Costa da Morte, por un paisaje de 12.000 h¨®rreos
Desde los imponentes graneros elevados de Lira y Carnota hasta el cabo de Roncudo en una ruta por el litoral de A Coru?a salpicada de pueblos, arenales salvajes y pistas para comer y dormir
En el cementerio que rodea la iglesia de Santa Mar¨ªa de Lira una mujer y un hombre se afanan limpiando un nicho y colocando en ¨¦l flores nuevas. La lluvia apacible lava tambi¨¦n las l¨¢pidas adornadas con conchas que alfombran el suelo hasta las tapias, a donde vienen las gaviotas para posarse en las cruces de piedra. Desde aqu¨ª se ve la extensa lengua blanca de la playa de Carnota y el perfil gran¨ªtico del monte Pindo surgiendo en la bruma. Y junto al templo, asentado en 22 pares de pies sobre una plataforma que salva el desnivel del terreno, dormita en un prado el h¨®rreo de Lira, que con sus poco m¨¢s de 36 metros es el segundo m¨¢s largo de los miles de graneros elevados que salpican el paisaje de toda Galicia. Solo aqu¨ª, en la Costa da Morte (A Coru?a), hay m¨¢s de 12.000 h¨®rreos ¡ªo cabazos, cabaceiras, espigueros, canastros, palleiras, sequeiros¡ª catalogados por expertos que han solicitado a la Unesco su declaraci¨®n como patrimonio mundial.
A unos pocos kil¨®metros de Lira, en un hermoso cuadro con la iglesia barroca de Santa Comba y su palomar, el h¨®rreo de Carnota ya est¨¢ declarado Monumento Nacional. Construido en 1768, se ampli¨® en 1783 con 11 nuevos pares de pies ¡ªo tornarratos, que alude a su funci¨®n de impedir la entrada a los roedores¡ª, y por apenas un par de metros compite en tama?o con el de Lira. Desde la cabecera parece un enorme vag¨®n musgoso, un coloso que avanza sobre sus patas con dificultad coronado con una cruz de piedra y pin¨¢culos barrocos. Carnota tambi¨¦n es famosa por los m¨¢s de siete kil¨®metros de arenal protegido de su playa, que discurre junto a la carretera y en cuya marisma se ven algunos pescadores buscando navajas o berberechos. Entre densas masas de bosque bordea luego el legendario monte Pindo hacia O ?zaro. All¨ª se desploma entre las piedras el r¨ªo Jallas hasta el Atl¨¢ntico en una espectacular cascada que se puede contemplar desde la Central Hidroel¨¦ctrica de Castrelo, recorriendo pasarelas que discurren bajo eucaliptos gigantes por la ribera hasta el mirador.
Siguiendo hac¨ªa el norte, junto a la iglesia de Santiago de Ameixenda ¡ªdonde dicen tener los huesos de un me?ique del ap¨®stol¡ª hay un h¨®rreo con 10 pares de pies y el tejado remozado. Ya en la comarca de Fisterra, el h¨®rreo de Cee, donado por un vecino como dice su placa, adquiere car¨¢cter de monumento en una plaza ajardinada frente a la Casa de Cultura. En la cercana iglesia de San Adri¨¢n de Toba, desde donde parte la senda boscosa de los mu¨ª?os, se asienta sobre una plataforma un gran h¨®rreo de 15 metros con 13 pares de pies conocido como Canastro de Caama?o. Tambi¨¦n en la vecina Corcubi¨®n se ven, al menos, una docena de h¨®rreos familiares encaramados a los prados o junto a las casas. En un paseo por sus calles empedradas se descubren preciosos edificios modernistas o indianos, fachadas con blasones y galer¨ªas acristaladas como las de la Casa Teixeira o la Casa Mi?¨®ns bajo las palmeras de la plaza Castelao. En la Peixer¨ªa Mar Viva se puede comprar la pesca del d¨ªa y comerla en su restaurante cocinada como m¨¢s guste, y probar adem¨¢s su famoso pulpo. Y a unos cuatro kil¨®metros, el tiempo se detiene en la peque?a iglesia rom¨¢nica de San Pedro de Redonda. Construida en el siglo XIII con una sola nave, parece una acuarela dibujada en su pradera perfecta y rodeada de bosque. A los pies del crucero que custodia la entrada el cantero grab¨® la fecha: 1689.
