La cara m¨¢s marinera de San Sebasti¨¢n
Una excursi¨®n a la isla de Santa Clara, en medio de la bah¨ªa y rodeados de gaviotas
El mar jadeando con suavidad en la planicie de la Concha, varios paseantes avanzando por la l¨¢mina de plata que deja el agua al retirarse, un hombre meditando como Ulises ante las olas suaves y dej¨¢ndose envolver por la m¨²sica serial del mar¡ Son las diez de la ma?ana en San Sebasti¨¢n, la mejor hora para caminar por el paseo de la Concha hasta el acuario. Me adentro en el puerto de los Pescadores, donde ya no se ven las redes tendidas en el suelo de mis recuerdos de infancia, ni se siente el olor a pescado, a salitre y a sudor humano. Hasta ese ¨¢ngulo de la ciudad no llegan los sonidos de los cl¨¢xones, ni siquiera llega el rumor urbano: solo se oyen las voces de los paseantes y el traj¨ªn del mar al chocar contra la piedra. De pronto me veo en medio del acuario. ?Qu¨¦ v¨¦rtigo! Hac¨ªa m¨¢s de treinta a?os que no atravesaba sus penumbras ni me deten¨ªa ante los peces que te miran desde su universo burbujeante y cerrado como un sue?o. Un buzo est¨¢ dando de comer a los tiburones. Se le ve al fondo de la fosa principal del acuario. A Kafka le hubiese interesado mucho este personaje, que semeja un monstruo de las profundidades, envuelto en torbellinos de peces que le conocen como un perro a su amo.
Advierto que en esta ocasi¨®n he decidido entregar mi tiempo ¨²nicamente a la Donostia mar¨ªtima, as¨ª que desde el acuario telefoneo a Chetxu, un viejo amigo de mi ¨¦poca de Par¨ªs, que esa misma tarde se pone en contacto con Otis, un hombre que lleva m¨¢s de tres decenios casado con su balandro, con el que suele salir a pescar cuando le viene en gana, y que pertenece a la vieja bohemia que anta?o fatigaba las calles de Par¨ªs y ?msterdam. Quedamos con ¨¦l para el d¨ªa siguiente en el muelle del Real Club N¨¢utico. Lo divisamos en medio de un laberinto de peque?as embarcaciones. Otis es un tipo curtido, solitario, afable, de cabellos blancos y cuerpo alargado y grande. En cuanto lo ves adviertes que su verdadero hogar es el mar, y que pasa m¨¢s tiempo en su barco que en su casa. Nunca hab¨ªa navegado en un balandro y nunca hab¨ªa experimentado la dial¨¦ctica entre la fragilidad humana y el poder del mar. El cuerpo acepta desde muy cerca el vaiv¨¦n del agua y comprende por qu¨¦ Isadora Duncan dec¨ªa que la ondulaci¨®n es la ley de la naturaleza.
Primero nos fuimos hasta la isla de Santa Clara, que alberga un solo edificio: el faro. Otis nos dijo que el ¨²ltimo farero se hab¨ªa suicidado y que Santa Clara hab¨ªa sido una isla de leprosos, cuando la lepra era una dolencia muy com¨²n en Europa. Desde la isla se percibe una imagen de la ciudad que me resulta desconocida y me libra de todos los clich¨¦s que mi mente guarda de San Sebasti¨¢n. Desde all¨ª te das cuenta de que Donostia es la m¨¢s delicada amante del mar, pues lo recibe en sus playas despu¨¦s de haberlo amansado con innumerables caricias: en San Sebasti¨¢n el mar es un macho dominado.
Rumbo al Urumea
Tras dar un paseo por la isla, habitada ¨²nicamente por las gaviotas, muchas de ellas ocupadas en incubar sus huevos, nos fuimos costeando primero hacia Zarautz y luego en la direcci¨®n opuesta, hasta la desembocadura del Urumea, mientras Otis nos hablaba de los tiempos en los que Franco veraneaba en San Sebasti¨¢n. En una ocasi¨®n su yate choc¨® contra una motora y hubo muertos que no tuvieron el privilegio de salir en la prensa. Tambi¨¦n nos dijo que se estaban muriendo todos los viejos pescadores y que ya solo sal¨ªan a faenar tres peque?as embarcaciones. En el balandro, Otis cocin¨® el calamar que hab¨ªa pescado el d¨ªa anterior y abri¨® una botella de sidra. Fue un almuerzo memorable en el que Otis y Chetxu aprovecharon para evocar sus a?os en ?msterdam, ciudad en la que se hab¨ªan conocido y donde hab¨ªan vivido no pocas peripecias vinculadas a la bohemia dura que no me est¨¢ permitido desvelar.
Ya entrada la tarde regresamos al puerto. Otis sabe deslizarse con gran pericia entre los barcos que se api?an en el muelle y fuimos avanzando por un estrecho canal hasta atracar sin rozar un solo casco.
Como Otis sab¨ªa que esta vez solo me interesaba plasmar los v¨ªnculos de la ciudad con el mar, nos fuimos al bar Txuleta, que se halla frente a una de las casas m¨¢s viejas de Donostia, de ladrillo rojo y madera cruzada, y que al parecer fue la ¨²nica casa de la Parte Vieja que no se quem¨® en los incendios de las guerras napole¨®nicas. En el Txuleta puedes degustar la mejor sopa de pescado de la ciudad, seg¨²n nos coment¨® Otis y seg¨²n pudimos comprobar, y su precio es de agradecer en estos tiempos: tres euros el taz¨®n. Despu¨¦s recalamos en la pescader¨ªa Pascuala, de la calle de San Lorenzo: uno de los establecimientos de venta de pescado m¨¢s hermosos que he visto en mi vida. Sobre el hielo triturado y blanco como la nieve se iban alineando los peces de diferentes colores, conformando una estampa de un cromatismo radiante. All¨ª estuvimos comiendo gambas, y m¨¢s tarde nos dimos un paseo hasta la playa de Gros para ver a los surfistas y disfrutar del atardecer inminente. El cielo parec¨ªa una radiaci¨®n cuando me desped¨ª de mis amigos lleno de paz y de agradecimiento.
Gu¨ªa pr¨¢ctica
- Aquarium de San Sebasti¨¢n (Plaza de Carlos Blasco Imaz, 1;?+34 943 44 00 99). Horario: de 10.00 a 20.00 (fines de semana, festivos y todos los d¨ªas de julio y agosto, hasta las 21.00). Precio: entrada de adultos, 13 euros; ni?os, 6,50 (menores de 4 a?os, gratis).
- Real Club N¨¢utico de San Sebasti¨¢n? (Calle de Ijentea, 9; +34 943 42 35 75).
- Bar restaurante Txuleta (Calle del 31 de Agosto, 40; +34 943 44 10 07).
- Pescader¨ªa Pascuala (Direcci¨®n: Calle de San Lorenzo, 8; +34 943 42 06 34).
- Oficina de turismo de San Sebasti¨¢n.
- Turismo del Pa¨ªs Vasco.
Jes¨²s Ferrero es autor de la novela Nieve y ne¨®n (editorial Siruela).
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