Un viaje invencible por el condado irland¨¦s de Sligo entre playas, puertos y castillos
La costa oeste de este territorio de Irlanda regala un patrimonio paisaj¨ªstico e hist¨®rico de hermanamiento con Espa?a por la Armada Invencible. Un destino indispensable para cualquier viajero amigo de conocer lugares m¨¢s all¨¢ de los convencionales o las capitales internacionales
Verde por todas partes, cerveza rebosante en los pubs, gentes amables y sonrientes, paisajes asombrosos e historia apabullante. El condado de Sligo, en el oeste de Irlanda, cuenta con todos los ingredientes para convertirse en un destino indispensable para cualquier viajero amigo de conocer lugares m¨¢s all¨¢ de los convencionales o las capitales internacionales. Dos advertencias, nada m¨¢s, antes de emprender esta aventura: la primera, no olvidar que all¨ª conducen al rev¨¦s ¡ªno se te ocurra debatir con ellos sobre qui¨¦n es el equivocado¡ª, y la segunda, pronunciar bien el nombre. Da igual la calidad de tu ingl¨¦s si les obsequias con un fino Eslaigo. La conexi¨®n hispanoirlandesa y el legado de la Armada Invencible en esa costa oeste de la isla har¨¢n el resto para facilitar el ¨¦xito de la estancia.
Estos parajes, a unas tres horas escasas en tren de Dubl¨ªn, cuentan con una lejan¨ªsima afinidad con Espa?a, de modo que basta con escuchar nuestro idioma o nuestro marcado acento en las incursiones en su lengua para que los nativos acojan con cari?o al visitante. Todo viene de 1588, cuando tres nav¨ªos de la Armada Invencible ¡ªSanta Mar¨ªa de Vis¨®n, La Lavia y La Juliana¡ª se hundieron all¨ª tras rodear la isla al fracasar su empe?o de derrotar a los ingleses. Como aquello de ¡°los enemigos de mis enemigos son mis amigos¡± funciona desde tiempos inmemoriales, Irlanda acogi¨® bien a ese pa¨ªs tan opuesto en lo climatol¨®gico y geogr¨¢fico pero parecido en la forma animosa de ver la vida. No se sorprendan si encuentran banderas de Espa?a por esas calles, sobre todo en septiembre, cuando se homenajea a los 1.100 marinos muertos en aquellos naufragios y bajo el acero de los soldados ingleses.
La historia se convierte en uno de los ejes para justificar una escapada a Sligo. La Armada Invencible cuenta con un peque?o museo en el pueblo de Grange, a unos 15 minutos de la ciudad que da nombre al condado. All¨ª hay una asociaci¨®n volcada en dar a conocer la memoria de este Ej¨¦rcito ca¨ªdo que trat¨® de ayudar al pueblo irland¨¦s y all¨ª informar¨¢n de los lugares clave para visitar si al turista le estimula este periodo. Puestos a adentrarse en el tema, el Tower Museum de Derry y el Ulster Museum de Belfast acogen exposiciones permanentes.
Un lugar indispensable, y cercano, son los restos de la abad¨ªa de Staad, hoy terreno dominado por las vacas y donde un muro de piedra, ¨²nico vestigio en pie, permite rememorar al capit¨¢n naval Francisco de Cu¨¦llar. Este marinero sobrevivi¨® al bravo mar y a los fieros ingleses y lleg¨® al monasterio esperando ayuda, pero all¨ª se encontr¨® con 12 colegas espa?oles ahorcados. De Cu¨¦llar, un desconocido en Espa?a pero reverenciado en el oeste irland¨¦s, da nombre a una ruta que abarca varias localidades de esta zona, pues por all¨ª anduvo en busca de socorro y valientes contra la opresi¨®n invasora de Inglaterra. La ruta de De Cu¨¦llar se puede cubrir en coche, parando para patear los lugares y paisajes m¨¢s emblem¨¢ticos, pero gana un punto extra si se recorre a pie o en bicicleta, un ejercicio extra para vivir la experiencia en estos lares.
Muy cerca se encuentra tambi¨¦n la playa de Streedagh, arenal contiguo a la bah¨ªa donde los barcos imperiales sucumbieron. Desde all¨ª se vislumbra el oc¨¦ano Atl¨¢ntico, azota el viento y llueve con frecuencia: el verde de los prados no es casualidad. Darle la espalda al agua pone ante los ojos las elevadas monta?as y acantilados a apenas unos kil¨®metros, un macizo rocoso para los aventureros e igualmente atractivo para los amigos de la naturaleza o la fotograf¨ªa. Las c¨¢maras resultan aliadas indispensables para estos d¨ªas, al igual que un adaptador trif¨¢sico para cargar los dispositivos electr¨®nicos, detalle crucial.
