Oslo no para, y esta ruta por dos de sus barrios portuarios lo demuestra
El dinamismo de la capital noruega se palpa en Bj?rvika y Tjuvholmen. Aqu¨ª se alzan edificios ic¨®nicos como el de la ?pera, del estudio Sn?hetta, o el Museo Astrup Fearnley, de Renzo Piano. A ellos se suman el nuevo Museo Nacional y la reapertura del complejo Sommerro, con hotel de lujo, restaurantes, piscina y sauna en la azotea
Hay tres o cuatro ciudades en Europa que destacan sobre las dem¨¢s por su imparable dinamismo. Una evoluci¨®n acelerada por el plano inclinado de la vanguardia que va m¨¢s all¨¢ de lo urban¨ªstico, llegando a plantear un modelo de convivencia para el futuro. Una de ellas es Oslo. Hasta hace unos a?os, la capital noruega solo volv¨ªa a primera plana cuando se entregaba el Premio Nobel de la Paz en su singular Ayuntamiento modernista. Pero hubo un punto de inflexi¨®n en la primavera de 2008, cuando abri¨® sus puertas la ic¨®nica ?pera, del estudio noruego Sn?hetta, un radiante iceberg de m¨¢rmol varado en el barrio de Bj?rvika, en la orilla sudeste del fiordo de Oslo. Un reclamo que oper¨® el mismo efecto catalizador que, por ejemplo, el Museo Guggenheim en Bilbao. Fue la semilla, pero el completo renacer del barrio a¨²n habr¨ªa de esperar unos a?os.
Entre tanto, en el extremo opuesto del fiordo iba a eclosionar otro barrio: Tjuvholmen, que se puede traducir como la isla de los ladrones. Un enclave portuario repleto de gr¨²as, pantalanes y galpones sucios y oscuros. All¨ª levant¨® Renzo Piano, en el oto?o de 2012, la nueva sede del Museo Astrup Fearnley de Arte Moderno, fundado una d¨¦cada antes por la familia de navieros que le da nombre. El arquitecto italiano concibi¨® un edificio a¨¦reo y fr¨¢gil, posado en la orilla del mar como una gaviota. Un techado como de lonas de un velero arropa y une dos edificios forrados de madera, uno con la colecci¨®n permanente y, el otro, exhibiciones temporales. La colecci¨®n permanente estaba enfocada al arte americano y pop de los ochenta (Warhol, Jeff Koons, Cindy Sherman¡), pero se fue abriendo a otras tendencias, sobre todo a figuras del expresionismo alem¨¢n como Gerhard Richter, Anselm Kiefer o Sigmar Polke. El tiempo tambi¨¦n pinta, dec¨ªa Picasso. Y los edificios maduran como la fruta, podr¨ªamos a?adir: la coraza de madera del museo se ha decolorado con la lluvia y la brisa salina, a?adiendo una calidad pict¨®rica al propio edificio.
La isla de los ladrones se transform¨® de inmediato. Junto al museo abri¨® un hotel, The Thief (el ladr¨®n), una especie de galer¨ªa de arte camuflada. Y arquitectos locales ensayaron propuestas ut¨®picas, dise?ando bloques de viviendas y oficinas innovadores con, por ejemplo, vanos interiores convertidos en plaza p¨²blica o sal¨®n. El paseo mar¨ªtimo (Stranden), que une la isla con el cogollo del Ayuntamiento, el Centro Nobel de la Paz y nuevo Museo Nacional, es ahora la arteria m¨¢s animada de la ciudad, llena de terrazas, restaurantes, helader¨ªas, minicruceros, hasta escuelas de kayak o de paddle surf.