Es posible que al llegar a Fisterra alguien le diga que su playa de Langosteira, un arenal salvaje de aguas turquesas, es la mejor de Galicia. Integrado en las dunas de la playa, el hotel ecosostenible Bela Fisterra, cuyo premiado dise?o evoca las antiguas conserveras, dedica sus habitaciones a la literatura y el mar, y tiene una destacada actividad cultural en la zona. Al final de la playa, en la vieja f¨¢brica de salaz¨®n de la Punta de San Roque, se encuentra el popular restaurante Tira do Cordel ¡ªadopt¨® este nombre por el cartel que colocaban en la puerta¡ª, cuyo plato estrella es la lubina a la brasa. En el castillo de San Carlos visito el Museo de la Pesca, donde el marinero y poeta Alexandre Nerium, integrante del Batall¨®n Literario de Costa da Morte, me habla de antiguas artes de redes, de la inteligencia de los pulpos y de una antolog¨ªa que publicar¨¢ en la editorial Eneida con casi 200 poetas que, igual que ¨¦l, han sentido a Fisterra en sus versos, de Chaucer a Montale, Machado, Sylvia Plath o Anne Carson. De la iglesia medieval de Nosa Se?ora das Areas, que custodia al Santo Cristo da Barba Dourada, objeto de devoci¨®n y leyendas, parte un sendero que lleva hasta el faro, donde los peregrinos vienen a celebrar el fin de ruta. Para los viajeros m¨¢s rom¨¢nticos, el edificio de Marina alberga hoy el exclusivo hotel O Sem¨¢foro de Fisterra, con solo cinco habitaciones. En lo m¨¢s alto del cabo, mientras contemplo un horizonte que se incendia al llevarse el sol, pienso que si la Tierra acabara aqu¨ª no podr¨ªa tener un fin m¨¢s perfecto.
La ¨²ltima punta de Europa
En realidad, a la ¨²ltima punta del continente se llega conduciendo hacia el norte por una carretera que atraviesa campos de helecho y bosquecillos hasta el cabo Touri?¨¢n, donde por dos veces al a?o el sol se acuesta el ¨²ltimo en Europa. Aqu¨ª confluyen las principales corrientes oce¨¢nicas, y especies marinas de todo el mundo sobrevuelan el faro en sus rutas migratorias; los amantes de las aves las observan desde un camino que lleva hasta la punta de Moreira por acantilados que los toxos ti?en de amarillo.
Antes de llegar a Lourido, la diminuta aldea de Cu?o esconde un gran h¨®rreo de piedra con 12 pares de pies y tres puertas detr¨¢s de una casa abandonada. Dispersos en el prado hay otros cuatro graneros viejos que la maleza ha empezado a abrazar sacando sus dedos por el tejado, formando una estampa melanc¨®lica.
La carretera asciende luego por el monte Facho hasta el mirador; all¨ª arriba se dibuja contra el azul del oc¨¦ano, igual que un mapa, el perfil de la costa desde la punta de Buitra hasta el cabo Vil¨¢n, con la playa de Lourido y el lomo de arena clara sobre el que duerme Mux¨ªa al abrigo del monte Corpi?o, y al otro lado brilla la r¨ªa de Camari?as bajo un d¨ªa de sol. Integrado en la ladera sobre la playa de Lourido se ve el Parador de la Costa da Morte: un edificio sostenible de Alfonso Penela en forma de terrazas con cubierta vegetal que se inaugur¨® en junio de 2020.
As¨ª contemplada desde el mirador, se dir¨ªa que Mux¨ªa entra al mar a bordo de una gran proa: a babor y estribor todo es agua y no hay tierra para trabajar como en otras localidades de la Costa da Morte. Esta villa coru?esa ha vivido siempre de lo que pesca, por eso a¨²n se usan los secaderos artesanales como el de Os Casc¨®ns o el de A Pedri?a, que son los ¨²nicos que quedan en la Pen¨ªnsula. Antes de dar con un gran caladero que trajo la prosperidad a Mux¨ªa en los a?os sesenta, casi toda la pesca era congrio y se exportaba ya curado a Castilla, Soria, La Rioja, Catalu?a y tambi¨¦n a Arag¨®n, donde es parte de su cultura culinaria. Lo pruebo fresco en el restaurante Son de Mar, abierto al paseo mar¨ªtimo, en el que Bel¨¦n y su marido Manolo, que es mariscador, me cuentan que han apostado en su carta por este pescado de tradici¨®n humilde y lo preparan a la brasa o a la bilbilitana. Modernos albergues como el Arribada o el Bela Mux¨ªa, en cuya azotea han tocado Luar na Lubre o Amancio Prada, reciben cada a?o a los peregrinos que vienen hasta el santuario de la Virgen de A Barca, la gran ermita barroca que se alza sobre el acantilado rocoso donde la fuerza del Atl¨¢ntico ha tallado durante siglos extra?as formaciones como la Pedra de Abalar o la Pedra dos Cadr¨ªs, altares de antiguos ritos celtas que conservan, dicen, sus propiedades m¨¢gicas.
