Volc¨¢n de magma hirviente
La visita al parque del Masaya, un cr¨¢ter gigantesco en Nicaragua, se completa con las poblaciones coloniales de Catarina y Granada
Managua baja hacia el lago y el casco antiguo, del que ya solo quedan los restos de una catedral destrozada por el terremoto. Explanadas. Estatuas guerrilleras. Malecones recreativos y luminiscentes ¨¢rboles de la vida fabricados con bombillitas de colores. Al salir de esa Managua, temerosa de reconstruirse por si se vuelve a caer, tomamos una ruta que nos lleva al parque nacional Volc¨¢n Masaya, a Caterina y a una de las ciudades coloniales m¨¢s hermosas de Centro?am¨¦rica: Granada.
El parque del Masaya es de piedra volc¨¢nica. All¨ª nacen los ceibos y otros ¨¢rboles cuyos nombres ignoro. Los senderos surcan un paisaje entre el que se camuflan animales como el garrobo despistado que aparece en mitad de la carretera: este lagarto es muy perseguido, porque se dice que es bueno para abrirle el apetito a los enfermos. Ahora es una de las especies protegidas del parque. Subimos en coche lentamente hasta los seiscientos y pico metros en los que la tierra se abre de golpe: el Masaya, uno de los cinco volcanes activos en el pa¨ªs, tambi¨¦n es conocido como la Boca del Diablo. Miramos desde arriba y adivinamos el magma hirviente, sentimos el calor y tocamos cabello de pel¨¦, hebras de hilo bas¨¢ltico procedente de la lava: el pelo de los demonios o los herreros del centro de la Tierra. El humo emborrona los perfiles de las colinas circundantes. En una de ellas se alza la Cruz del Fraile, que fue incrustada all¨¢ para que el infierno no se extendiera. El agujero, las l¨ªneas terrizas de los estratos, lo insondable, representan una experiencia f¨ªsica aterradora y sublime. La Boca del Diablo puede visitarse de noche; entonces el efecto de la luz en lo profundo impresiona a¨²n m¨¢s. Desde este punto m¨¢gico, lago, caldera o supervolc¨¢n, seg¨²n distintas versiones especializadas, se divisa el lago de Managua. Pero nosotros seguimos en direcci¨®n a la ciudad de Masaya por una carretera en buen estado. Por el camino se ven restaurantes para comer vigor¨®n, un guiso de yuca con chicharrones y ensalada de repollo ali?ada con vinagre de pl¨¢tano. Tambi¨¦n hay pulper¨ªas ¡ªtiendas de productos perecederos¡ª, gasolineras; moteles de nombre Mi Rinconcito, Amor; carteles propagand¨ªsticos de Ortega con el lema ¡°Vamos adelante¡±, autobuses amarillos. Es dif¨ªcil saber d¨®nde acaba la ruta y comienzan los n¨²cleos urbanos. El parque central de Masaya, con su templete, es agradabil¨ªsimo. En el mercado de artesan¨ªa de la ciudad, llena de almacenes, un hombre toca la marimba mientras uno de los perros, no flacos sino flaqu¨ªsimos, que se ven por todo el pa¨ªs se rasca las pulgas haciendo equilibrios sobre una sola pata. En el mercado bebemos una cerveza nacional, una To?a. Nos comentan que es mejor que la Victoria. Las casitas de una altura son de todos los colores.
Catarina es una preciosa localidad cuajada de tiendas de artesan¨ªa: caballitos de madera, torsos de mujer, setas con mariposas posadas en su sombrerillo, frutas pintadas, mu?ecas de trapo, muebles. Proliferan los viveros que logran que disfrutemos de todos los matices del verde. Tambi¨¦n del verde de la chag¨¹ita con la que se rellenaban los ata¨²des cerrados de los muertos en una guerra no tan lejana. Hay casas con balcones de madera y casas blancas. En lo alto est¨¢ el mercado y un mirador espectacular hacia el lago de Caterina, tambi¨¦n de origen volc¨¢nico. Los guitarristas amenizan las comilonas de los turistas mientras los zopilotes sobrevuelan la postal. La plancha del lago es malva, plateada, semiazul. Maravillosa.
Gu¨ªa
- Iberia y American Airlines vuelan a Managua, con una escala en Miami, desde 844 euros, ida y vuelta.
- Instituto Nicarag¨¹ense de Turismo.
- Turismo de Nicaragua.
- Turismo de Centroam¨¦rica.
La carretera hacia Granada se hace a¨²n m¨¢s verde. Se tiene una sensaci¨®n de limpieza. Entramos a la ciudad por su calle Atravesada, que no puede ser m¨¢s colonial en su sucesi¨®n de grandes vanos y portones, rejas, en ese colorido variad¨ªsimo que contrasta con la regularidad urban¨ªstica, hasta alcanzar otro ameno parque en torno al que se alza la fachada albero de la catedral, oficinas con antiqu¨ªsimos registros civiles, un rock-bar con una imagen de Jimi Hendrix pintada en el muro. La catedral es luminosa y a su luz contribuyen los murales kitsch con reinterpretaciones de la Capilla Sixtina. Del Arca de No¨¦: en el techo de esta catedral duermen la jirafa y el le¨®n. Aut¨¦nticas palomas vuelan bajo la techumbre del templo. Nos bebemos un raspado antes de perdernos por las callejas del mercado: en las fotos, la decadente belleza arquitect¨®nica se mezcla con los pollos y las frutas ex¨®ticas, las pitayas, los chicharrones y las bragas. Todo huele y es caliente. Comemos a la sombra del restaurante El Zagu¨¢n: ensalada y cerdo bals¨¢mico. Para hacer la digesti¨®n nos acercamos al lago de Granada: durante las festividades se llena de nicarag¨¹enses que van all¨ª a ba?arse y disfrutar de los chiringuitos. Se dice que en el lago viven tiburones. Lo que s¨ª hay es una constelaci¨®n de bellas islas habitadas que puede visitarse haciendo un peque?o crucero. Lo dejamos pendiente. Queremos volver.
Marta Sanz es autora de la novela Clav¨ªcula (Anagrama).
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