Los carteros ultramarinos
Falmouth, una rom¨¢ntica poblaci¨®n brit¨¢nica cuya intensa tradici¨®n marinera incluy¨® durante siglos el reparto del correo
?Le gustar¨ªa un¨ªrsenos esta ma?ana? Hoy tenemos un servicio muy especial¡±, me dijo la elegante mujer inglesa que me recibi¨® a las puertas de la iglesia del Rey Charles, en Falmouth. Se trataba del Sea Sunday (el domingo del mar), la festividad que una vez al a?o homenajea a todos los hombres y oficios que alguna relaci¨®n tienen o han tenido con el mar. Trat¨¢ndose del sitio del que se trataba, uno pod¨ªa imaginar que ser¨ªan pocos los lugare?os que permanecer¨ªan ajenos.
La historia de Falmouth (25.000 habitantes) ha estado desde siempre ligada al mar. Yo mismo hab¨ªa llegado hasta ah¨ª para unirme a la tripulaci¨®n del Sterna, un velero oce¨¢nico que, bajo las ¨®rdenes del navegante catal¨¢n Albert Bargu¨¦s, partir¨ªa al d¨ªa siguiente hacia Barcelona. Encontrarme, pues, con que ese domingo se celebraba la misa del mar se me antoj¨® de pronto como una feliz coincidencia.
Desde que en 1540 Enrique VIII mand¨® construir el castillo de Pendennis para defender el estuario de Carrick Roads, la gente que se instal¨® en la zona desarroll¨® una estrecha relaci¨®n con el mar. No se trataba necesariamente de marineros, sino de mineros, pastores y comerciantes, pero ninguno pod¨ªa estar ajeno a los posibles ataques de los piratas o a los barcos que ven¨ªan a traer o llevar mercanc¨ªas. Antes de la llegada del vapor, y frente a lo duro que muchas veces se les hac¨ªa a los veleros entrar en el canal, aquella punta suroccidental de la isla ¡ªel lands end¡ª representaba el primer refugio para quienes ven¨ªan desde el oc¨¦ano. Durante siglos, todo el correo de Inglaterra llegaba y part¨ªa desde Falmouth, lo que explica que el monumento que decora la plaza est¨¦ dedicado a los hombres que se ocupaban de repartirlo en carreta por la isla. Desde Falmouth partieron tambi¨¦n Robin Knox-Johnston, el primer hombre que complet¨® una vuelta al mundo en solitario y sin escalas, y Ellen MacArthur, la mujer que lo ha hecho en la menor cantidad de d¨ªas. Lo que en otros sitios representa una opci¨®n rom¨¢ntica ¡ªsalir a navegar para vivir la experiencia del contacto directo con el mar¡ª, en Falmouth constituye una ineludible forma de vida.
Todo en Falmouth respira humedad y salitre. Las gaviotas son una parte tan importante del paisaje que si llegan a anidar en el tejado de alguien est¨¢ prohibido por ley que ese alguien las moleste. La elegante mujer inglesa que tan amablemente me recibi¨® a las puertas de la iglesia me explic¨® que el servicio no empezar¨ªa hasta el mediod¨ªa, con lo que decid¨ª aprovechar la ma?ana para recorrer un poco el lugar. Siguiendo la calle principal, que serpentea adecu¨¢ndose a los caprichos de la costa, descubr¨ª un callej¨®n que bajaba hasta el mar. Una arcada de piedra lo presid¨ªa, y en los cincuenta metros que se extend¨ªan hasta el agua me encontr¨¦ con un taller tradicional de talla de mascarones de proa ¡ªThe Bosun¡¯s Locker¡ª y con el Crab and Oyster Bar, al que volver¨ªamos por la tarde. Las casas de piedra recia descansaban a la orilla de un suelo humedecido por la bruma. Sobre la arena mojada que el mar hab¨ªa dejado al retirarse descansaban las barcas de pesca que hab¨ªan vuelto de la faena.
Una empanada especial
Un poco m¨¢s all¨¢ me encontr¨¦ con el muelle Pr¨ªncipe de Gales. Excursiones en barca parten desde all¨ª para visitar los castillos de Pendennis y Saint Mawes, as¨ª como los puntos emblem¨¢ticos de la bah¨ªa. Fondeados en sus aguas, los m¨¢s bellos veleros exhiben sus proas a un viento que no cesa. Destacan las embarcaciones tradicionales de pesca de ostras, con sus largos botalones y sus proas espigadas. Preguntando me enter¨¦ de que la ostra ha de pescarse a vela, lo que da una buena idea de la pericia de sus tripulantes. La mayor parte de los rostros que por all¨ª circulan parecen sacados de una pel¨ªcula de cazadores de ballenas. Al dejar el muelle, el hambre me oblig¨® a entrar en un negocio de comidas. Pregunt¨¦ por alg¨²n plato t¨ªpico y me ofrecieron un cornish pasty, una especie de empanada rellena de carne y verdura que al parecer era la base de la alimentaci¨®n de los mineros del esta?o. El relleno salado se interrumpe al llegar al final, en donde aguarda un ¨²ltimo bocado dulce. El pasty tradicional, me explican, es tan completo que incluye el postre.
Vuelvo a la calle principal atra¨ªdo por una m¨²sica solemne. Se trata de la banda que preside el desfile de los veteranos de la Royal Navy, los cuales, con uniformes de gala y el pecho cargado de medallas, llegan para unirse a la fiesta del mar. Con un respeto cercano al temor los sigo hasta la iglesia y veo c¨®mo entregan sus coloridos estandartes al cura, el cual los va desplegando sobre el altar mayor. La misa es una especie de canto a la tradici¨®n marinera del pa¨ªs m¨¢s marinero y tradicional de la tierra. Cuando el p¨¢rroco sube al p¨²lpito para dar su serm¨®n, me convenzo de que me he colado en una escena de Moby Dick, tan llenas de anclas y de horizontes las palabras que salen de su boca.
Gu¨ªa
C¨®mo ir
Informaci¨®n
? Falmouth se encuentra en la punta noroeste de Inglaterra, a unos cien kil¨®metros en coche desde Plymouth.
??Oficina de turismo de Falmouth (+44 13 26 74 11 94 y www.falmouth.co.uk).
La misa termina con la oraci¨®n de Nelson pronunciada a coro por los asistentes. A continuaci¨®n suena el Good save the Queen al tiempo que los estandartes, ya recuperados por sus due?os, se inclinan en se?al de despedida. Dejamos Falmouth entre la bruma. Las verdes laderas de la costa inglesa se mezclan con el gris del mar y del cielo. Hay algo solemne en dejar estas costas que dejaron antes tantos marinos ilustres y no ilustres de todas las ¨¦pocas. Una vez terminado el servicio, me quedo charlando con la elegante dama inglesa. Le cuento de nuestra traves¨ªa y ella insiste en presentarme al p¨¢rroco. Lo pone al tanto de mis planes y el hombre pronuncia complacido el nombre de Barcelona. Son unos cuantos d¨ªas hasta all¨¢, me dice, que Dios los gu¨ªe y los bendiga. Una vez a bordo, me aseguro de transmitir la bendici¨®n al resto de la tripulaci¨®n del Sterna.
??Javier Arg¨¹ello es autor del ensayo La m¨²sica del mundo (Galaxia Gutenberg).
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