectacular embalse de la Cabezuela, con sus azuladas y gigantescas dimensiones de espejo reluciente, la principal calle del pueblo desemboca directamente en la plaza del Parador, donde una estatua de un Quevedo sentado en posici¨®n desafiante recibe al viajero. Un poco antes, en la plaza del Ayuntamiento, los paisanos, los agricultores, los tenderos, se sientan bajo los soportales. Aqu¨ª el tiempo se ha remansado, las horas pasan con una lentitud de buey y los vencejos rasgan un cielo inm¨®vil, saturado del olor pr¨®ximo del campo: las vides, los olivos, las encinas, los olmos y los ca?amares cercanos convierten el aire del pueblo en un festival de los sentidos en el que es recomendable dejarse llevar.
Con apenas 1.200 habitantes censados, este pueblecito de La Mancha casi triplica sus vecinos en las ¨¦pocas estivales y, sobre todo, en las fiestas patronales de primeros de septiembre, que coinciden con la vendimia, una de las principales actividades econ¨®micas de la zona junto con la recogida de la aceituna a lo largo del invierno.
En el Museo de la Fundaci¨®n Quevedo y Casa de la Cultura (calle de Quevedo, 36; www.franciscodequevedo.org) se puede ver uno de los mayores fondos documentales sobre el autor de El Busc¨®n: manuscritos, primeras ediciones, facs¨ªmiles o correspondencia con otros autores del barroco espa?ol, o, simplemente, puras cartas administrativas o misivas lisonjeras dirigidas a los pol¨ªticos de turno. En esta misma casa, propiedad de Mar¨ªa de Santib¨¢?ez, madre del poeta, residi¨® Quevedo durante los a?os en los que estuvo all¨ª desterrado.
En los bares y restaurantes aleda?os (El Frenazo, Bar Cervantes) el viajero podr¨¢ degustar la comida t¨ªpica de la zona: migas al ajillo, gachas con harina de almorta, suculentos pistos, conejo guisado con torta de pastores, torreznos, sueros de queso con az¨²car y densos panes salidos de hornos donde las mujeres del pueblo, a¨²n hoy, siguen elaborando sus propios bollos y galletas, con el benepl¨¢cito de los propietarios de las panader¨ªas.
En la calle del Calvario se encuentra la iglesia de finales del siglo XV de Nuestra Se?ora de los Olmos, de estilo renacentista y cuyo principal valor reside en dos elementos sublimes: el retablo mayor, de corte manierista, y su excelente ¨®rgano ib¨¦rico del siglo XVIII, con su caja de madera de ¨¦bano policromada y su trompeter¨ªa horizontal, capaz de ofrecer 19 registros. El ¨®rgano fue construido por Gaspar de la Redonda, y a¨²n hoy se utiliza para ofrecer conciertos. A esta iglesia acuden para estudiar el ¨®rgano music¨®logos e historiadores de diferentes pa¨ªses.
El castillo difunto
A las afueras del pueblo y a pocos kil¨®metros se encuentran las famosas Torres de Xoray, a las que Quevedo dedic¨® uno de sus m¨¢s famosos poemas: ¡°Son las Torres de Joray / calavera de unos muros / en el esqueleto informe / de un castillo ya difunto¡±. Constituyen unas curiosas fortalezas musulmanas que dominaban el valle del Alto Guadal¨¦n y el paso de Andaluc¨ªa hacia La Mancha a trav¨¦s del estrecho de las torres, y que se encuentran en el margen izquierdo del arroyo de las Aliagas.
De camino al castillo de Montiz¨®n, ya en la carretera de Castellar del Santiago, se halla la torre de la Higuera o torre de los Moros, un torre¨®n de planta cuadrada y esquinas redondeadas, del siglo XIII, hecho por los cristianos en mamposter¨ªa y sillarejo, y que a¨²n sigue en pie. Es interesante visitar tambi¨¦n el castillo de Montiz¨®n, del que fuera comendador el poeta Jorge Manrique, cuyo padre vivi¨® en el cercano pueblo de Villamanrique, donde a¨²n se conserva su casa, con un magn¨ªfico patio renacentista y algunas portadas del siglo XVIII.
Gu¨ªa
Comer
Dormir
? El Frenazo. Calle de Jos¨¦ Antonio Mayordomo, 2. Torre de Juan Abad. 926 38 32 39.
? Bar Cervantes. Calle de Cervantes, 13. Torre de Juan Abad. 926 38 35 14.
? Bar Leandro. Calle Real, 2. Torre de Juan Abad. 926 38 35 14.
? Hotel rural Coto de Quevedo. Paraje de las Tejeras Viejas. Torre de Juan Abad. 926 35 92 00.
Por otro camino, y a unos cuatro kil¨®metros, se llega a la ermita de Nuestra Se?ora de la Vega, construida por los templarios en el XIII, donde los torre?os celebran sus romer¨ªas y fiestas patronales. Esta ermita, enclavada en medio de un valle salpicado de huertas y altos chopos, fue el lugar predilecto del poeta Jorge Manrique y de su mujer, Guiomar de Meneses.
Todo esto y mucho m¨¢s fue lo que pudo ver Quevedo en esta villa. Pero eso no le bast¨® para marcharse de all¨ª cuando el rey Felipe IV accedi¨® al trono. Ya hemos dicho que Quevedo fue muchos Quevedos, y el Quevedo de entonces fue absuelto de su castigo y abandon¨® la Torre de Juan Abad para meterse de lleno en las intrigas palaciegas de la Corte, olvid¨¢ndose por un tiempo de su estoicismo y de S¨¦neca. Comienzan los a?os de las sofister¨ªas y las disputas de taberna, de perderse en casas de lenocinio y esgrimir sus sagacidades contra G¨®ngora y los libreros que imprim¨ªan sus poemas sin su consentimiento.
En 1632 lleg¨® incluso a ser secretario del rey. Despu¨¦s de sucesivas peripecias acab¨® encerrado en la prisi¨®n de San Marcos de Le¨®n y en 1643 renunci¨® a la Corte para volver, maltrecho y escrofuloso, con el alma estragada, a la Torre de Juan Abad. All¨ª pasa sus ¨²ltimos d¨ªas, y dado que en aquella ¨¦poca el pueblo carec¨ªa de m¨¦dico y de botica para poder sanarle, fue a morir en una celda del convento de un pueblo cercano, Villanueva de los Infantes, en septiembre de 1645. Sus restos no fueron identificados hasta hace cuatro a?os, en 2009, cuando se encontraron en la cripta de Santo Tom¨¢s de la iglesia de San Andr¨¦s Ap¨®stol.
Al final, Quevedo, eternamente insatisfecho, de una curiosidad intelectual extraordinaria, eterno perseguidor de la gloria literaria, errante hombre de letras, vivi¨® en sus carnes la ¨²ltima frase de su novela El Busc¨®n: ¡°Y fueme peor, pues nunca mejora su estado quien muda solamente de lugar, y no de vida y de costumbres¡±.
Santiago Vel¨¢zquez es autor de la novela La extra?a ilusi¨®n (Castalia).
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