La otra Sligo
Una vez cubierto el cupo hist¨®rico, tambi¨¦n hay mucha Irlanda que disfrutar por aqu¨ª. La ciudad de Sligo, de unos 20.000 habitantes, cuenta con un bullicio diario muy superior porque alcanza las 80.000 personas, pues atrae a muchos trabajadores de los alrededores. La urbe permite un paseo tranquilo para verla tranquilamente en un d¨ªa y caminar entre sus avenidas floridas, con mucho macetero de animosas petunias o iglesias que ilustran el pulso religioso mantenido durante d¨¦cadas entre cat¨®licos y protestantes. Cada uno de los templos muestra sus caracter¨ªsticas, y a¨²n hay notables diferencias, tanto de c¨®mo se financiaron sus respectivas construcciones como de la afluencia popular. Hay alguna con sus adornos visibles desde el exterior y otras con tumbas rode¨¢ndola. Acercarse por la noche a la catedral de San Juan, de fe irlandesa, tiene su punto de morbo: all¨ª yacen los abuelos del escritor Bram Stoker, creador del mito de Dr¨¢cula, pues su madre se crio en esta parte de la isla. M¨¢s tumbas: la del escritor rom¨¢ntico William Yates, en la cercana Drumcliffe, objeto de peregrinaje para miles de personas anualmente. M¨¢s a?os tiene el cementerio megal¨ªtico de Carrowmore, con d¨®lmenes, tumbas de corredor y c¨ªrculos preparados por los habitantes de hace milenios.
El paseo John Fitzgerald Kennedy, ilustre presidente estadounidense con ascendencia irlandesa, canaliza el recorrido por Sligo. Al lado, un peque?o r¨ªo cuya superficie casi negra recuerda a la cerveza Guinness, patrimonio l¨ªquido e inmaterial irland¨¦s. Las tabernas y pubs se convierten en otra parada ineludible del viaje, con pintas de esta densa y negra bebida resbalando por el gaznate de locales y for¨¢neos. Para los menos iniciados, tambi¨¦n hay opciones m¨¢s ligeras. La Smithwick¡¯s, com¨²n en muchos grifos, es una cerveza roja asequible para muchos paladares, al igual que la Coors, m¨¢s ligera y refrescante. M¨¢s nostalgia hay en lo gastron¨®mico, con alg¨²n restaurante que s¨ª ofrece guisos o platos de carne potables para el exquisito paladar mediterr¨¢neo. Los platos preparados de los supermercados o los establecimientos de comida r¨¢pida dan para lo que dan, pero pueden salvar alg¨²n momento cr¨ªtico.
El puerto de Mullaghmore y un castillo de pel¨ªcula
Los horarios de estas tierras, con poco ambiente ya a partir de las diez de la noche, obligan a exprimir m¨¢s el d¨ªa. O sea, madrugar. Bien lo merece la playa de Mullaghmore, inmersa en una bah¨ªa con dos lagos donde pacen y chapotean vacas de buen vivir y muy cotizadas en las cocinas locales. El peque?o pueblo cercano, adonde se accede con un paseo de una hora escasa desde la carretera principal, regala tranquilidad. Un puerto permite ver las vistas de la arena, el mar, el verde y las alt¨ªsimas monta?as rascando los cielos que, en caso de no nublarse, ti?en con su luz la estampa. Da hasta escalofr¨ªos ver a jubilados que, como si nada, se ba?an en esas aguas a 15 grados en verano y muchos menos el resto del a?o. Deben de tener la circulaci¨®n de maravilla. Los pescadores de langostas, muchas de ellas servidas despu¨¦s en Francia o Espa?a, bucean con ganas.
Una de las im¨¢genes m¨¢s reconocibles de Sligo es el atardecer o amanecer junto a un castillo alzado sobre esos riscos. Cuidado, la fortaleza es privada y uno se puede llevar un chasco si intenta acceder. Eso s¨ª, desde los acantilados se ve la silueta de las almenas y la impresionante construcci¨®n desde lo lejos. El aire libre y fresco inunda los pulmones y reconcilia con el mundo, de igual manera que la simpat¨ªa de los lugare?os permiten lo propio con la humanidad. La due?a del castillo, muy amable en la panader¨ªa del pueblo, alaba la educaci¨®n espa?ola y sonr¨ªe cordial porque le han dejado pasar, cargada con sus bolsas, rumbo a su envidiado refugio.
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