Apenas a tres kil¨®metros de Mux¨ªa se encuentra la iglesia medieval de San Xiao de Moraime, que estuvo unida a un monasterio benedictino del siglo XII y tiene lavadero, palomar y h¨®rreo. Es un recio edificio con contrafuertes y dos campanarios, y conserva el p¨®rtico rom¨¢nico con columnas y esculturas que algunos estudiosos atribuyen al maestro que realizar¨ªa despu¨¦s el P¨®rtico de la Gloria. Cerca de all¨ª, en Os Mui?os, el paseo fluvial del r¨ªo Negro me lleva de molino en molino hasta la playa por una senda de madera que atraviesa un bosque de cuento. En el vecino pueblo de Oz¨®n, tutelando un campo de labor detr¨¢s de la iglesia rom¨¢nica de San Marti?o, un enorme h¨®rreo con m¨¢s de 27 metros de largo sigue en tama?o al de Lira y al de Carnota. Est¨¢ construido en piedra, como es caracter¨ªstico en la zona, su apariencia es m¨¢s sencilla y descansa igual sobre 22 pares de pies, pero solo tiene una puerta. Y a poca distancia, entre los restos de un castro que rodea la iglesia barroca de Santiago de Berdeogas y su palomar, se encuentra el Cabazo da Grixa: un h¨®rreo de 24 metros, con 15 pies en un lado y 16 en el otro. Del atrio de la iglesia parte una angosta escalera de caracol hasta el campanario, donde se aprecia la circunferencia del castro medio borrada por la vegetaci¨®n.
Hacia Cereixo el verde asedia la carretera: eucaliptos, chopos, pl¨¢tanos, helechos y hortensias gigantes junto a los prados. En alg¨²n recodo veo a mujeres con calas en los brazos que habr¨¢n ido cogiendo al paso de cualquier sitio. Y en el paseo fluvial de Cereixo, el v¨¦rtice m¨¢s estrecho de la r¨ªa de Camari?as, es como si la mancha verde se rasgase con una veta intensamente azul. Este puerto tuvo importancia estrat¨¦gica y comercial; se ve en sus molinos de mareas del siglo XVII, en las s¨®lidas casas de piedra con balcones y en edificios se?oriales blasonados como las Torres de Cereixo junto a la iglesia rom¨¢nica de Santiago. El pazo barroco de Vila Purificaci¨®n, que como las iglesias cobraba el diezmo de cosecha a los aldeanos, posee otro de los grandes h¨®rreos de la Costa da Morte. Su soberbia figura con m¨¢s de 26 metros de largo destaca en lo alto de la ribera opuesta, dominando el r¨ªo Grande sobre sus 19 pares de pies. Las dos orillas se re¨²nen despu¨¦s por el puente medieval de cuatro arcos en A Ponte do Porto, cuyo puerto era, a finales del XIX, el principal distribuidor a Europa y Am¨¦rica de la floreciente producci¨®n de encajes de toda esta zona.
Siguiente parada es Camari?as, que se ba?a a la vez en las aguas tranquilas de la r¨ªa y en el oc¨¦ano abierto. Aunque es el puerto comercial m¨¢s importante de la Costa da Morte, quiz¨¢ esta sea la imagen que viene a la mente cuando se dice Camari?as: las manos de una mujer mezclando hilos con los palillos a una velocidad asombrosa. En el paseo mar¨ªtimo, sentadas en un velador azul ante una tienda de encajes, dos palilleiras de trapo charlan animadamente. El Museo del Encaje reabri¨® sus puertas al final del paseo en marzo, y se reanudaron tambi¨¦n las clases en su escuela. Mientras borda y se ocupa de la entrada, Carmen cuenta que antes ven¨ªan solo ni?as pero ahora hay ni?os que quieren bordar; los alumnos empiezan en torno a los 5 a?os y a los 8 ya pueden manejar solos los palillos, y crear con el tiempo alguna de estas primorosas piezas.
