Un paseo redondo por Berl¨ªn
Una ruta circular que empieza y acaba en Mitte y descubre espacios ¨²nicos como Alexanderplatz, la Isla de los Museos y el barrio de Nikolai
Tengo una ma?ana para reencontrarme con Berl¨ªn y camino por la Friedrichstrasse bajo un cielo que vaporiza el ambiente. No se puede llamar lluvia a lo que siento cuando, en un ataque de nostalgia del arte pol¨ªtico, voy hacia el Berliner Ensemble, el edificio de la compa?¨ªa teatral fundada por Brecht y Helene Weigel. El nombre del teatro se encierra en un c¨ªrculo de luz. Junto al palacete del Ensemble se alza una mole de arquitectura modular: el juego del cristal y los metales produce un efecto ajedrezado. El contraste entre clasicismo y vanguardia caracteriza Berl¨ªn. Por la Friedrichstrasse, recuerdo el hoyo lis¨¦rgico, concebido por Nouvel, del interior de las galer¨ªas Lafayette y me sorprendo de la proliferaci¨®n de locales de tapas junto a los restaurantes de comida alemana, italiana y los puestos de d?ner kebab. La negra estaci¨®n de Friedrichstrasse siempre me pareci¨® preciosa. Dentro de sus tripas no es dif¨ªcil perderse.
Paseo por zonas porticadas, paraguas geom¨¦tricos, que me protegen de la vaporizaci¨®n. All¨ª se quedan los grandes almacenes y las superficies dispensadoras de cultura. Por una rendijita de la Dorotheenstrasse aparece la tit¨¢nica Universidad Hum?boldt, cuyas edificaciones jalonan Unter den Linden incluso cuando este bulevar se convierte en la calle de Karl Liebknecht: justo ah¨ª, a la orilla del r¨ªo, una antigua dependencia gubernamental de la RDA ha sido reconvertida en el Foro Humboldt. Las vistas desde su terraza prometen ser sensacionales. En las inmediaciones de la Facultad que lleva el nombre de los Grimm el p¨²blico no puede ser m¨¢s joven. Esa es otra de las se?as de identidad de un territorio por el que transitan tambi¨¦n multitud de turistas. Muchos hablan espa?ol. Parejas enamoradas, jubilados, se?oras solas de mediana edad, lo fotografiamos todo y los berlineses ya no se molestan en apartarse de nuestros enfoques. Porque la ciudad est¨¢ llena de momentos culminantes: el rosado edificio de la ¨®pera; la neocl¨¢sica Nueva Guardia de Berl¨ªn, de Schinkel, con su ¨®culo bajo el que la Piet¨¢ de Kollwitz sufre las inclemencias atmosf¨¦ricas para representar el dolor de las v¨ªctimas (los visitantes entran en silencio con religiosa aflicci¨®n); el Museo de Historia Alemana; al fondo, la c¨²pula oscura e impresionante de la catedral, y a la izquierda, el basto espacio de la Isla de los Museos, donde se suceden continentes y contenidos esplendorosos: el Altes Museum, el P¨¦rgamo, el Bode y, frente a su fachada circular, la estatua de un hombre desnudo, un parquecillo donde la gente suelta a sus perros, el modesto Mon Bijou Theater¡ Esta zona, de medida m¨¢s humana, contrasta con la grandiosidad de la Isla.
Tuber¨ªas y andamios
Pronto renacen las tomas espectacu?lares: el perfil curvo del Bode, el Spree, un crucero tur¨ªstico, el puente y la catedral¡ Disparo la foto con mi tel¨¦fono y me llega un mensaje para que la comparta en Google. Debe de ser sensacional mi foto o tal vez es que ha sabido escamotear uno de los elementos recurrentes en el paisaje: las obras. Camino sobre una ciudad mantenida por un exoesqueleto de tuber¨ªas, gr¨²as y andamios. Berl¨ªn se esconde dentro de un capullo trasl¨²cido. Emborronado o transformado en una escultura abstracta que los urbanistas colocar¨ªan junto a un jard¨ªn dieciochesco¡ Eclecticismo, borrones y transparencia: la c¨²pula del Reichstag encuentra su correlato en los escaparates de las aulas de la Facultad de Teolog¨ªa. Los turistas apoyamos la frente contra el cristal de las aulas. Vemos a Dios.
El clasicismo de la Museumsinsel estalla en alucinaci¨®n en Alexanderplatz: el alfilerazo de la Torre de la Televisi¨®n se solapa con las afiladas agujas de los templos, los trenes que avanzan por v¨ªas a¨¦reas, el aspecto at¨®mico del Reloj Mundial Urania que marca incluso la hora en Ul¨¢n Bator. Estoy en mitad de una especie de Benidorm o Las Vegas, hipnotizada por el humo con olor a bratwurst (salchicha que suele cocinarse en parrilla) y las misteriosas combinaciones de carnes de las franquicias de pollo frito. Me escapo hacia la belleza de ladrillo rojo del Ayuntamiento y hacia la estatua de Marx y Engels, que me confortan y me salvan de tanto casino y de una oferta tan impresionante que me ha dejado sin ganas de demandar nada.
Despu¨¦s entro en el cuentecito troquelado del Nikolaiviertel y miro las vidrieras del restaurante Balthazar. La estructura met¨¢lica de una circunferencia que rodea un gato, otra que rodea un zorro, una ¨²ltima circunferencia en cuyo centro yo dir¨ªa que hay una nutria adorna un esquinazo. Parece un conjuro jerogl¨ªfico. Aqu¨ª comenz¨® Berl¨ªn, en uno de los muchos lugares en los que san Jorge mat¨® al drag¨®n: la estatua, de espaldas al Spree, muestra la espalda de san Jorge en contrapunto con la sim¨¦trica fachada roja de la iglesia de San Nicol¨¢s. Muy cerca, el ros¨¢ceo Museum Knoblauchhaus y, pegado a ¨¦l, la Casa Lempertz. De nuevo en Unter den Linden me esperan los mosaicos de azulejo en la techumbre que adivino a trav¨¦s de una ventana del Deutsche Bank, el escaparate de la tienda de Mercedes-Benz o la portada marm¨®rea y cremat¨ªstica del Lindencorso. Al final del bulevar, la puerta de Brandeburgo, mis imaginarias pel¨ªculas de esp¨ªas en el ?hall del hotel Adlon, Chaplin, Marlene Dietrich. El Checkpoint Charlie y las marcas del Muro, que traspasaban los amantes de la novela de Uwe Johnson, sobre el asfalto azul.
Marta Sanz es autora de la novela ¡®Clav¨ªcula¡¯ (Anagrama).
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