Por su parte, el barrio de Bj?rvika no paraba. Detr¨¢s de la ?pera se fue alzando una barrera variopinta de edificios conocida como The Barcode (c¨®digo de barras). Y la colina de Ekeberg, que cierra el flanco oriental del fiordo, tom¨® el relevo: aprovechando que en 2013 se cumpl¨ªa el 150? aniversario del nacimiento de Edvard Munch, ese monte que hab¨ªa inspirado su c¨¦lebre cuadro El grito se transform¨® en un parque de esculturas ¡ªcasi un vicio para Oslo, que ya ten¨ªa el gran parque Vigeland al norte, otro peque?o junto al museo de Renzo Piano, y el bosque museo de Kistefos, que vendr¨ªa despu¨¦s¡ª. Al vagar por las veredas de Ekeberg, el paseante se tropieza con obras de artistas como Dal¨ª, Botero, Louise Bourgeois¡ bellamente incrustadas en el paisaje.
La pen¨²ltima campanada de Bj?rvika fue la apertura en el verano de 2020 de la Biblioteca Deichman, al lado de la ?pera, que debe su nombre a un ilustrado que a finales del siglo XVIII don¨® los primeros libros y manuscritos de la primitiva biblioteca. La actual es mucho m¨¢s que eso: es un ¨¢gora en el m¨¢s rico sentido, all¨ª puede uno entrar a leer o sacar libros en pr¨¦stamo, pero tambi¨¦n se puede charlar, tomar caf¨¦, enchufar el port¨¢til, incluso producir un podcast, aprender costura o asistir a un concierto experimental en alguna de sus seis plantas unidas por un vano di¨¢fano.
Solo un a?o despu¨¦s se inauguraba ?al fin! el tan esperado Museo Munch, dise?ado por el espa?ol Juan Herreros y cuyas obras duraron m¨¢s de una d¨¦cada. No a todos gusta el aspecto de bloque torcido y gris que ofrece por fuera, pero una vez dentro es f¨¢cil rendirse a la luminosa funcionalidad de sus 13 plantas ¡ªaunque solo tres contienen la obra y perfil del artista¡ª. En el verano de este mismo a?o se ha plantado delante de la fachada una escultura gigante de nueve metros, The Mother, de la artista brit¨¢nica Tracey Emin.
El gusanillo de la naturaleza, a pelo o transformada por la cultura, encontr¨® su ¨²ltimo y exquisito bocado en Kistefos, a unos 60 kil¨®metros de Oslo. En el oto?o de 2019 (a?o en que ostentaba el t¨ªtulo de Capital Verde Europea), la reina Sonia de Noruega ¡ªuna experta grabadora¡ª y el pr¨ªncipe heredero de Dinamarca inauguraban The Twist, un puente-escultura-museo del joven arquitecto dan¨¦s Bjarke Ingels. Este singular artefacto, junto con un molino de 1889, articula el parque de esculturas m¨¢s ambicioso del pa¨ªs. Con m¨¢s de 40 obras de artistas contempor¨¢neos, como Tony Cragg, Anish Kapoor, Claes Oldenburg¡ Un paraje m¨¢gico para echar el d¨ªa y zambullirse en el arte, literalmente: por ejemplo, la obra de Jeppe Hein Path of Silence permite a los chicos chapotear con surtidores, y a los grandes, multiplicarse en espejos.
Otra magna obra que se ha hecho esperar es el nuevo Museo Nacional, ubicado en el solar de una antigua terminal ferroviaria. Inaugurado el pasado mes de junio, el edificio del alem¨¢n Klaus Schuwerk, de l¨ªneas planas y tres alturas, forrado con oscura pizarra noruega, es el m¨¢s reciente icono de la ciudad, impregnado de su car¨¢cter sobrio y elegante. Una ciudad que no para: el pasado 1 de septiembre reabri¨® sus puertas, a espaldas del Palacio Real, el complejo Sommerro, que aprovecha una antigua estaci¨®n el¨¦ctrica. Incluye hotel de lujo, restaurantes, piscina y sauna en la azotea ¡ªcon terraza panor¨¢mica¡ª y recupera el brillo burgu¨¦s y modernista de los a?os treinta del siglo XX, incluyendo obra del artista noruego Per Krohg. De momento, el ¨²ltimo grito, bien distinto de aquel de Munch. Ahora solo cabe esperar qu¨¦ ser¨¢ lo pr¨®ximo.
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