Dos valiosos ecosistemas
A unos 10 kil¨®metros de Camari?as se extiende el para¨ªso natural del cabo Vil¨¢n y el Monte Branco con el arenal virgen de la Ensenada de Trece y su duna rampante de 150 metros ¡ªla m¨¢s alta de Espa?a¡ª, ricos ecosistemas de especial protecci¨®n para aves en peligro como la gaviota trid¨¢ctila, el cuervo marino o el cormor¨¢n mo?udo, y la mayor reserva del noroeste espa?ol de carami?as, el arbusto end¨¦mico tambi¨¦n protegido del que toma su nombre el municipio. Solo con asomarse a los acantilados que vigila el faro de Vil¨¢n se comprende que esta haya sido costa de naufragios: ah¨ª abajo el oc¨¦ano, con su boca espumante, muerde el litoral y lo mastica dejando rastros de roca oscura, afiladas trampas para las quillas. Hay miles de barcos partidos en estos fondos, como cuentan los paneles del centro de interpretaci¨®n del faro. Observando antiguas linternas y mecanismos de baliza, leo la historia de grandes tragedias como la del buque Serpent en 1890 con 172 muertos, que el pueblo enterr¨® en el llamado Cementerio de los Ingleses cerca de la Punta do Boi. Y entonces recuerdo lo que me cont¨® Alexandre Nerium en el Museo de la Pesca de Fisterra: que los primeros faros de esta costa fueron las mujeres, que encend¨ªan hogueras en los riscos soplando caracolas o dando grandes voces para advertir a los pescadores, salvando as¨ª sus vidas.
La carretera hacia la playa de Traba cruza un largo valle de maizales y acaba casi a pie de arena, donde solo hay un par furgonetas, una joven leyendo y tres chicos preparando sus equipos de surf. La laguna de Traba emerge entre las dunas como un enorme charco plateado, y forma con esta playa salvaje de casi tres kil¨®metros otro valioso ecosistema frecuentado por especies migratorias y aves de marisma como garzas, gallinetas o ¨¢nades, que pueden observarse con prism¨¢ticos recorriendo una pasarela sobre los juncos sin alterar el equilibrio de este entorno protegido. En medio del valle la iglesia de Santiago de Traba se levanta solitaria entre las huertas, con su retablo p¨¦treo barroco en la fachada rematado por el campanario, y un atrio donde las l¨¢pidas que frota el tiempo resplandecen bajo el sol. La leyenda de este templo habla de una ciudad sumergida en la laguna a la que castig¨® el ap¨®stol. En 15 minutos en coche se llega al mirador de As Grelas, en Cabanas de Berganti?os, desde donde se ve el pulgar de arena que separa las r¨ªas de Corme y Laxe del r¨ªo Anll¨®ns, y el Monte Branco al que trepan las dunas m¨®viles de la ensenada. En Cabanas, protegido por una enorme estructura acristalada, exhiben el dolmen de Dombate, uno de los m¨¢s sobresalientes monumentos megal¨ªticos de la zona.
Ponteceso tiende su puente a las dos orillas. A pie de ribera est¨¢ la casa natal de Eduardo Pondal, cuyo poema Os pinos es el himno de Galicia. De aqu¨ª parte la ruta Cami?o da Ribeira, que discurre junto al Anll¨®ns hasta Corme pasando por la desembocadura y atravesando playas y pinares. Apenas a unos kil¨®metros, cerca de la iglesia rom¨¢nica de San Marti?o de Cores, se asoma al recodo de una calle estrecha el h¨®rreo m¨¢s alto de Galicia, con ocho metros y medio desde el suelo. M¨¢s bien parece una casa alargada porque no tiene patas: se apoya en una doble planta cuadrada donde dorm¨ªan las gallinas o guardaban aperos. En la fachada, grabada en la piedra bajo la cubierta a dos aguas, destaca la estrella jacobea de ocho puntas.
M¨¢s al norte, en el cabo Roncudo, los percebeiros se arriesgan cada temporada en las abruptas paredes de los acantilados. Y en el faro termina la carretera. Desde la ¨²ltima punta rocosa miro el inquietante y hermoso azul del oc¨¦ano de esta costa, c¨®mo se adensa y viene a abrazar con furia las rocas y luego parece que se retira y se tumba tranquilo en el horizonte. Pero siempre se levanta y vuelve, una vez y otra, como si se hubiera olvidado de decirme algo.
Ana Esteban es autora del libro de relatos ¡®Peces de charco¡¯ (editorial Baile del Sol).
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